El encierro de Jorge de Haro resultó deslucido en términos generales, y la virtud de la faena del triunfo de Rafael Ortega fue aprovechar el buen inicio del que hizo quinto y después dar espectáculo a pesar de la tendencia a sosear del toro. Tanto éste como el primero de rejones fueron los más destacables del encierro.
La mayor cualidad del segundo del lote de Rafael Ortega fue que tuvo más motor y recorrido que los toros anteriores del encierro, y el de Apizaco tuvo ideas claras desde que el recibo con el capote, toreando con gusto a la verónica y después del encuentro con el picador esbozando un quite por navarras que remató con una garbosa revolera.
El tercio de banderillas, rematado con un par de cortas, dejó el ambiente propicio entre la gente, que aplaudió el inicio de hinojos pegado a tablas, las series más largas cuando el toro lo permitió y después el sentido de espectáculo que desplegó Rafael cuando el toro tendió a la sosería. Rubricó el trasteo con una estocada en buen sitio y de efectos rápidos para que la gente solicitara las dos orejas que le fueron concedidas. Dio la vuelta al ruedo acompañado del ganadero, quien seguramente en su conciencia (profesional) sabrá qué motivos le dio el juego en conjunto de sus toros para unirse al festejo de su paisano.
El primero de Rafael Ortega dio la impresión de salir acalambrado –posiblemente también con un golpe al bajar del camión, ya que traía dos rayones muy ostensibles-, y a lo largo de la lidia se mostró incierto y con el recorrido medido. Rafael le dio sus pausas en una faena no muy larga y que concluyó toreando por la cara. Mal con la espada, fue silenciada su labor.
Fernando Ochoa también estuvo a punto de tocar pelo tras la lidia del tercero de la tarde, al que toreó con mucho pulso y mimo desde que se abrió de capote, dándole su aire, sin molestarle y sacándole partido a una embestida medida de fuelle. Idéntico procedimiento siguió en el último tercio donde resaltaron los naturales de figura relajada, aunque al final emborronó la faena tras un espadazo ligeramente tendido que no fue suficiente y varios descabellos. Saludó una ovación desde el tercio.
En el sexto fue aplaudido tras una faena larga y voluntariosa ante un toro de embestida sin mucha transmisión, con el que también falló con la espada.
Alejandro Amaya lidió, en primer lugar de su lote, un toro que, haciendo honor a su mansedumbre en el caballo, tras aguantar una muy buena serie de derechazos con la que comenzó su trasteo el diestro de Tijuana, se rajó hasta ya no querer saber nada de la muleta, reculando en cuanto intentaba Alejandro sacarlo de la zona de las tablas. Tras una estocada habilidosa -por cuanto había que cazar al toro en la suerte suprema- y un descabello, saludó una ovación desde el tercio.
El segundo de su lote, séptimo de la corrida, se despitorró desde la cepa tras el encuentro con el picador, por lo que hubo Alejandro de lidiar un sobrero de la misma ganadería al que le costaba emplearse, que resultó tardo y al que sin embargo le pudo extraer buenos muletazos que la gente le agradeció. Tras una estocada trasera y caída de efectos rápidos, fue aplaudido en reconocimiento a su esfuerzo.
Abrió plaza Jorge Hernández Gárate con un toro con calidad para rejones pero al que le pesaron los kilos. Clavó con acierto los rejones de castigo y estuvo espectacular en las banderillas al violín, llevando además los pitones cerca de la grupa al cabalgar a dos pistas. Dejó el rejón de muerte en no la mejor colocación pero resultó efectivo y la gente le agradeció el esfuerzo solicitando la oreja que fue concedida. Los Forcados de Mazatlán pegaron al primer intento y el cabo acompañó al caballista en la vuelta al ruedo.