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Fermín rinde homenaje a su dinastía

Viernes, 21 Nov 2025    San Luis Potosí    Juan Antonio de Labra | Enviado          
Lidió siete toros y cuatro orejas en su encerrona potosina
Torear una encerrona no es cosa fácil, y menos si se trata de una corrida de la ganadería del torero que afronta el reto. Quizá tampoco si se hace ante un público que conoce bien al torero, en este caso el de la tierra, y si a ello sumamos que sobre sus espaldas carga la responsabilidad de un apellido como el suyo, con dos generaciones más que lo anteceden.

Por ello, la gesta que protagonizó hoy Fermín Rivera en la plaza de San Luis Potosí tuvo todos esos ingredientes que daban al cartel un atractivo especial, en una fecha significativa porque celebraba 20 años de alternativa y 60 de la formación de la ganadería que fundó su abuelo del mismo nombre en 1965, todo ello aderezado con al aniversario 130 de una plaza histórica como es "El Paseo", que también lleva el nombre de don Fermín.

Dentro de esta olla de presión, hubo un torero; un hombre que salió dispuesto y mentalizado a tirar la moneda al aire, convencido de que, para haber llegado a esta instancia –y esta gesta– ya se había tragado muchas injusticias, la propias de un medio que a veces se muestra rácano y no valora ese "yo" interior de quienes se ponen delante del toro y se juegan la vida.

Y si bien es cierto que la falta de mayores oportunidades para Fermín Rivera Agüero se han debido a sus deficiencias con la espada, por otra parte habría que agregar que hoy sacó lo que llevaba por dentro y dio una importante dimensión a una corrida que tuvo interés, y que terminó con un triunfo de ley, y la consiguiente salida a hombros, con el público a su favor y gritos de "¡torero, torero!", el mejor bálsamo a una trayectoria siempre cuesta arriba.

En su autenticidad como personas, y como torero, se basó el fondo de una noche cuyo resultado será una gran inyección de moral para Fermín, ahora convertido también en ganadero, y hoy, dicho sea de paso, el torero estuvo por encima del criador, pues sus toros le exigieron que se rompiera y acabó rompiéndose en una corrida de esas que sirven para darle la razón, tanto a él como a la gente que ha creído en su toreo.

La gente no se aburrió en toda la corrida, quizá porque el público era entendido y, además, se comportó con respeto; aplaudió lo bueno, recriminó aquello que no le pareció, en su justa medida, y fue agradecido porque Fermín no hizo otra cosa que entregarse en un despliegue de clasicismo y claridad de ideas para hacerle  a los  toros lo que le fueron pidiendo a lo largo de sus respectivas lidia.

Después de tres faenas con distintos matices, y sin haber llegado el triunfo en el Ecuador del festejo, por su falta de contundencia con la espada, la misma traicionera de siempre, en el cuarto, que fue muy incierto de salida, se acabó definiendo en varas y, a partir de ese momento, con un Fermín sumamente volcado en lo suyo, le hizo una faena en la que se quedó muy quieto, como de hecho así fue toda la noche, para sacarle el fondo de nobleza que tenía el toro.

Y el esfuerzo tuvo su recompensa, porque a partir de ahí la gente se volcó con la misma reciprocidad que él había venido entregándose, y tras una faena de garra y de infrecuente arrebato que se salía un poco del canon de su concepto, acabó cortando la primera oreja del festejo.

Sin embargo, eso sabía a poco para lo que se buscaba con el resultado final de la corrida, y el elegante y original comienzo de faena al quinto, que mantuvo el tono de estructura de las cuatro anteriores, Fermín fue fluyendo mediante unas vitolinas airosas, al paso, que engarzó a unos elegantes molinetes repletos de donaire, para acabar dándole muerte de una estocada entera, un poco trasera, que le puso en las manos la segunda oreja de la noche, la que le abría la Puerta Grande.

Y así fue creciendo la faena y también la pasión del público, que, ahora sí, ya estaba completamente convencido de que aquel hombre había venido a la plaza de su tierra con el corazón en la mano, con un toro guapo, el de mejor trapío de una corrida en la que hubo de todo y no fue fácil.

De no haber estado tan firme y decidido, además de inteligente, hubiese sido más difícil imponerse, y lo mejor que nunca se desesperó y trató de compenetrarse con cada toro, consciente tal vez de que él mismo los había aretado, herrado, tentado a los dos años, y visto a los ojos de cerca la noche de este viernes en San Luis Potosí.

Ese quinto toro vino a menos y aquello no se remató como había comenzado, pero una estocada entera, un tanto trasera, devolvió el ánimo a Fermín, que salió, de nueva cuenta, con ganas de cortarle las orejas al sexto, un toro bajo y reunido, que le pidió el carnet porque fue enrazado y al que toreó muy bien, sometiéndolo para acabar toreándolo por la cara con autoridad y solera.

Cuando anunció el regalo de un sobrero, el público lo vio con agrado y ante aquel toro corpulento y cornicorto, se afanó en tratar de redondear su actuación, lo que consiguió desde el comienzo de la lidia y en su terreno, acabó toreándolo sudoroso, haciendo el esfuerzo hasta el final, en una faena donde se puso muy cerca de los pitones, como así había sido en otros pasajes anterior, para torear a placer, con la barbilla metida en el pecho, y acompañando con la cintura y el pecho cada uno de los muletazos.

A estas alturas de la corrida, el público ya había caído en la cuenta de que aquel derroche de actitud tenía una razón de ser, la del torero que no se quiere quedar marginado y que, a sus 37 años, todavía tiene mucho qué ofrecer, tal y como hoy lo hizo en su tierra.

Una estocada entera, en buen sitio, fue el colofón de una actuación muy torera, y esas últimas dos orejas que llegaron a sus manos, representaron el triunfo de la disciplina y la honradez profesional, la de un torero de dinastía, que no quita el dedo del renglón y que, con una gesta tan especial como la de hoy, pide que volteen a verlo y le concedan, con generosidad y sensibilidad taurina, corridas donde sabe que no va a defraudar.

Ahí está a hora el reto para su inseparable amigo y apoderado, Ricardo García Rojas, que hoy debe sentirse muy satisfecho de haber ganado una apuesta difícil, la de alguien que nunca ha dudado de su torero prácticamente desde que éste era novillero, lo mismo que Emanuel Gallegos, su fiel mozo de espadas.

Porque hoy, Fermín Rivera, rindió un sentido homenaje a la memoria del maestro Fermín, y del inolvidable Curro, que al terminar la corrida se hubiesen quitado el sombrero como toreros para arrojarlo a los pies del nieto y del sobrino, respectivamente, pero, sobre todo, del hombre y el ganadero que hoy vino a comprometerse de la manera en que lo hizo Fermín con sus propios toros, ante su público. Así que, ¡chapó torero! La lucha sigue.

Ficha
San Luis Potosí, S.L.P. Plaza "El Paseo-Fermín Rivera". Segunda corrida del aniversario 130 de la inauguración del coso. Media entrada, en noche agradable. Toros de Fermín Rivera, bien presentados, parejos de hechuras, de juego variado, con muchos matices, de los que sobresalió el 4o. por su transmisión. Pesos: 504, 467, 470, 475, 512, 482 y 480 kilos. Fermín Rivera (mercurio y oro, con remates negros), como único espada, Palmas, silencio tras aviso, palmas, oreja, oreja, palmas y dos orejas en el de regalo. Incidencias: Destacó con las banderillas Alejandro Prado, que saludó una ovación en el 2o., tres un par de gran arrojo, y también Jesús Nazareth. Y en varas Lalo Rivera hijo, que picó con mucha eficacia al 6o. Salieron como sobresalientes el matador Antonio Mendoza y el novillero Currito de Ojuelos, de los que el primero hizo un quite por saltilleras en el 5o., y fue ovacionado. Al finalizar el paseíllo Fermín Rivera recibió un reconocimiento de parte de los ganaderos potosinos, y de las peña taurinas.  De los criadores: Paulina Gordoa, de Espíritu Santo; Manuel y Fernando Labastida, de Santo Domingo; Eduardo Gómez, de Gómez Valle; Paco Alderete, de Monte Caldera, Víctor Santos, de Santoyo.

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