Corrida de expectación, dicen, corrida de decepción; ¡y no! Los cuatro alternantes dieron muestra de que el toreo es apasionada entrega, como bien lo definió Pepe Alameda. ¿Por qué?, sencillamente por las peculiaridades de cada ejemplar de la dehesa queretana de Eduardo Martínez Urquidi.
El valenciano Enrique Ponce vino a despedirse y fiel a su historia llegó a gustar y a gustarse; se abrió de capa con la clase personalísima y levantó los olés por acopladas verónicas; para su mala fortuna, el de aúpa ─como decían nuestros viejos─ se excedió en el castigo con la puya (lo que le valió una sanción de la autoridad) y un sector del público desatendió el trasteo de Ponce. Sin arredrarse, el de Chiva mostró cuán educada es su muleta y nos deleitó con derechazos de temple e inspiración; la faena fue preponderantemente derechista con "Pegaso".
Para dar el cerrojazo a la despedida, vino el arte de Remy López, "Remy de Negro" ─invitado de sus amigos Torreslanda─ quien con sangre plasmó en el lienzo, un pasaje poncista para premiar al torero valenciano.
Con el cubeto "Cubetero", el toro de la despedida, parecía que correría igual suerte; pero no, Enrique elevó los ánimos; no logró acoplarse con el percal. Siguió de cerca la brega y tras la suerte de varas (incomprensiblemente pitada, quizás por el incidente previo) plantó las zapatillas para llevar al cárdeno girón y someterlo.
Con sentido, se mostró condescendiente y el tendido respondió; cuando se armó con el acero, se volcó tras el morrillo y, como tardaba en doblar, cogió el verduguillo y acertó en el primer intento: una oreja de mucho mérito, pedida y concedida.
El moreliano Fonseca, triunfador como novillero y como matador, así fue recibido por la afición queretana. Su primero le permitió ese electrizante toreo que lo caracteriza; lo recibió de hinojos, con una larga cambiada, que levantó al público.
Tras el breve puyazo, volvió a poner rodillas en tierra para iniciar el trasteo con la franela; tres muletazos y un cambiado por la espalda que cimbró la plaza. Mejor por el pitón derecho, pese a que intentó con la zurda, mantuvo el interés en una faena a su manera; estocada mortal en el segundo viaje y la primera oreja de la noche.
El toro que cerró la prolongada sesión fue menos emotivo, lo recibió de igual manera pero con menor calado en el tendido; el burel, hizo pasar las de Caín a los banderilleros y también puso en aprietos al michoacano. Un toro andarín, de poca transmisión, que volvía pronto y no permitía la ligazón deseada; lo arrolló en una ocasión y tras el cobijo de los asistentes, se levantó para cerrar la función. Mató de estocada defectuosa y volvió a escuchar el grito de "¡torero!, ¡torero!"
Octavio García "El Payo" pechó con el lote más espinoso del encierro; a leguas se nota lo heredado tras el reciente periplo por diversas plazas de España; ha pulido ese toreo que desde novillero había mostrado, y con su peculiar parsimonia estuvo en la brega. Su primero tenía un pitón derecho repetidor, pero por el izquierdo no quiso ni ver la tela; El Payo tuvo que tragar saliva y aguantar, esforzado y en su sitio ofreció pinceladas de su tauromaquia y cuando finalmente se fue tras el acero y, como el de Los Encinos tardaba en doblar, cogió la cruceta… lástima, él también tardó en apuntiullarlo con el verduguillo y el público cayó en el desánimo.
Apareció "Güero", un cárdeno claro bien puesto cuya sola prersencia prometía; salió con muchas patas y remató en los burladero, tras la suerte de varas, tuvo que atarse los machos para descifrar el acertijo en que se convirtió el del de Los Encinos; Octavio se vio esforzado pero sin poder cosechar frutos. Su labor se vio silenciada tras pinchazo y el estoconazo mortal.
La participación de Guillermo Hermoso de Mendoza es un capítulo aparte; no solamente por su apego a la más antigua tradición del toreo sino por la evolución evidenciada arriba de sus monturas. El innegable crecimiento del rejoneador apareció en el albero de Juriquilla. El que abriría plaza sufrió un percance en la salida, tropezó en la misma puerta de toriles y cayó fulminado (por fractura de las cervicales); fue suplido por el que se correría en el lugar de honor.
Guillermo recibió al sustituto, un toro fijo y repetidor, que le permitió una aseada faena; adornó con banderillas y un extraordinario par a dos manos. Lugo vendría el desacierto con el rejón de muerte y tuvo que apearse para oficiar con el verdugullo. Ovación.
El segundo para rejones tardó en enterarse pero al sentir la hoja de peral acudió con celo a la educada cuadra del jinete; con la grupa, lo llevó alternando los pitones en una suerte que fue ovacionada. En varias ocasiones se lo dejó llegar literalmente en ancas para llevarlo templado; repitió la suerte a dos manos y luego de ejercer con el rejón de muerte, volvió a pisar la arena para pasaportar a su enemigo.