Oficio sobre linaje, sobre casta, así podríamos resumir esta tarde de Fiestas Patrias; los tres alternantes dieron lecciones de su personal estofa. Diego San Román cortó tres orejas y se alzó como el máximo triunfador de la corrida de hoy en Provincia Juriquilla; donde cuajó a los dos toros de su lote, ante un público que se le entregó en todo momento, al igual que a sus alternantes: Jorge Hernández Gárate en reconocimiento a su trayectoria; y a Román, por su entrega.
El benjamín del cartel, el dinástico torero de la tierra, sigue puliendo su tauromaquia basada en un valor a prueba de la diversidad de maneras que exhiban sus enemigos; arrancó su participación a contracorriente, a la salida del tercero de la tarde, respondió con ceñidas chicuelinas; lució, no sin apuros.
Tras la suerte de banderillas ─en la que Alejandro Prado tuvo que echar mano de sus recursos─ inició con mimos y administrando las condiciones del astado; medias embestidas y aquerenciado. Buscó por ambos pitones, mientras el toro lo permitía, y culminó la faena en la barrera. Luego de estocada contraria y trasera, el burel rodó por la arena y desde el biombo de la autoridad vino el primer apéndice. Como si hubiera habido un acuerdo para agradar al respetable… hasta el final, lo mejor llegó con el cierraplaza.
A pesar de que Diego pudo coger las de villadiego, decidió labrar con lo que había y cuajó la faena de la función. El de castoreño, Eduardo Rivera, aguantó el sorpresivo arranque del toro y abandonó el ruedo ovacionado; luego vendrían los certeros garapullos de Gerardo Angelino.
Con tal exordio, San Román asumió lo que enfrentaba y con ese valor sobrado que posee, se destapó; inició con pases por alto, sin enmendar, para continuar la lidia alternando los pitones… vendría un arrimón en el que el de Mimiahuapam lo tuvo a merced; pudo más el valor y el temple que la casta. Cerró con manoletinas y hundió el acero (ligeramente defectuoso) hasta la empuñadura; ovación, consagratorio grito de "¡torero!, ¡torero!" y fuerte petición: dos orejas.
El primero de la tarde, para rejones, tardó en enterarse; Hernández Gárate le echó caballo en casi todos los terrenos y se resignó a luchar contra las embestidas que regateaba un reservón y aplomado astado. Sin atosigar a su enemigo, logró lucir con las banderillas ─especialmente con las cortas─ y tomó el garrochón mortal que le valió para escuchar palmas.
El cuarto de la tarde; la faena recayó en las habilidades del potosino que recurrió a su experiencia para clavar banderillas e incluso el de la hoja de peral; como tardaba en doblar, se apeó para intentar con el verduguillo, trasto que no tuvo que emplear. Aparecieron algunos pañuelos mientras un sector del público pedía la oreja mediante silbidos; el juez de plaza, Manuel Naredo (con derechura), no la concedió.
El valenciano Román Collado posee la técnica, ¡qué duda cabe!, y un valor sereno dignos de la ibérica academia; labor esforzada con base en las condiciones del toro: se defendía, tiraba derrotes. Sin arredrarse, Román se fue acoplando a lo que su colaborador presentaba y pudo lucir en pases aislados. Un brillante colofón por manoletinas, estocada defectuosa y con el verduguillo despachó al toro tras escuchar el primer aviso.
Su segundo, que no confirmó el apotegma de que "no hay quinto malo", tardó en enterarse; el propio coleta asumió las labores de brega y caminó con el toro. Una faena cerebral, sin prisas, aunque limitada por el regateo del de Mimiahuapam; con la parsimonia que da la escuela, intentó templar las embestidas… la respuesta del público fue en reconocimiento a esa gustada labor. La petición fue tibia y se desvaneció; volvió al burladero mientras escuchaba las palmas de los aficionados.