La Feria de Zacatecas arrancó con una magnífica entrada en los tendidos de la Monumental, en la llamada "Corrida del Gobernador", que en este caso contó con la presencia de David Monreal, que asistió a un festejo en el que hubo de todo… menos bravura, ingrediente principal de este espectáculo.
A todos sorprendió el pobre juego de los toros de Fernando Lomelí, luego de que, hace apenas unas semanas, lidió una importante novillada en la Plaza México y la afición llamó al ganadero a dar una vuelta al ruedo en solitario; vamos, sin compañía de novillero alguno, por el mero echo de haber enviado un encierro bien presentado y que dio buen juego.
En cambio, ahora, aquí en Zacatecas, el grato sabor de boca que traía de aquel triunfo se fue por la borda, y el destino, siempre sabio, le hizo saber al ganadero que es necesario poner los pies sobre la tierra y seguir trabajando en el aspecto más complejo que existe en la tauromaquia: la crianza del toro de bravo, ya que la ganadería no es una carrera de velocidad, sino de resistencia, y que no se desanime y siga adelante con redoblado entusiasmo.
Así que, sin toros, apenas y hubo faenas, siendo las dos que realizó Ernesto Javier "Calita" las más rematadas de las ocho que se hicieron (Antonio Romero despachó cuatro ejemplares, incluidos dos de regalo), con el lote más desigual del encierro, compuesto por un primer toro alto y muy serio, que no fue fácil, al que el torero mexiquense le plantó cara y le hizo un trasteo conciso que culminó de una estocada casi entera, un tanto desprendida, que le granjeó la simpatía del público.
El cuarto era bajo y reunido, recogido de pitones y en tipo de Corlomé, el origen de esta ganadería que el padre de Fernando fundó con la parte que le tocó de la ganadería que tenía en sociedad con su hermano, Sergio Lomelí.
Calita le dejó puesta la muleta en la cara y alegró el cotarro en una faena variada, por ambos pitones, a veces teniendo que tragarle mucho al de Fernando Lomelí, que embestía andando, y como lo tumbó de una eficaz estocada acabó cortando la única oreja concedida a lo largo de la tarde, nimio premio que no le alcanzó para llevarse el codiciado Escapulario de Plata, que lo declararon desierto y será entregado al torero que más sobresalga a lo largo de la feria.
Antonio Romero, que no se había vestido de luces hace un año, precisamente aquí en su tierra, pechó con un lote que no le permitió mostrarse. El segundo fue un toro que parecía estar reparado de la vista, y acabó moviéndose en la muleta del zacatecano sin entrega, en una faena esforzada, pero sin demasiado contenido. El quinto tampoco embistió y no pasó nada, de tal manera que se animó a regalar un sobrero de Chinampas que se partió el pitón de salida.
La gente arremetió en contra del palco de la autoridad, donde debutaba Armando Esparza en el biombo, exigiendo su devolución, lo que ocurrió, inexplicablemente, una vez que a Romero avisó al público que regalaba el segundo toro de reserva, también de la divisa de Chinampas. Sin embargo, Antonio tuvo que concluir la lidia en medio de sentimientos encontrados en el tendido.
El octavo de la función era un zapatito, cárdeno claro, muy rematado de carnes, que salió de los toriles con muchas patas, queriendo embestir a todo, lo que aprovechó Antonio para torearlo con más soltura de capote y hacerle un quite por chicuelinas antiguas. Más tarde, la faena discurrió entre algunos lógicos altibajos, debido a su falta de sitio, pero con el favor de su público y cobijado por los acordes de la Marcha Zacatecas. Muletazos sueltos de calidad, y largos pases de pecho, fueron lo mejor que consiguió hacer este torero honrado, cuya carrera no termina de romper.
A la hora de matar no estuvo tan errático como lo había estado en los toros anteriores, y colocó una estocada entera al segundo viaje, de la que el toro cayó fulminado, un hecho que se agradece, y que vino a evocar la eficaz estocada con la que Arturo Saldívar se quitó de en medio al sexto, en una tarde aciaga para el hidrocálido.
Y es que, en el tercero, Arturo se mostró dubitativo, toreando sobre piernas y sin entrega, un hecho que provocó el enfado del público que terminó por pitarle con fuerza cuando se retiraba a la barrera.
En el sexto parecía que Arturo tenía intenciones de revertir el desaguisado, pero aquello sólo fue un vago espejismo, y no quiso ver al de Fernando Lomelí que, dicho sea de paso, tampoco tenía embestidas para ningún tipo de lucimiento.
Cabe mencionar que, en el toro anterior, lo mejor que hizo Saldívar fue un fulminante golpe con el descabello, y en el sexto, una estocada con arrojo, efectiva, que fue un escaso premio de consolación en una actuación desconcertante.
A pesar de que la corrida no funcionó, y el trofeo del Escapulario se quedó en su estuche, la gente salió hablando de toros, porque sucedieron cosas emocionantes y otras sorpresivas, como el toro que sacó desde abajo las tablas de sendos burladeros. Al fin y al cabo, la Fiesta siempre está tocada de esa atractiva incertidumbre que le pone chispa a cualquier tarde de toros, así sea en la plaza del pueblo más recóndito o en una monumental como la de Zacatecas, que todavía tiene tres fechas más por delante, a la espera de que esto se vaya para arriba.