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La sabiduría natural del joven Armillita

Lunes, 09 Sep 2024    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...Era, en 1929, un torero radicalmente moderno..."
Cuando Fermín Espinosa Saucedo se presentó en España (Barcelona, 24-03-1928) era un adolescente con dieciséis años y diez meses de edad. Asombró su intuición para entender a los toros y su facilidad para hacer el toreo, pero a esa edad a nadie puede exigírsele el dominio total de ningún arte u oficio, pues al adolescente se le conoce así precisamente porque adolece de la madurez que dan la edad, la experiencia, los avatares de la vida. 

Lógicamente, aquel precoz prodigio que parecía tener todo el toreo en la cabeza carecía del bagaje existencial que proporcionan los años. Además, su temperamento tendía a la sobriedad y la economía de gestos superfluos, a contrapelo con el discutible recurso a la gestualidad exhibicionista que se había puesto de moda, por un lado, y la emergente estética de artistas exquisitos por otro. Aquel serio muchacho de piel oscura, oriundo del Saltillo mexicano, no participaba de ninguna de esas dos tendencias dominantes.

La reflexión anterior no es en vano. Porque Armillita Chico –anunciado así en los carteles para diferenciarlo de su hermano mayor Juan "Armilla", todavía matador en activo– causó un impacto formidable en su primera campaña europea, pero las 48 corridas que entonces sumó irían disminuyendo hasta llegar a 22 en 1932, el año de "Centello” de Aleas (Madrid, 06-06-32), la faena que iba a catapultarlo hacia la cumbre a la que estaba destinado. 

La de 1929 era apenas a la segunda campaña europea de un Fermín Espinosa cuya tauromaquia, técnicamente impecable, tenía el sabor de esos guisos elaborados con ingredientes que no alcanzan aún su punto de sazón. Quizá esto explique que el joven azteca viajara en el incómodo piso intermedio de una nave taurina que navegaba sobre un mar azotado por tormentas frecuentes e infestado de tiburones. Tanto que las décadas del 20 y el 30 muestran la proporción más alta de víctimas que arroja el martirologio de la fiesta, cuando al lado de caídos de la talla de Manolo Granero, Gitanillo de Triana, Sánchez Mejías o Alberto Balderas engrosaron la macabra lista más de un centenar de actores menores entre novilleros, subalternos, matadores modestos y hasta algún torero cómico.

Y sin embargo, Fermín Espinosa "Armillita Chico" cruzó por tan sangrienta etapa prácticamente indemne, por mucho que tarde a tarde le rozaran el traje los pitones de los toros (apenas un par de puntazos, en Pamplona y Cádiz). Una particularidad omitida por esa mitología oficiosa que enfatizaría en cambio su inmadurez estilística para justificar la baja de contratos, sin atreverse a tocar la politiquería y los intereses que han envuelto siempre al negocio taurino como factores concomitantes que pudieran haberle puesto freno y sordina a la trayectoria de Fermín. Casualmente, en el verano de 1932 pasó a apoderarlo Domingo González "Dominguín", que ya conducía con mano maestra las carreras de Joaquín Rodríguez "Cagancho" y Domingo Ortega, el mandón absoluto en la preguerra. Y el resultado fue que empezaran a abrirse para Armillita plazas, ferias y carteles con la frecuencia y la categoría que su enorme dimensión como torero llevaba tiempo demandando. 

Del mito a la realidad

Si el mito es ese atajo hecho de verdades relativas que sirve para desembarcar en mentiras satisfactorias –de ahí que los mitos digan casi tanto como ocultan–, es claro que las limitaciones expresivas atribuidas al entonces imberbe genio de Saltillo parecieran chocar con la evidencia de triunfos tan rotundos como el que alcanzó en la feria de Málaga de 1929. El cronista jerezano Manuel García Santos, radicado por esa época en la hermosa ciudad mediterránea, se refería a lo redondo y rotundo de la tauromaquia de Fermín desde sus primeros años en España al recordar que "En Málaga, Armillita les ganó una vez la pelea en quites a Curro Puya y El Niño de la Palma, dos de los mejores capotes de la época".

Si uno espiga corrida por corrida la trayectoria del saltillense en cosos peninsulares, esa tarde sólo pudo ser la del 2 de septiembre de 1929, segundo festejo de la feria malagueña con seis toros de Pablo Romero para Cayetano Ordóñez "Niño de la Palma", Francisco Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana" y Fermín Espinosa "Armillita Chico".

Arte y drama

A diferencia de lo que ahora se acostumbra, la feria malagueña de 1929 no se celebró en los últimos días de agosto sino en los primeros de septiembre, y constó únicamente de dos corridas. En la primera (01-09), el cuarto toro del Marqués de Saltillo hirió de gravedad a Manuel Jiménez "Chicuelo" cuando empezaba a pasarlo de muleta; sin arredrarse por el percance de su alternante, El Niño de la Palma le cortó al quinto una oreja que acabaría entregando a su banderillero Duarte, en tanto Gitanillo de Triana, con un lote impropio, solamente conseguía lucir su arte capotero.

Como el diestro de la Alameda de Hércules encabezaba también el cartel del día siguiente, su baja fue cubierta por el triunfador de la víspera, de modo que Cayetano Ordóñez partió de nuevo plaza, esta vez al lado de Curro Puya y el mexicano Armillita. El encierro de Pablo Romero no desmintió, con su hermoso trapío, la fama de la divisa andaluza, y tanto Fermín como Cayetano cortaron orejas, no así Curro Vega, cogido al lancear al quinto de la tarde, segundo suyo. El trianero, cuya dormida verónica marcó un nuevo paradigma artístico en la evolución del toreo de capa, tenía tanta seguridad y confianza en su técnica capotera que solía quedarse quieto, cargando la suerte y jugando armónicamente los brazos, sin importarle las condiciones del astado que tuviese delante. Un gitano atípico, pues.

Al margen del lamentable percance que puso a Curro Puya fuera de combate hubo ese día tercios de quites animadísimos, que levantaron ámpula en los tendidos y pusieron en la tarde el añorado sabor de la competencia. Solamente a Armillita se le contabilizaron gaoneras, navarras, faroles de pie y de rodillas, delantales, chicuelinas…

Escueta reseña

Como testimonio de las corridas malagueñas del año 29 solamente disponemos de una de esas reseñas toro por toro que de manera rutinaria publicaban diarios y revistas. Su redacción sin matices, plagada de lugares comunes, obligaba al lector a poner lo que faltaba, un ejercicio mental encaminado a extraer imágenes de su propia subjetividad de acuerdo con su conocimiento del estilo y capacidades de cada diestro. Y conjugándolo con el nivel de importancia y exigencia del coso donde ocurrió lo reseñado.

Hecha la aclaración, entresaco los pasajes fundamentales de aquella corrida del 2 de septiembre de 1929 tal como los publicó el semanario El Taurino, de México DF:

"Segundo: Negro, como el anterior (…) Gitanillo veroniquea en dos tiempos, ceñidísimo (Gran ovación) Los matadores rivalizan en quites, las palmas echan humo (…) Gitanillo inicia la faena con el efectista pase de la muerte (…) Continúa en los medios con pases en redondo y de pecho, intercalando algunos molinetes (…) Coloca media estocada (Gran ovación)

Tercero: Negro (…) Armillita lo recibe con seis verónicas que arrancan sonoros ¡olés! Armillita deslumbra con tres faroles ligados y el púbico lo aclama. Gitanillo veroniquea y Armillita responde toreando de frente por detrás (Ovación) Armillita prende un gran par al cuarteo (…) Torea de muleta adornándose con faroles y molinetes (…) a uno ceñidísimo le siguen varios naturales ligados (…) La faena es "oleada" y la música toca. Marca dos buenos pinchazos, que se aplauden, y una entera ladeada (…) descabella a pulso (Ovación).

Cuarto. Grande, con muchas carnes y buena cornamenta (…) Cayetano y Gitanillo rivalizan en quites y Armillita hace el del delantal (…) El Niño brinda a un amigo y da dos ayudados y tres naturales con izquierda y dos pases en redondo (Gran ovación y lluvia de sombreros) Continúa la faena jaleado por el público y entrando recto coloca media estocada superior (…) Otra igual, que hace rodar al toro. Ovaciones, concesión de la oreja, vuelta al ruedo.

Quinto. Gitanillo sale al encuentro del pablorromero y nos deja asombrados con seis verónicas ceñidísimas que levantan una gritería (…) Al hacer el primer quite, en la segunda verónica el bicho lo alcanza y lo arroja al suelo violentamente. El. Diestro es llevado a la enfermería (…) Cayetano muletea entre escalofriantes hachazos del cornúpeto. Dos pinchazos y una entera. (División de opiniones)

Sexto. Armillita lo recibe muy quieto con verónicas que se jalean. Armillita y Cayetano se adornan en los quites (…) Armillita prende dos pares al cuarteo (Palmas). Brinda en los medios y empieza la faena de muleta con tres naturales con la izquierda (Gran ovación, caen sombreros a la arena). Sigue con pases de pecho y en redondo, metido entre los pitones, y termina de un pinchazo hondo, quedándose el toro, y otro igual del que rueda el bicho (Gran ovación y oreja). (El Taurino, semanario. México, 30 de septiembre de 1929).

Hasta aquí la dichosa reseña, que si algo deja entrever es que el periodista no repara en ripios, además de que El Niño de la Palma es su torero. Agrega que la herida de Gitanillo, localizada en el muslo izquierdo, ha sido calificada por los médicos de menos grave.

En busca de claves interpretativas

Lo que esta reseña no llega a reflejar son los porqués de la posterior designación de Fermín Espinosa como triunfador máximo de una feria en la que sólo actuó una tarde mientras sus alternantes lo hacían en dos, y uno de ellos, El Niño de la Palma, cortando oreja en ambas. Y conste que Cayetano jugaba en casa, ya que Ronda está en Málaga y debía contar en la Malagueta con infinidad de partidarios.

Otro obstáculo a vencer es el consabido descuido en la mención u omisión de apéndices otorgados que caracterizaba a las reseñas de la época, incluso tratándose de cronistas y publicaciones de prestigio, con frecuentes discrepancias debidas en parte a falta de rigor en el otorgamiento de trofeos que se prestaba a abusos por parte de apoderados y subalternos, pues eran éstos últimos quienes cercenaban físicamente orejas, rabos y hasta patas no siempre autorizadas por los presidentes. Lógicamente, la contabilidad de los apéndices mencionados en tales crónicas sirve más para confundir que para aclarar.

Habrá que buscar por otro lado. Y es aquí donde cobra genuino valor la rememoración de García Santos acerca de la victoria en quites de Fermín sobre dos artistas famosos por las excelencias de su toreo de capa. Algo nuevo tuvo que haber aportado el joven mexicano que público y jurados captaron con una precisión que falta a las reseñas. 

Y ese algo con seguridad estaba también presente en sus faenas de muleta, un modo de hacer las cosas más ceñido y quieto, tal como muestran las fotografías que acompañan la presente Historia de un cartel: el remate de un quite metido el diestro entre los pitones, la alegría y gracia del kikirikí y el asentamiento y largura de su pase natural, cualidades éstas inaccesibles a los dos preclaros artistas que con él alternaban e incluso al periodismo ramplón, pero no al gran público, presto siempre a reaccionar espontáneamente ante la aparición de lo inesperado, lo sorprendente, lo nuevo y desconocido que caracteriza todo proceso de evolución. 

Maduro o inmaduro en su arte, Fermín Espinosa "Armillita" era, en 1929, un torero radicalmente moderno en su técnica, con las cualidades añadidas –valor sereno, clase sin ostentación, sabiduría natural, sello propio– que lo convertirían en una figura de proporciones históricas.


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