Ojalá que la empresa de la Plaza México le confirme la alternativa en la próxima temporada, ya que es un torero que debe ocupar el hueco que otras figuras han dejado vacante, y es importante que la nómina de espadas también se vaya renovando en aras de interesar a los públicos por artistas de la talla del sevillano.
Porque quien sabe si al pasar de los triunfos, se convierta en ese consentido que la gente está esperando, un siglo después de que otro sevillano, Manuel Jiménez "Chicuelo", tomó la estafeta de Antonio Montes y se convirtió en el segundo gran consentido de la afición mexicana del siglo XX, y de paso configuró la "faena moderna", ligando el toreo en redondo a aquellos excepcionales toros de San Mateo –"Lapicero" y "Dentista"– antes de toparse en Madrid con el famoso "Corchaíto" de Graciliano Pérez Tabernero.
Sendas orejas fueron los premios justos y merecidos a su paso por la Monumental hidrocálida, una obtenida del primer toro de su lote, bajo y enmorillado, al que no "molestó" nunca y le buscó las vueltas para tratar de someterlo, pues tendía mansear y salir suelto de las telas, aunque aportaba un humillado embroque que le permitió a Juan gustarse con capote y muleta.
Las verónicas de recibo, la media del remate, el quite por chicuelinas… temple de seda, fidelidad a un concepto que de inmediato captó la sensibilidad del público, que siguió con mucho interés el comienzo de la faena, con la pierna de salida flexionada, tratando de sujetar al de Begoña.
Y luego vinieron los trazos limpios, cadenciosos, profundos, en una faena medida y sobria, muy al estilo de un artista que ejemplifica perfectamente aquella sabia sentencia de Juan Belmonte: "Se torea como se es". Una estocada eficaz fue el colofón de aquella obra, la que el toro llevaba adentro, lo que se traduce en la comprensión de la embestida y la lidia que había que darle.
El quinto, un toro alto y corpulento, era noble y apuntó cosas buenas pero no tuvo duración, y Juan no se entretuvo en alargar, de manera innecesaria, como ocurre mucho hoy día, una faena donde no la había, y dejó la puerta abierta a la posibilidad de un regalo. Quienes vinieron hoy a la plaza al conjuro de su nombre así lo deseaban, y se les cumplió.
El octavo –segundo de regalo, con el hierro de San Miguel de Mimiahuapam– fue un toro más armonioso de hechuras que el anterior y sacó un aceptable fondo de nobleza en sus embestidas, así que Ortega no desaprovechó la ocasión de hacer otra faena del mismo corte, por su temple y suavidad, además de esa torería tan natural con la que perfuma su toreo. A pesar de que el toro le echó la cara arriba en el momento de la estocada, aguantó sin inmutase y alargó el brazo con habilidad para tumbarlo de otro espadazo.
La gente se volcó en la petición de oreja que fue concedida y dio la vuelta al ruedo con el segundo trofeo, el que le abrió la Puerta Grande de esta Monumental y tal vez también de otros escenarios, ya que un torero de su calidad se antoja como indispensable en los carteles de toros de distintas regiones. A Juan Ortega hay que verlo, y si es necesario, también hay que saber esperarlo, algo que, en la actualidad, ya no se le concede a casi ningún torero. Por desgracia. Y el goza de ese exclusivo privilegio.
Arturo Saldívar hizo una primera faena cargada de entendimiento, toques precisos, muñecas rotas, y un toreo al natural comprometido y de magnífico trazo. El toro que abrió plaza era noble y de uno en uno le construyó ese trasteo en el que toreó con verdad y aplomo, abrochando las serias con largos pases de pecho.
El público vio con agrado todo cuanto estaba haciendo Arturo, sin importar que se tratase del primer toro de la corrida de un domingo con el que culminaba una racha de cinco festejos al hilo que suele dejar a la gente exhausta, más aún cuando el calor agobia y la modorra se hace presente.
El cuarto toro de la corrida no le dejó mostrar sino sus ganas de triunfo, y visto que Ortega iba a regalar, no tuvo empacho en seguir la fórmula para vérselas con un toro de llamativo pelo melocotón, alto de agujas, bien armado, que resultó noble y le permitió andar a gusto.
Y como su primera faena, ésta se desarrolló en los medios, con un toreo bien ejecutado, sobrio, que fue del agrado de un público que le hubiese pedido la oreja de no haber estado errático con la espada, el denominador común de una actuación solvente, de torero maduro, que hoy trajo espada de palo.
Héctor Gutiérrez reaparecía de la cornada sufrida en febrero en la Plaza México y no acusó los dos meses sin vestirse de luces. Alentado por el público, el otro hidrocálido del cartel se afanó en agradar e hizo una primera faena entonada, con pasajes de buen toreo, en los que primó la seguridad en la colocación y el temple de los muletazos.
Tal y como le ocurrió a Saldívar, el ineficiente uso de la espada lo marginó de cualquier atisbo de tocar pelo, sobre todo en el sexto, otro toro bien presentado, con edad y cuajo, al que toreó con una desmedida entrega, en medio de la algarabía de un público que se motivó con la entrega de Héctor. Pero volvió a pinchar y dejó ir la oreja que ya tenía ganada a base de esfuerzo.
La Feria de Aguascalientes abrirá a partir de mañana un compás de dos días sin toros, para reanudar el último bloque continuado de corridas a partir del miércoles 1 de mayo, con una interesante corrida de rejones en la que están anunciados Andy Cartagena, Emiliano Gamero y Tarik Othón, esa joven promesa del toreo a caballo que viene dando mucho de qué hablar.
La materia prima procederá de la ganadería de Fernando de la Mora, y será muy atractivo volver a presencia una corrida de este tipo en la Monumental, luego de 20 años de paciente espera del gremio de los caballistas.