La decorosa actuación de Leo Valadez ayer en la plaza de Las Ventas de Madrid, ha sido valorada por la prensa española, y a través de la lectura de los siguientes titulares y crónicas se detallan los aspectos de una tarde cuesta arriba para el matador de Aguascalientes.

Leo Valadez, el tercero en discordia, se vio un poco asombrado por el vendaval de Jiménez, y pasó desapercibido en su lote, tan escasamente noble como los demás. No triunfó, incluso mató muy mal a su segundo, pero se mostró valeroso y entregado en sus dos faenas que, quizá, injustamente, pasaron desapercibidas.

(Borja Jiménez) No hubo que esperar para volver a verlo. El quite que hizo lo bordó al toro de Valadez, tercero. El toro tuvo virtudes, humillaba y repetía con la complicación de hacer hilo. Lo que desdibujó el trasteo de Leo, estocada le puso ganas. A la puerta de toriles se fue Valadez con el quinto. El toro tuvo repetición, cortas las arrancadas y ese punto de emoción que definió toda la corrida de Victorino con la que no nos aburrimos. Las coordenadas de la faena las puso el toro y Valadez quiso, pero sin el poder que requería el animal.

Pero Leo Valadez, aun dándolo todo con el lote más desagradecido de la dispar y seria victorinada, no contó.

Valadez, correcto sin más con el tercero, que fue un animal que se dejó y con el que Leo Valadez tampoco terminó de romper. Iba y venía el de Victorino en las telas del mexicano, al que dejó instantes buenos de capa pero luego no siguió la tónica muleta en mano. Dejó una estocada un punto caída y fue silenciado. Valadez no se impone al quinto. A la puerta de chiqueros se fue a saludar al quinto Leo Valadez, un toro con el que puso voluntad pero no se impuso. Animal pegajoso, con el que había que dar el paso adelante. Pero no lo dio el mexicano. Además falló en varias ocasiones con el acero. Silencio.

Leo Valadez sorteó el peor lote, no se le vio relajado en la cara del toro, pese a eso demostró buen compromiso y ganas de triunfo.

Difícil papeleta tuvo que hacer frente Leo Valadez, que no escatimó en esfuerzos al irse a la puerta de toriles, para recibir al quinto. El más simple de hechuras y también de juego, pues se movió siempre por dentro, sin entrega y con un viaje cada vez más corto. De aquellos cuyas complicaciones no llegan al tendido. Tampoco lo hizo el tercero, de poder y viaje escaso. Siempre sobre las manos, sin pasar nunca de la jurisdicción del toreo. Buscó el mexicano siempre la inercia en una seria faena. Sin embargo, el runrún del público ya había elegido al protagonista de la tarde, aquel rubio que vivió soñando, aunque sin creer en la suerte. Era el esfuerzo y una tarde otoño la geografía para ascender a la cima del toreo.