Arturo Macías anunció su retirada de los ruedos de manera intempestiva, y la noticia publicada el lunes pasado causó sorpresa inclusive entre sus allegados. Pero esto es un síntoma real de que no debe sentirse del todo bien físicamente, porque si algo lo ha caracterizado a lo largo de su esforzada carrera, es tener el umbral del dolor muy alto. Y si a eso se añade su vocación torera y su pundonor, sólo en contados momentos en que ha resultado herido, se la ha visto decir: "hasta aquí llegué".
En dicho sentido, Arturo ha sido un torero sumamente honrado y profesional, que nunca le ha temblado la mano ni en los instantes más complicados. Sin embargo, uno de esos momentos lo vivió el 8 de septiembre de 2019 en la plaza de Las Ventas de Madrid, cuando el toro "Chamorro", del hierro de Pallarés, le pegó una grave cornada en la pierna derecha, a la altura de la rodilla.
El pitón le destrozó el músculo tibial y el músculo anterior, así como los músculos perineos; le fracturó el cuello del peroné y contundió el nervio ciático, con arrancamiento de ramas colaterales, lo que ocasionó que no tuviera sensibilidad durante mucho tiempo, y lo mantuvo alejando de los toros en una larga convalecencia, la de un torero que está, literalmente, cosido a cornadas.
De aquel percance de Madrid reapareció cuatro meses y medio después en la Plaza México, el 26 de enero de 2020, utilizando un aparato ortopédico que le ayudaba a sostener el pie. Y a pesar de que mostraba cierta dificultad para reponerse, y a veces también se le notaba con cierto apremio de motricidad, su espíritu de samurái lo mantenía a flote, contra viento y marea, fiel a sí mismo, con una mentalidad de superación como pocas veces he visto en el toreo.
Pero una vez más la mala fortuna le llevó a sufrir otro percance grave, en este caso en Aguascalientes, donde el reciente 29 de abril, el toro "Cayito" de Campo Real le avisó dos veces que le iba a hacer daño y no se la perdonó: le infirió otra grave cornada en el hemitórax derecho, debajo de la axila, percance del que no ha terminado de sanar y es el que lo ha llevado a tomar la difícil decisión de hacer un alto en el camino.
Carismático, natural, espontáneo, sincero… así es Arturo. Un hombre de una pieza; un torero que lo tiene todo: una familia muy bonita, muchos amigos, una productiva finca de olivares, y una vida tranquila fuera de los ruedos. ¿A qué aferrarse pues a que un toro lo mate? Sé muy bien que a él no le importaría, pero sería insensato buscar un desenlace trágico, sobre todo cuando tiene un abanico de posibilidades para encontrar su realización personal sin vestirse de luces.
Él lo sabe y posee la inteligencia suficiente para asimilarlo y seguir adelante. Porque Arturo es un gran triunfador; un hombre recto y cabal, un querido amigo al que aplaudimos de pie su paso por la Fiesta, y sólo podemos desearle lo mejor del mundo. Porque él ya conquistó la gloria taurina, y ahora está llamado a disfrutarla.