El episodio romántico llegó en boca de Arturo Macías quien, micrófono en mano, se dirigió al centro del redondel para brindar su actuación al precursor ─creador─ de la fiesta brava en Provincia Juriquilla: Juan Arturo "El Pollo" Torreslanda… palabras sentidas que pusieron de pie al cónclave.
El dinástico coleta de la tierra, con el valor que lo caracteriza, firmó dos faenas de diverso calado pero de igual trascendencia en el tendido; siempre con las zapatillas fijas en la arena y la convicción por delante, para hallar lo que sus colaboradores no querían mostrar. El primero de su lote salió andarín y solamente le permitió lucir esporádicos lances con el capote; tras una buena vara de Eduardo Reyna, el burel resultó armónicamente adornado con las banderillas e inició el trasteo muleteril. Las embestidas inciertas del de Barralva obligaron al queretano a mantener el engaño con mano firme y sin titubeos; la faena terminó en tablas y, tras un estoconazo, solo la casta mantuvo en pie al toro que tardó en doblar. La emoción se apoderó del tendido y el juez de plaza, Antonio Velázquez "Talín", no dudó en premiar la lidia con las dos orejas.
Con el que sirvió para cerrar el telón de la aún veraniega noche, un hueso duro de roer, San Román la tuvo cuesta arriba; desde que hubo saltado a la arena, el publicó consideró que no cumplía con el trapío requerido y soltó algunos pitos. Asentado y con una apacible madurez, Diego inició el saludo capotero; decidido, arrancó su faena de muleta con electrizantes cambiados por la espalda que calaron fuertemente en el ánimo del respetable; variada faena de valor pero carente de la ligazón impedida por las condiciones del barralveño. Aquerenciado, el toro lo obligó a cerrarse en tablas y culminar allá su labor con otro estoconazo; el juez sacó un pañuelo y la persistente petición lo obligó a mostrar el segundo: otras dos orejas.
Arturo Macías tuvo que apechugar una tarde para el olvido; su primero, el del sentido brindis, era incierto ─con más genio que bravura─ y le hizo pasar las de Caín. Con arreones más que embestidas, fue una tarea sin continuidad, ya que el burel hacía por él o por el engaño; una faena en la que Macías ni siquiera intentó por el pitón izquierdo. Abrevió, y tras un metisaca y tres golpes de descabello ─y un aviso de por medio─ pudo concluir la esforzada faena.
Vino el quinto de la tarde, un ejemplar que echó por tierra el adagio de que no hay quinto malo. Para colmo de las calamidades, el toro sufrió una lesión (causada muy probablemente por una banderilla) que lo descordó e invalidó para la faena de muleta. Ante el desencanto de Macías ─y, obviamente, del público─ tuvo que cortar por lo sano y permitir que saliera el puntillero para dar el cachetazo final.
Mención aparte merece Fauro Aloi, el rejoneador alternativado en ese mismo coso (donde su padre le concedió el doctorado, en abril del año pasado) y mostró su aplomo en la monta de sus caballos. El primero de la tarde iba claro a los capotes de los subalternos pero regateaba las reuniones con el corcel; incierto comportamiento que hizo duplicar el esfuerzo del joven rejoneador.
Con el cuarto de la función pudo mostrarse templado a la monta de su cuadra, para luego de un solo rejón de castigo poder lucir con las banderillas. La faena no estuvo exenta de sorpresas y, en un arranque del toro, Aloi fue pillado desprevenido y su montura resbaló… por fortuna, sin consecuencias que lamentar; el capitalino siguió cabalgando con parsimonia y serenidad y logró clavar hasta tres banderillas al violín. El intermedio cedido a los Forcados de Juriquilla no mermó las emociones en el tendido y, tras un rejón ligeramente trasero, el público le brindó una ovación; del biombo de la autoridad vinieron los premios: una oreja y arrastre lento al de Barralva.
Y así seguimos atestiguando cómo se cumplen los sueños que, hace ya treinta y seis años, cristalizó el empresario guanajuatense Juan Arturo "El Pollo" Torreslanda.