La expectación por ver a Marco Pérez era grande, y desde hace varios días los medios locales se hicieron eco de su presencia, amén de que el año pasado había estado por aquí en una primera toma de contacto con el México taurino, el de José Tomás y El Juli, que cruzaron el charco en busca de rodarse antes de debutar en España.
Y si en aquella noche de Juriquilla, vestido de corto, ya causó una grata impresión, lo de hoy era muy diferente, ya que se trataba de pisar, vestido de luces por primera vez en su vida una plaza monumental, al lado de una figura del toreo, como José María Manzanares, y de un espada mexicano que viene arreando fuerte, como Arturo Gilio. Así que la responsabilidad era mayúscula.
Cuando los dos matadores de toros del cartel salieron a saludar una ovación, llamó la atención no ver entre ellos al delgadito y bajo torero salmantino, y es que en ese momento se había marchado a la enfermería porque, ya desde que se estaba vistiendo en el hotel presentó un cuadro infeccioso y un fuerte dolor de estómago, además de vómitos y diarrea que presagiaron su caída del cartel en el último minuto.
Todavía después de haber concluido la lidia de los dos primeros toros, se desconocía si aquello iba a quedar en un mano a mano (estaba previsto que los apoderados de Manzanares y Gilio sortearan los dos sobreros que figuraban en la tarjeta).
Al cabo de un buen rato, apareció Marco Pérez caminando por el callejón y de esta manera se confirmó su presencia para lidiar los novillos que le correspondía en quinto y sexto lugares, respectivamente. Y con el primero, de nombre “Golondrino”, un ejemplare noble, el torero salmantino comenzó a desplegar su precocidad desde el mismo instante que toreó a placer a la verónica y remató con una media de reminiscencias belmontinas que fue muy celebrada por el público que seguía su desempeño con mucha atención.
El quite por chicuelinas tuvo donaire y también la faena de muleta, que comenzó con un desparpajo del que se siente dueño de la situación. Porque más que un niño torero, Marco parece una figura del toreo en miniatura, un hecho que provoca una sensación un tanto extraña al no haber ninguna expresión infantil en su rostro, en su expresión corporal, sino todo un torero como si de un hombre mayor se tratase.
La sinfonía de toreo comenzó a desgranarse con absoluta naturalidad cuando toreó al natura, y más aún cuando lo hizo en redondo, encajado de cintura, girando en los talones, y con una desmayo de hombros que, por momentos, recordó a José Miguel Arroyo "Joselito".
Curiosamente, en otros pasajes de la faena recordó a Paco Camino y en otras al Niño de la Capea o a Enrique Ponce, en un compendió de sapiencia que seguía generando admiración en los presentes, muy en especialmente de los niños y jóvenes que había en el tendido.
Y así fue creciendo su faena, mientras el novillo de Fernando de la Mora acudía por ambos lados, siendo el derecho por el que trompicó a Marco, propinándole una voltereta de la que se hizo el quite solo, aventando la muleta al aire para taparle la cara a "Aroma de torero", número 24, cárdeno, con 400 kilos. Hasta ese destalle hizo explotar al público de emoción, para luego dar curso a otros adornos muy toreros, porque todo cuando hace lo realiza sintiéndose torero, y su menudita figura llena la plaza.
La faena se vivió con entusiasmo y se le corearon con fuerza los muletazos, incluidos los cambios de mano o los pases de pecho, antes de que entrara a matar, en los medios y de lejos, con una espadita que parecía de juguete, para colocar una estocada entera, un tanto trasera y desprendida que no hizo doblar pronto al novillo.
Ahí empezó su calvario, ya que se eternizó con el descabello y no hubo nadie que le aconsejara que volviera a tirarse a matar. Y fueron tantos los intentos en la utilización de la espada de cruceta, que le cayeron los tres avisos de rigor, lo que provocó una tremenda molestia en Marco, que además se veía pálido, débil y atormentado por tan desafortunado resultado.
Alentando por la gente, fue capaz de darle la vuelta a la moneda y volver a torear con mucha claridad de ideas al sexto, que fue deslucido y huía continuamente de la muletita tersa de Marco, que se la dejaba puesta en la cara una y otra vez para sacarle provecho, haciendo gala de un clasicismo rondeño en sus atinados procedimientos.
Y aunque a este ejemplar también tardó en matarlo y escuchó otro aviso, antes ya había anunciado que regalaría otro sobrero de la misma procedencia.
El de regalo era un novillo sin remate, impropio de una compromiso de esta relevancia, y no aportó emoción a la lidia salvo en contados momentos en que embistió con más franqueza y que Marco aprovechó para hacerle otra faena entonada con idénticos pasajes de torería que le valieron una aclamada vuelta al ruedo con sabor a triunfo en este esperado debut que pude ser el comienzo de algo grande.
Si Pérez era la noticia obligada, la actuación de Arturo Gilio fue convincente de principio a fin, y en esta primera comparecencia como matador en la Monumental, demostró que lo suyo va muy en serio, ya que toreó con soltura a la verónica y luego hizo una faena de garra, trazo largo y muleta poderosa, a un toro reservón que estuvo a punto de herir de fea manera al experimentado banderillero Diego Martínez, que lo había lidiado con enorme eficacia y luego le había clavado un primer par de banderillas en todo lo alto.
Crecido y motivado, Diego buscó cuajar otro buen par y el toro alargó la gaita y lo empitonó por el vientre de fea manera, afortunadamente sin consecuencias, como sí las tuvo el caballo de picar al ser derribado, y con el que Daniel Morales colocó un magnífico puyazo en el que buscó defenderse hasta que el toro lo derribó estrepitosamente para luego inferirle una cornada a su cabalgadura, que estuvo largo tiempo a merced del de Fernando de la Mora por más intentos que hicieron los toreros por apartarlo de su presa.
A este ejemplar, que era alto y hondo, Gilio le plantó cara en los medios y mostró sus cartas credenciales, basadas en un sólido valor y una atractiva ambición, pasándose lo ceñido en redondos y naturales de magnífica factura que fueron coreados con profundidad por la gente.
La faena al cuarto, un toro de preciosa lámina, por bajo de agujas y corto de manos, fue otra muestra determinante de su vocación torera, y de inmediato le encontró la distancia para torear a placer por ambos pitones, templando mucho las embestidas y llevando largo al de Fernando de la Mora, que no era fácil y había que estar fino en muchos aspectos técnicos para sacarle el mejor provecho.
Valiente y decidido, Gilio se lo pasó por la faja en distintos muletazos que le llegaron a la gente, antes de ejecutar una estocada entera, trasera y desprendida de la que le pidieron una oreja. En cuanto el juez de plaza la concedió, un sector del público protestó -quizá por la deficiente colocación de la espada- y César Pastor sintió que los que chillaban quería que le diera otra, así que, sin pensarlo mucho, la soltó y fue entonces que se la protestaron a Gilio quien, al recibirla de manos del charro, arrojó una de las dos a la arena.
José María Manzanares tenía seis años sin venir a Aguascalientes, un hecho que se remonta a la Feria de San Marcos de 2017, y hoy sorteó dos toros que no terminaron de romper con los que estuvo aseado e inteligente, buscándoles las vueltas en los medios, para dejar sobre la arena trazos templados, de muleta mandona, y rematando las series con rotundos pases de pecho.
Al primero lo pinchó antes de recetarle la estocada final, y al toro corrido en quinto lugar, sí le pudo meter la mano en el primer viaje, lo que le valió el corte de una oreja que paseó con una sonrisa en los labios, en una tarde en la que estuvo pendiente de Marco Pérez todo el tiempo, con el cariño de quienes ya conocen las dificultades de un camino que hoy apenas comenzó para el alma torera de una figura en ciernes, recubierta en un cuerpo de niño.