La cosa fue con el cuarto "Derribado", comenzó desairada. Morante le salió pronto, capote a dos manos y acorralado contra las tablas debió arrojarlo y escapar a carrera tendida buscando burladero. Era negro, con 540 kilos, cuatreño como todos y apretadito de puntas.

 

Tras el dislate, se agarro duro con Cruz Ríos en dos varas tomadas a galope desde muy largo. Celo, y pujanza, pero poca estabilidad, salió blandeando. El público la tomó con él. Querían devolverlo. Y vino el quite y en lugar de caer se fue arriba, complicando las dos bellas chicuelinas y la media despampanante de José Antonio. 

Seguía la protesta rabiosa. Trujillo y Sánchez le adornan con decoro. Y entonces, comenzó la transformación del agua en vino. Ayudados embraguetados por alto, cuatro por bajo, y un molinete invertido abelmontado, que, como dijo luego en el callejón Paco Ojeda, transformaron la indignación en alegría.

 

La lidia no fue fácil (afortunadamente), había que apostar, aguantar y torear mucho, No era el toro bobo que idolatra el estilismo mequetrefe, no. Un exigente y temperamental que se paraba debajo del brazo cuando le daba la gana y que obligaba tragar y tragar y mandar. La faena por supuesto tampoco fue perfecta (afortunadamente), sembrada de añagazas y atentados, pero fue veraz, poderosa y a muerte. Cinco derechas mandonas en redondo, piel con piel, a toro enroscado, vaciado tras el cuerpo, sin ceder terreno, uno de costado y otro cambiando de mano largo por el pecho. !Uf!

 

Ceñidos los naturales, sí, pero no los naturales, digo los naturales de Morante, tronco enhiesto, mentón al pecho, talones clavados, toro en jurisdicción, suerte cargada, yéndose con todo en ella. La plaza en pie y la banda en pleno atronando un toreo de antes, de hoy, de siempre, a un toro bravo e insumiso. Dos tandas de a cinco y seis más, extraordinarias, y la locura. El ¡torero torero¡ y todos tras la espada que dio en hueso dos veces en sendos volapiés y una completa, desprendida, saliéndose del camino recto.

 

Los que pitaban y clamaban la devolución del toro, exigieron la oreja y ovacionaron el arrastre con la misma vehemencia que antes. Así son las corridas. El maestro, ya sereno, tomó la oreja, que no le agregaba nada, la tiró al tendido y seguro de ser el torero máximo del mundo, refrendado en el histórico ruedo, dio una vuelta feliz, con sombreros, flores, gritos y otras cosas. !Lo que se acababa de jugar!

 

Había inaugurado la feria con uno de los momentos más estéticos de la tarde, siete verónicas y media, hondas, que calaron el alma sevillana y arrancaron rugidos. Luego el toro se fue a menos le pinchó dos veces cuarteando y le sacaron a saludar como en voto de fe.

 

Al finalizar la corrida el de la Puebla fue coprotagonista de otra sensible escena, en compañía de la pequeña hija de José Antonio Carretero, le cortó la coleta en el ruedo.  

 

Tomás Rufo y Juan Ortega, tuvieron el privilegio y la desgracia de coincidir con esa explosión de auténtico toreo que lo empequeñeció todo. Sin embargo sin poder descifrar completamente las complicaciones de sus lotes, no dejaron dudas de su compromiso y sus virtudes. La mente clara y el corazón de Valiente uno y ese don de la delicada y exquisita sevillanía el otro. El toledano mató mejor y saludó en el tercero y el trianero se fue silenciado, pero no olvidado. Los cinco de Hermanos García Jiménez, y el sexto Olga Jiménez, formaron un conjunto de medianía, tirando a la baja en trapío, casta, fuerza y fondo.