Lo sublime del arte, cuando no solo cumple con la finalidad de la estética sino que se manifiesta para fines benéficos… es doblemente sublime; así resultó la noche taurina en Provincia Juriquilla. Seis toreros y la voz de María Toledo se unieron para ayudar a Los Ángeles Taurinos en su loable labor de financiar tratamientos oncológicos en el CIC.

Por su parte, la satisfacción del público también fue doble: el deleite de colaborar en tan laudable acción y, sin duda, disfrutar la variada expresión del sexteto de artistas que se ofrecieron voluntariamente a participar en el festival; quienes, de haber acertado con los aceros, habrían cambiado la historia del convite.

La función arrancó con el paseíllo, al que sucedió la ceremonia de reconocimiento a los actuantes ─toreros y ganaderos─ y la cereza del pastel: galardón a la trayectoria del matador hidalguense Jorge Gutiérrez; el maestro dio una vuelta al ruedo al abrigo de un público que se le entregó de manera unánime.

Estefanía Uribe mostró sus avances a la monta de una intachable cuadra, lució en los lomos de sus caballos; pese a que el de Rancho Seco, aquerenciado en tablas, no colaboró para que la faena de la rejoneadora tuviera más continuidad. Mató al segundo intento y fue invitada a saludar en el tercio. Mención aparte merece la actuación del grupo de Forcados Amadores de México, cuya sobria pero efectiva labor fue aplaudida por el cónclave.

José Mauricio tuvo que esperar hasta el sitio de honor, en razón de que el ejemplar de Torreón de Cañas se rehusaba a salir del toril; el público no desesperó, pues mientras las autoridades decidían cómo continuar, María Toledo se dedicó a complacerlo con su voz. Fuera de turno, pero con la voluntad de agradar, el espada capitalino hizo gala de recursos para complacer al tendido; permitió el correspondiente quite al queretano Juan Pedro Llaguno y tomó la muleta… la embestida de un toro que le protestaba un pase sí y otro también no le impidió el corte de un apéndice.

También Juan Pedro Llaguno, ante un burel de Las Huertas, tocó pelo tras una faena de altibajos; invitó a Leo Valadez para adornarlo con las banderillas y el respetable los ovacionó. Ya con la franela, y a pesar de las dificultades que le presentaba su enemigo, buscó con afán ligar los pases y logró tener eco entre los asistentes. Mató al segundo viaje y el juez Manolo Garrido le concedió una oreja.

La interpretación más sentida de la noche llegó con el buen ejemplar de Gómez Valle; Leo Valadez demostró lo que ha crecido en su tauromaquia y cubrió cabalmente los tres tercios: variado con el capote, certero con las banderillas y efectivo con la muleta… ¡ah!, si no lo hubiese pinchado.

El de Pastejé que lidió Diego Silveti mostró en varas el sello de la casa, derribó al picador de dinastía ─Efrén Acosta─ y, a final de cuentas, le exigió sitio y mando al guanajuatense; el también dinástico matador no se arredró y le plantó cara a un toro áspero que tiraba derrotes en cuanto sentía el engaño. Otra vez el desacierto con la toledana privó de mejor suerte a Diego.