No más aparecer el primero la lluvia se desató. A chuzo. Ya ni modo, adelante con los faroles. Pero cuando lo arrastraron era el diluvio, ni se veía. El ruedo, un pantano, y la suspensión de la corrida, un hecho. Sin embargo, Román salió al tercio y con ademanes pidió al palco que soltaran el segundo.
De una, saltó "Buenavida", negro, bello, bajo, enmorrillado, astifino, cornidelantero y ávido atacó un lanceo de brega, la vara en sitio de Ospina, y puso en aprietos a los banderilleros antes de desencadenar su bravura contra la muleta del valenciano, que azotado le distanciaba y echaba fuera, sin negar pico.
Era una furia incontenida que a punta de persistencia fue acatando el trazo tanto por uno como por otro pitón. Pasaba y volvía con hambre de trapo levantando estelas de agua en suertes de dispar estética. La navegación se hizo de altura y leguas, hasta el desplante rodilla en tierra que significaba más reconocimiento que alarde victorioso. La estocada en guardia y el descabello afortunado no hiceron honor, pero sí la ovación al arrastre.
Con el quinto, "Jinete", buen mozo de 504 kilos, chorreado en castaño, que completó el que sin duda fue el mejor lote de la buena corrida. Salió Román a la revancha, mas, de nuevo, con el capote divagó sin concretar un prólogo sustancioso.
Viloria castigó la fiereza en la justa medida, y en banderillas Carlitos Rodríguez le lució y se lució. Llovía y llovía, la faena fue ambiciosa, larga, variada, de dos manos, pero con todo y su prolijidad el toro pareció ganar el protagonismo.
Advertida de la posibilidad de indulto el trasteo se alargó aun más y más, hasta que el santabárbara se aburrió y amagó desistir. Conminada por la mayoría y Usía la estocada en alto mató con degüello, las dos orejas vinieron por añadidura y la ovación al arrastre que no la vuelta solicitada, por justicia popular.
El culmen estético de la corrida fue la faena de José Garrido al tercero "Castellano", número 949, cuatreño como todos, pequeño, casi al mínimo con sus escasos 440 kilitos, límite de legal inferior en Colombia. Mejor dicho, según la tablilla, en el margen de la ley (no al margen, por un gramo, o un estornudo).
Discreto de cara (el único), justo de fuerza, se derrumbó en el primer tercio y blandeo luego a discreción, pero por encima de todo eso imbuido de una pastueña nobleza y de una obcecación repetidora, virtudes con las que José construyó su pequeña obra maestra. Iniciada por delantales, verónicas chicuelinas y medias repartidas entre saludo y quite a la caricia de Bulla con la puya. Qué regusto.
Vengan trastos, brindis al público aguantador y en la boca de riego las dos rodillas en tierra. Galope desde las tablas y tres órbitas perfectas alrededor del postrado, que se incorpora, le da uno de costado, un cambio de mano y uno de pecho. Todo junto, qué cosa bonita. Luego en redondo, humillando, blandeando, siguiendo con las dos puntas.
Y la gente y los músicos enfiestados, y todo limpio, consonado, aceptado, incluso la estocada caída que no fue óbice para las dos orejas, ni las carencias de fuerza y trapío para la vuelta al ruedo dispensada de motu propio por Usía. Con el sexto, que fue de aspereza encastada, el torero dueño ya de puerta grande tramitó el difícil asunto y mató con una estocada de escandalosa hemorragia bucal.
José Arcila, cobijado por el paisanaje no pudo obtener más que par silencios. El primero, quizá el de menos transmisión del encierro, y que cazó al banderillero Marcos Prieto ya dentro del burladero de matadores corneándolo grave en el triángulo de Scarpa, no fue material propicio para que las solemnes maneras del manizaleño y su ineficaz y avisada espada encendieran el fogón regionalista.
El cuarto, de corto recorrido, atendía los toques, venía pero no se iba, no pasaba del cuerpo del torero y se revolvía, problema que resulto insoluble y terminó en un pinchazo complementado por la puntilla.
Buena, variada y bonita corrida, de Santa Bárbara, que tuvo en su disparidad la peca. El turbión de agua que sin deserciones aguantamos todos no logró enfriar su fogosidad. Los toreros pecharon con el clima e hicieron lo posible sobre un piso imposible que con mucho menos en otros ruedos y ocasiones hubiese justificado la suspensión de la corrida. ¡Chapeau!