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El toreo: una droga

Sábado, 08 May 2021    CDMX    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo          
A sus 71 años, Eloy Cavazos mantiene una llama que no se apaga
Por algo llegó a ser la figura del toreo que fue. Sí, porque no se dejaba ganar las palmas por nadie, y cuando eso llegaba a ocurrir, se enfermaba de rabia. Si hoy no salió a hombros fue porque –raro para su proverbial tranquillo estoqueador– no estuvo fino a la hora de matar. Pero ahí está su raza de predestinado; su entrega sin concesiones, y ese carisma sempiterno que hacen de Eloy Cavazos un torero cuya llama es incombustible.

A sus 71 años demostró una vez más que será torero hasta los restos, aunque a sus nietos les haya prometido que ya no iba a torear. Pero el hombre no puede vivir sin ello. Es como las drogas, pues, un vicio tan acendrado, paradójicamente para alguien que jamás las ha probado, pero que en el toreo encuentra ese aliciente para sentirse vivo.

Y demostró que sigue mandando, porque, fiel a esa incomprensible manía, no abrió plaza, sino que echó por delante al esforzado Adrián de Torres, por aquello de no encontrar al público tan frío, que en este caso no lo estaba, ya que en "Cinco Villas", desde el paseíllo, hubo un ambiente alegre, con la concurrencia predispuesta a encontrarse con estos toreros anunciados "de Leyenda", de los que Eloy Cavazos dio buena fe que es un libro abierto para las nuevas generaciones, no sólo de aficionados sino también de toreros.

Atentos a cuanto hizo estuvieron todos los espadas de este original cartel, y si por ahí se echaba de menos la presencia de don "Rafa" Báez –su padre taurino–, El Vito –su hermano del alma–, y hasta de El Tableao –su leal escudero–, lo que no había cambiado en nada era la mirada de Eloy, "la del tigre", que salió de la jaula a comerse lo que se pusiera delante.

Desde los lances de recibo, pasando por las chicuelinas del quite, y hasta el tercer viaje con la espada, el definitivo, ahí quedaron como joyas relucientes unos naturales de delicado trazo y mucho sentimiento; ora con el compás junto; ora con el compás abierto, acompañando en este caso con la cintura y el pecho, enfibrándose, sintiéndose como aquel novillero hambriento de pan y sediento de gloria, que debutó hace más de medio siglo en la Plaza México.

La conclusión resulta la misma: Eloy fue siempre "El-Hoy", con todo ese pasado a cuestas, pero dotado de un presente que lo hace feliz: el de haber tomado la sabia decisión de morirse en la raya; de llevar al límite su esfuerzo físico y mental, y de tener, todavía, esa fuerza interior para no desfallecer nunca. Por algo fue lo que fue; por algo es lo que es: un torero con un corazón inmenso.

Si Eloy dejó preñado el ambiente de tantas cosas, Guillermo Capetillo no le fue a la saga en cuanto autenticidad, y el hijo del inolvidable Manuel, el charro bragado, el torero sentimental y carismático, dejó sobre la arena un ramillete de perfumadas verónicas, con ese capotito tan lacio, de reducidas dimensiones, con las que cuajó unos lances cargados de hondura.

Y si luego no vino la faena de cante grande, como aquella de "Gallero", que sigue siendo un referente de arte en mayúsculas, sí regaló varios detalles sueltos de aroma a torero de otro tiempo, de aquel que se fue para no volver.

Escondido en su labor de ganadero hace tantos años, Javier Bernaldo desempolvó los trastos para volver a sentir el cante, y eligió un "Guantero" de su propio hierro, castaño, bonito, como no podía ser de otra manera, al que le hizo una faena breve, concisa, a la que antecedió un toreo de capote con varios pasajes preciosos, en los que mostró la calidad de su concepto.

Inspirado quizá por lo que había visto, Curro –no el de Sevilla, sino el de Linares–, fue otro de los que hoy destapó el frasco de las esencias, en una faena plagada de pellizco, sobre todo con esos adornos tan propios de su clásico repertorio: las perfumadas trincherillas y los kikiriquíes, en los que prodigó técnica, oficio y sentimiento, en medio de la algarabía de un público que disfrutaba cada instante de un festejo diferente.

El que tuvo la suerte de espaldas fue Javier Conde, que pasó inédito ante dos novillos que no le permitieron mostrarse. Ahora tocó probar la hiel al malagueño, más aún después de haber visto torear así de bien y no poder dar ningún tipo de réplica. Así es la suerte de caprichosa muchas veces. Para bien o para mal.

Y en dicho sentido, fue una pena que el anfitrión, Luis Marco, que seguramente también estaba deseoso de brindarse, haya tenido que obedecer al doctor Jorge Uribe, que luego de revisarlo en la ambulancia, le diagnosticó una hipertensión que le impidió salir a torear.

Sin embargo, la vuelta al ruedo que dio, aclamado por el público, tuvo un grato sabor a triunfo, porque una de sus mejores cualidades, la de la generosidad, aflora en todas las acciones que tiene para con la Fiesta Brava. Y lo que él hace no es otra cosa que fomentar la afición, con la categoría y el rumbo que lo caracterizan.

Ficha
Santiago Cuautlalpan, Méx.- Plaza "Cinco Villas". Festival de Leyendas. Media entrada del aforo permitido (unas 350 personas), en mediodía soleado y caluroso. Novillos de Montecristo (1o., 3o., 5o., 6o., éste con el hierro de Cieneguilla), Bernaldo de Quirós (4o. y 7o., como regalo) y uno de Fernando de la Mora (2o.), desiguales en presentación y juego, de los que destacó el 2o. por su calidad. Pesos: 396, 350, 380, 340, 390, 385, 360 kilos. Adrián de Torres: División. Eloy Cavazos: Oreja. Guillermo Capetillo: Vuelta tras dos avisos. Javier Bernaldo: Vuelta. Javier Conde: Silencio y pitos tras dos avisos en el de regalo. Curro Díaz: Oreja. Incidencias: Adrián de Torres abrió plaza por así acordarlo con la empresa. Amenizó el festejo el barítono Jorge Guerrero, cantando pasodobles de la autoría de Agustín Lara. Saludaron en banderillas Pascual Navarro Fernando García hijo, que clavaron buenos pares, y en varas fue ovacionado César Morales. Luis Marco no toreó el séptimo ejemplar, como hubiese sido su deseo, debido a que tuvo una subida de presión arterial y el doctor Jorge Uribe, jefe de los servicios médicos de este coso, le recomendó reposo.

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