La conmemoración del nacimiento de Juan Belmonte del 14 de abril, invita a hacer un recuento de su paso por México, ya que, desde su aparición en el firmamento taurino, su fama trascendió el Atlántico y la afición de aquí también comenzó a hablar de sus hazañas, acentuadas por el lejano eco de una revolucionaria tauromaquia fundamentada en un valor subyugante y un temple "nuevo".
Y como había que darse prisa por verlo antes de que un toro lo matara, según la lapidaria sentencia de El Guerra, el astuto empresario José del Rivero viajó a España a contratarlo para la temporada invernal 1913-1914, en la desaparecida plaza El Toreo" de la Condesa.
De hecho, cuando Belmonte debutó en México no había pasado ni siquiera un mes desde su alternativa, que tuvo lugar el 16 de octubre de aquel 1913 en Madrid. De tal suerte que la afición mexicana fue la primera que lo vio torear en América, alentada por la tremenda expectación que había generado.
Porque Belmonte no sólo toreaba más cerca y más reunido con el toro, sino en redondo, una forma novedosa y más intensa que era desconocida para la mayoría sus contemporáneos y que, andando el tiempo, el gran Manuel Jiménez "Chicuelo" se encargaría de perfeccionar, para dar así puntual seguimiento a la evolución de ese fascinante "hilo del toreo" del que hablaba el maestro Pepe Alameda.
En aquella primera incursión en México, Belmonte se convirtió en un ídolo, y no se salvó de sufrir una cornada grave, el 21 de diciembre de ese mismo año de 1913, cuando un toro de Zotoluca lo hirió en el coso de la Condesa.
Tras una ausencia de siete años, reapareció ya completamente maduro como torero y artista, y fue en esta segunda etapa cuando cuajó las faenas más memorables y mantuvo una dura batalla con Rodolfo Gaona, y también con otro famoso espada andaluz: Ignacio Sánchez Mejías.
En esta segunda etapa, Belmonte acrecentó su cartel ya cuando Gaona era el amo y conocía bien a uno de sus eternos rivales, pues no en vano el Indio Grande había toreado infinidad de veces con él en España durante sus triunfales temporadas, en la que el gran cartel de la época de oro lo completaba otro torero inolvidable: Joselito El Gallo.
Del paso de Juan Belmonte por la capital se tienen registradas un total de 23 actuaciones, y algunas otras en cosos de provincia. Y aunque no fueron tantas como hubiese querido el público, con esas le bastaron al trianero para dejar su huella y, sobre todo, una forma de torear como no se había visto antes en los ruedos, y que marcó el rumbo a seguir.
Por ello, Juan Belmonte está considerado como uno de los grandes revolucionarios del toreo, cuya figura sigue despertando interés.