Mi primer contacto con la familia Ramírez Villalón se produjo en abril de 1993. En la feria de San Marcos de ese año mis compadres Nicolás Rodríguez Arellano y su esposa Lucero nos presentaron a Lucía, mi esposa, y a mí, –y perdóneseme que escriba en primera persona–, con Florentino, ganadero de Real de Valladolid, quien después tendría ese vínculo también con él y con su esposa Luisa. Tino es una persona con la que es imposible no "conectar", pues irradia un inmenso carisma.
De inmediato nuestra común afición a esta fiesta nos llevó a concertar otra cita, esta vez en Morelia para el entrante mes de mayo, fecha en la que su familia organizaba una corrida en el Palacio del Arte en homenaje a un singular personaje del toreo mexicano, Francisco Gómez "El Zángano".
Así que nos desplazamos a Morelia y allá fue donde conocí a Marco Antonio, con quien mi compadre pretendió hacerse lenguas acerca de mi habilidad de emborronar cuartillas. La verdad es que Nicolás me tuvo siempre mucha estima, demasiada quizás. En esa ocasión Marco nos llevó a su casa en Santa María de Guido, la "Hacienda de la Flor", donde tenía ya el esbozo de lo que es la Biblioteca hoy llamada "Salvador García Bolio", radicada en el Centro Cultural Tres Marías, y en la que resguardaba el fondo de su tío, Monseñor José Villalón Mercado y la colección de textos taurinos que tenía ya tiempo de estar formando, junto con una pinacoteca que era un lujo.
Allí me enteré de que estudió medicina, se especializó en cardiología, que ejerció su profesión y que, tiempo después, por necesidades de los negocios de la familia, tuvo que apartarse de su vocación profesional. También confirmé lo que por noticias de la prensa se dijo, en el sentido de que, al fallecimiento de su tío, el ingeniero Mariano Ramírez, se convirtió en titular de los dos hierros que éste tuvo, el que lidiaba a su nombre y el de Montecillo, mismos que por no tener tiempo para atenderlos debidamente y mantener su bien ganado prestigio, se vio en la necesidad de enajenar. Pero eso sí, siempre llevó con orgullo en uno de sus dedos anulares un anillo con el hierro de su tío Mariano.
Los libros nos acercaron a Marco y a mí. Cada vez que adquiría un lote interesante para su biblioteca, o que tenía noticia de que algo se publicaba por estas tierras, me llamaba por teléfono y comentábamos acerca de esas novedades. Me hacía recomendaciones de la manera de como conservar los libros que tengo en mi poder y me sugería formas de adquirir obras, sobre todo aquellas que están descatalogadas o que se consideran "difíciles" de conseguir. Se había vuelto un gran maestro de la bibliofilia.
Un tanto importantísimo que hay que anotar a Marco Antonio Ramírez, es la creación del primer medio taurino de comunicación digital. Él y Salvador García Bolio crearon y sacaron a la luz la "Gaceta Taurina" en el año de 1996. Quizás el formato no es precisamente el de un portal o sitio de internet, pero sí es un documento digital elaborado por y para los lectores de dicho medio. Decía en su cabecera "todo lo que de toros es… en internet". Su primera época abarcó de agosto de 1996 a enero de 1999 y ambos me hicieron el honor de invitarme a participar en ella. Actualmente vive una segunda época, que comenzó en mayo de este año.
También tuve el honor de que Marco me guiara personalmente un recorrido por el Museo Taurino del Centro Cultural Tres Marías, su gran obra a favor de la cultura de la Fiesta. En ese momento tenía en construcción una sala para dedicarla a obras taurinas de Pablo Picasso y me comentaba la ilusión de edificar otra para destinarla a la dinastía de los Solórzano, que tiene su punto de partida allí, en Morelia. Cada vez que conversábamos, se tocaba el tema y los avances, que eran lentos, pero él no perdía la esperanza de lograrlo. Quizás sus sucesores puedan concluir ese proyecto pendiente.
Más no solamente dedicó Marco Antonio sus esfuerzos a la cultura de la fiesta de los toros. Estuvo involucrado en un importante número de obras sociales que tienen como fin el apoyar a aquellos que están en situaciones desventajosas. Y lo hacía de manera silenciosa, sin buscar los reflectores ni las noticias en la prensa. Llevaba así a cabo una solidaridad bien entendida, que es aquella en la que no se tiene que alardear del bien que se hace.
Marco ha sido un hombre sencillo que supo disfrutar de la vida. Todavía recuerdo aquel 23 de abril de 1996, reunidos en la casa en la que vivo, con Tino su hermano y su esposa, Nicolás y Lucero, el coronel Chávez, abuelo de Fernando Ochoa, mi otro compadre Isidoro Cárdenas y Rosi su esposa y el Maestro Jesús Córdoba y su esposa. Íbamos a comer allí para después ir a la presentación del libro que el Centro Taurino México España había publicado por el centenario de la plaza de toros San Marcos. Nos dispusimos a sentarnos en el comedor, pero, sigilosamente, Marco, el coronel y el maestro Córdoba se mudaron a la mesa de la cocina, "porque allí las tortillas estarían más calientes…", maniobra inteligente de los tres.
La última vez que vi a Marco Antonio en persona fue en Madrid, en la Feria de Otoño del año 2018, el viernes 28 de septiembre, justamente en el puesto de libros que se pone en los bajos de la plaza de Las Ventas –¿dónde más podría ser?– sabía que estaba allí, pero ese tiempo para él no era de toros, sino de ópera y de teatro. Me confesó que "el bombo" de Simón Casas le intrigó y le llevó a la plaza y allí nos encontramos y conversamos. Después tuvimos algunas conversaciones telefónicas hasta que esta mañana de jueves me encontré con la noticia.
Pues ya Marco y Nicolás están reunidos otra vez, seguramente discutiendo si el toro "Tejón" de su tío Mariano, que inmortalizara Alfredo Leal en "El Toreo" de Cuatro Caminos, era o no de vuelta al ruedo. Hoy me he quedado un poco huérfano de amistad. Transmito desde aquí nuestra sincera solidaridad en este momento de tristeza a Enrique y a Tino, sus hermanos y a Valentina y a Rafael, sus hijos. Me consta que es complicado asumir una pérdida así, pero la única solución que tenemos es aprender a seguir viviendo con ella.
Por mi parte digo: ¡Te voy a extrañar mucho, querido Marco!