En el gran coso había unos 35 mil espectadores dispuestos a emocionarse con dos tauromaquias distintas; con dos personalidades antagónicas; con dos maneras de sentir e interpretar el toreo, y quizá con el denominador común del amor tan grande de uno por su tierra de nacimiento, y el otro de su tierra por adopción: Aguascalientes.
Había quienes todavía le escatimaban a Arturo su presencia en el cartel. Sin embargo, su paso por este coso en los últimos años le avalaba plenamente para torear con ese monstruo del toreo como es José Tomás.
Y es que desde su reaparición, el de Galapagar sólo ha toreado mano a mano con El Juli (en la plaza de Ávila), y con Morante de la Puebla (en el Puerto de Santa María), dos rivales de muy distintas condición y experiencia con respecto de Arturo.
Así las cosas, el reto no era fácil para el hidrocálido, que salió dispuesto a todo y, nada más ponerse delante del su primer toro, fue volteado feamente cuando toreaba con el capote. Los segundos de angustia presagiaron una inesperada encerrona, y hasta el propio José Tomás se metió al burladero de matadores con un gesto de preocupación en el rostro.
Pero Arturo está hecho de una pasta especial, y se sacudió la ropa para volver al toro al que, después de picado, cuajó un sensacional quite por gaoneras, uno de los momentos estelares de la corrida.
El público aulló en el tendido con aquel artístico y valiente arrebato, y ya no abandonó ese estado de comunión con Arturo, que cuajó una de las faenas más estructuradas y bellas de todas cuantas ha realizado en La México.
Porque no sólo fue temple mágico en su muleta, que enamoró de principio a fin al nobilísimo toro de Xajay, sino una inspiración talentosa que mantuvo en un hilo el entusiasmo de la gente, que disfrutó a tope la suavidad de cada muletazo, el asentamiento de las zapatillas, la serenidad del torero.
Así se pasó una y otra vez las embestidas por la faja: ceñido y torero, en series de magnífico acabado que abrochó con señeros pases de pecho o sedosos cambios de mano. Y hasta un fulgurante muletazo cambiado por la espalda brilló como un astro en medio de la algarabía colectiva.
Las bernardinas finales fueron la cereza en el pastel. Se perfiló Arturo para matar en le suerte contraria, y citó a "Cuatro Caminos" de largo; el de Xajay tomó la muleta con la misma clase, humillado y con ritmo, y el torero ejecutó la suerte a un tiempo, en una demostración de valor.
Aquella maravillosa rúbrica merecía los máximos trofeos. Sin embargo, el juez Miguel Ángel Cardona, que reaparecía en el palco de la autoridad tras varios meses de ausencia, no tuvo la sensibilidad para conceder el rabo del toro.
¿Qué es entonces lo que un torero tiene que hacer para cortar un rabo en La México? Así como le recriminaron a Arturo el rabo que le concedieron el pasado 8 de febrero, después de otra faena casi del mismo nivel, con un gran toro de San José, ahora se lo pidieron con verdadera pasión.
Y el enojo de la gente fue mayúsculo. No era para menos. La seriedad de la plaza es una cosa, y la sensibilidad para captar la valía de una faena como ésta es otra.
Arturo trató de disimular su enfado, y dio la vuelta al ruedo con las dos orejas del toro en las manos; un ejemplar que debió ser premiado con arrastre lento.
La gente, que nunca se equivoca, entregó todo su entusiasmo al torero de Aguascalientes y, por otra parte, recriminó la rácana actitud del juez de plaza, que ya había cometido el error de no entregarle la primera oreja de la tarde a José Tomás, después de una faena importante.
Porque vaya que también el de Galapagar había toreado al toro que abrió la función con entrega, en un trasteo macizo y muy torero, donde desgranó detalles de una calidad.
A partir de la lidia del tercer toro, la corrida tuvo un bajón de ánimo, quizá porque los toros de Xajay no estaban aportando emoción a las faenas.
José Tomás se esmeró delante del tercero al que fue sobando hasta meterlo en vereda y terminó convenciendo a todos, en otra faena admirable que remató de una buena estocada para cortar una merecida oreja.
Y Macías abrevió delante del cuarto debido a la falta de interés que mostró el toro en su muleta.
El quinto no valía nada y la labor del madrileño pasó inadvertida, ya cuando el público comenzaba a distraerse hasta que saltó el sexto a la arena y su alegría inicial devolvió a levantar una algarabía que se había diluido.
Parecía que este toro iba a ser de triunfo grande, pero se desfondó después de haber cogido a Arturo, que comenzó su faena gallardamente en los medios. Maltrecho y dolorido, Macías volvió a la brega sin la colaboración del toro.
Y aunque José Tomás había estado más que bien, decidió regalar un toro de la misma ganadería. La gente recibió con beneplácito el detalle, y espero a que la faena tomara vuelo, hecho que ocurrió cuando el madrileño se colocó en las cercanías y se pasó a milímetros las embestidas de un toro que se resistía a acudir a los cites.
Estoico, vertical, sin inmutarse para nada, José Tomás construyó otra faena donde todo lo hizo él, y de no haber tardado tanto el de Xajay en doblar seguramente le hubiese cortado la oreja que permitía su salida a hombros.
Un atisbo de coba pareció rondar alrededor de la figura de José Tomás cuando izaban a Macías, pero si hay alguien en esta Fiesta que no se da coba es precisamente éste hombre, que apartó a los aduladores y empezó a andar por el ruedo, cobijado por una cerrada ovación que se prolongó cuando Macías salía de la plaza en volandas, por derecho propio.
Así terminó el dichoso mano a mano entre dos toreros distintos, ambos tocados por la misma raza. Ahora el mexicano se fue por delante, y a mucha honra. Qué bien supo ese grito de ¡Arriba Aguascalientes’n! Sólo nos falto la famosa "Pelea de Gallos", que hubiera caído como anillo al dedo esta tarde en La México.