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El comentario de Juan Antonio de Labra (texto)

Jueves, 22 May 2014    Madrid, España    Juan Antonio de Labra | Opinión   
Sobre la trágica muerte del forcado Eduardo del Villar y el duro golpe para su tío Ger
Hoy no he podido grabar mi comentario de audio, como habitualmente lo hago todos los jueves. Tengo un nudo en la garganta. Me invade el llanto. Así que aquí lo dejo, por escrito, con el silencio que encierra la palabra escrita, y la tristeza que me provoca recordar a Edu.

La muerte encontró Edu de la manera más insospechada, en uno de esos pueblos perdidos del sureste mexicano, ahí donde la fiesta de los toros tiene hondas raíces culturales. Así lo quiso Dios.

Su sonrisa franca, su actitud sincera, y ese desenfado que mostraba por la vida desde pequeño, fueron la bandera de su lucha a partir de aquellos trágicos accidentes en los que perdió a sus padres aún siendo un crío.

Y fue esta circunstancia tan dura, tan adversa, la que lo mantuvo siempre muy unido a su tío Gerardo del Villar, uno de los mejores forcados que ha parido México. De su mano, Edu caminó por la vida en la búsqueda de una identidad propia, y también por esa sinuosa vereda de la aventura, la que lleva a estos hombres a pegar toros… por amor al arte.

Aquella despedida de Gerardo en en la Plaza México marcó la afición de Edu de una manera determinante. El acto simbólico que supuso quitarle la chaquetilla a su tío, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, fue algo muy significativo.

Y para Gerardo fue la cesión de estafeta; la transmisión de una pasión que lo llevó a ser forcado –y novillero, poco después–, con desmedido arrojo y esa inexplicable atracción hacia el peligro, como ahora que se sumerge en las profundidades de los mares a bucear con tiburones, esos otros animales misteriosos, como el toro, que también nos provocan un gran respeto.

La carrera de Edu como forcado no puede entenderse sin la mirada atenta, fraterna y hasta paternal de su tío Gerardo, así como del resto de los Forcados Mexicanos y de otros grupos amigos que ya lo sentían como un nuevo líder de una causa taurina que ahora él se ha encargado de reivindicar con su partida.

Alegre, sencillo y simpático; o recio, espontáneo y noble, todo a la misma vez, Edu será recordado como un hombre que llevó su vocación al límite; un forcado que se entregó siempre con ese espíritu de compañerismo que entraña esta riesgosa y compleja forma de entender la vida.

Y fue a través de esta filosofía con la que afrontó su última pega, con la mirada puesta en los ojos del toro; con la grandeza de saberse seguro de sí mismo y demostrar que bien vale la pena morir cuando se tiene la convicción de no apartarse nunca de un ideal, de un sueño.

Ahora que ya no está entre nosotros, echaremos de menos su contagioso carisma y el ejemplo que nos deja como torero. Porque aunque hay quien diga otra cosa, los forcados también son toreros a su manera y se juegan el físico todas las tardes.

Nos quedará su recuerdo como el de un hombre que encaró la vida, y también su propia muerte, con la frente en alto. Adiós, Edu, ahora ya puedes gozar de tu propia gloria taurina.


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