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Ruedo: El querido Juan José

Miércoles, 10 Jul 2013    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Opinión   
La columna de este miércoles en Récord

"¿De veras me escuchas mejor?", me preguntó Juan José Guerra, ávido de una confirmación de mi dicho. Y en efecto, con el paso de las semanas, aquella voz débil  fue recobrando su fuerza y pareciéndose más a la de siempre, cálida y bien timbrada. Un mes de dura hospitalización y la primera "quimio" le habían pegado la cornada.


Continuador del estilo de Paco Malgesto –anecdótico, saludador, popular, Juan José recordaba a los locutores de la vieja guardia con una voz modulada, con matices, muy radiofónica, y una forma amena, que desarrolló naturalmente, de narrar las corridas de toros y las peleas de box.


Antiguo monosabio, era el encargado de dar la vuelta al ruedo dentro de una enorme botella de fibra de vidrio, réplica a gran escala de la clásica Pepsi, antes del inicio de los festejos de los años setenta en la Plaza México. El objeto tenía un barrote para empujarlo y dos agujeros a través de los cuales el chaparrito monosabio podía ver el reloj monumental. Cuando faltaban diez minutos para las cuatro de la tarde, Juanjo desplazaba la botellota hacia el patio de caballos y salía, todo sudado, de aquel sauna vespertino.   


Tiempo después se convertiría en cronista. Cuando debuté en una transmisión taurina de la XEW el 3 de febrero de 1985 en la Plaza México, Guerra ya estaba ahí. La narración se la repartía con Addiel Bolio y Julio Victoria, mientras que yo, verde como un pepino, reseñaba únicamente el tercio de banderillas. A los cuatro nos dirigía el ingeniero Alejandro Bolio y el locutor comercial era el afable Nacho Hernández.

En 1986, ante la salida de Televisa de Addiel y la muerte de Julio, Juan José y yo nos quedamos como la mancuerna de narradores. Ahí empezó nuestra amistad. El 21 de septiembre de ese año, cuando sufrí un neumotórax espontáneo durante una novillada en La México, no dudó en prestar de inmediato su coche para que me trasladaran al hospital. Recuerdo haber escuchado sus buenos deseos a través de la W, al tiempo en que Toño Ocampo me llevaba a toda velocidad hacia el sanatorio. Esa tarde, José Roberto Garza, Marco Antonio Morín y Germán Lozornio torearon ejemplares de Rancho Seco. 


En 1987 viajamos muchas veces juntos a narrar novilladas y corridas de toros en Torreón. Días felices para nosotros. Al año siguiente, en un viaje para transmitir los festejos de la Feria de Aguascalientes, una mañana salimos a correr y me impresionó la forma en que me dejó atrás con un paso devastador de maratonista. En pocos minutos perdí de vista su figura pequeña y correosa. Así de sano estaba Juan José Guerra en abril de 1988.  


Hace pocos años, cuando empecé a narrar los seis toros de cada corrida por televisión, propuse a los compañeros narradores que me acompañaran ahora como comentaristas pero Juan José fue el único que se negó, considerando que él también debía ocuparse de esa labor. Ese episodio incómodo no afectó nuestra relación y nos seguimos queriendo como siempre.


El jueves antepasado lo visité en su departamento de la colonia Valle Ceylán, adornado con una pintura de Reynaldo Torres, donde aparece micrófono en ristre; un retrato que le hizo Ramón Reveles, reconocimientos y abundantes fotos de los hijos y los nietos. Fue una reunión muy emotiva. Lo encontré delgado, cubierta la cabeza con un sombrero, con un catéter insertado en el lado derecho del cuello y el semblante inconfundible de quien tiene cáncer.

Debajo de una pila de libros, le ayude a sacar el que estaba leyendo: "Jesús sana tu enfermedad hoy" de Guillermo Maldonado. Ahí se quedó el libro en la orilla de la mesa de centro, con sus renglones de esperanza. Chelita, su compañera del alma, con la fortaleza que extrajo de la superación de cánceres en tres partes del cuerpo, nos platicó lo que les decía a sus hijos con tono enérgico: "Ni busquen documentos, su papá no se va a morir". 


Juanillo estaba ilusionado con volver a narrar las corridas de la próxima Temporada Grande en la Plaza México junto con Marisol Fragoso a través de Radio Mil, estación donde recibió el apoyo de don Edilberto Huesca. Hasta tenía planeado llevarse una silla plegable para no cansarse tanto en el callejón. Y yo lo animaba, calculando que si su recuperación iba por buen camino en los próximos cuatro meses y si Dios así lo disponía, podría llegar en condiciones óptimas a la temporada. 


Con esa ilusión nos despedimos, entre lágrimas. En verdad se le escuchaba mejor, cerca de recuperar aquel "chorro" de voz que lo distinguía. Lamento profundamente que el milagro de regresar a los micrófonos ya no se podrá cumplir.


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