Con un hermoso post-toro de lidia al que su criador Julián Hamdan puso por nombre "Hachiko" –dulzura infinita envuelta en debilidad extrema–, Alejandro Talavante cuajó una obra muleteril quizás irrepetible, pues es difícil imaginar que tal caudal de sosegada inspiración pueda coincidir con otro ejemplar tan pastueño y al mismo tiempo tan escaso de energías: pasito a paso embestía "Hachiko" sobre la muleta de un artista absolutamente entregado y fiado al mando de sus muñecas, que con su serena actitud y magistral proceder obró el prodigio de hacer que el cárdeno de Hamdan siguiera su muleta en viajes sucesivos, enredado a su cintura mientras pulsaba el engaño alternando las alturas de acuerdo con aquel imperceptible latido, lo más alejado posible del bravo acometer de un toro de lidia. En su muleta-corazón, diástoles y sístoles se sucedían perezosamente en forma de derechazos, naturales y pases de pecho zurdos, urdidos en series cortas perfectamente rematadas con chicharrina, ranchera, arrucina, cambios de mano, desdenes y desplantes incapaces de abandonar una misma armonía, idéntico elevado ritmo.
Faena de poeta mayor ésta de Talavante, que viene a decir con ella que aun el post toreo puede reservarnos emociones imperecederas, así sean de un tono radicalmente distinto al que solían transmitirnos sus antecedentes del siglo de oro del toreo. Hay vida después de la muerte, cómo no.
Pero solo a condición de que el menguado sucedáneo del toro de lidia alcance semejantes registros de obediente entrega, y tenga la fortuna de encontrarse con un hombre en el cenit de la inspiración. Que tal ecuación no es nada sencilla lo evidenció el propio Talavante en su turno siguiente, cuando contendió con un animal algo más áspero y entero y quiso hacerle lo mismo. Naturalmente, fracasó.
Barroco taurino.
En la historia del arte, el barroco es una corriente cuya exuberancia se desarrolla a partir de la economía de materiales, como desborde de la imaginación creadora desafiada por la estrechez –combinatoria de siete notas en las que cupo todo el universo estacional en Vivaldi, polvo enamorado más allá del río de la muerte en Quevedo, formas que hablan y cantan en la silenciosa inmensidad del pequeño templo de Tonanzintla–. Así el post toreo de Talavante, desarrollado ante la casi ausente embestida de un toro de no-lidia, de cuya indudable clase –entre el goteo y el gateo– extrajo material suficiente para erigir un breve monumento al arte de torear. Sólido en su fragilidad, de fragancia tan tenue como perdurable.
El capote de Silverio
Hace un par de años, coincidiendo con el buen entendimiento de Alejandro Talavante con reses igualmente flojas de Julián Hamdan, observaba esta columna un claro asilveriamiento en los procedimientos muleteriles del extremeño –compás generosamente abierto, cabeza reclinada sobre el hombro, brazo libre en escuadra. El domingo 27, la sombra del texcocano volvió a sobrevolar la México en la media docena de chicuelinas del quite que Alejandro simuló con "Hachiko" –el quite en estricto sentido pertenece a tercios de varas auténticos. Esa forma de tomar el percal, esas manos ligeramente por debajo del nivel de la faja, esa manera de reunir y mecer la suerte, sensualmente envuelto en la tela, las patentó el Compadre en sus años de gloria. Y solía impregnarlas de sentimiento y cadencia aún más acendrados, mexicanísima interpretación del lance Chicuelo derivada de su personal sensibilidad, no de añejas filmaciones.
El otro quite del que hizo nuestro Faraón una creación maravillosa fue la fregolina, hoy en desuso. Creo que Talavante podría recrearla espléndidamente porque su capote sabe lo que es deslizarse con mágica lentitud peinando la arena, como evidenció al rematar, soltando una punta, su desigual serie de lances de recibo a "Hachiko". Y luego, por dos veces, como colofón a las chicuelinas, con caída intermedia de la res, a la que obligó a levantarse para seguir el suave aleteo del percal.
Orejas a El Zapata y José Mauricio. Hablando de torear de capa de y con verdad, poco se ha aquilatado el recibimiento de hinojos que le hizo Uriel Moreno a su segundo, ligando varios faroles sin incorporarse, con "Honda Huella" perfectamente toreado para rematar con escueta y torera media en el mismo palmo de terreno. Y qué decir del pinturero quite que a continuación buriló, original combinación del ojalá con la caleserina, exposición e inventiva aunadas.
Pero El Zapata no consigue romper este círculo vicioso: se admite como normal que alegre siempre los dos primeros tercios, independientemente del grado de colaboración de los astados –el domingo no fue su mejor día como banderillero, lo que no significa que estuviese deslucido–, y con la misma normalidad se da por descontado que en el tercio final descenderá de nivel. Esta vez volvió a suceder. Con la agravante de que se llevó el toro de la tarde –un abreplaza alegre y noble, ideal para el torero– y hubo en su faena altibajos notorios. Preocupado por dotar de despaciosidad evidente su quehacer, la prontitud del animal lo sorprendió varias veces, sobre todo con la muleta en la izquierda. No estuvo mal, pero tampoco todo lo bien que debía. Irreprochable, en cambio, la estocada. Aun así, le protestaron la oreja.
José Mauricio, por el contrario, pechó con lo peor del encierro, es decir, con dos animales aplomados desde su salida e indiferentes a cualquier incitación. O tres, porque el de obsequio tampoco acudió con franqueza a los engaños y concluía con la cara por las nubes sus cortas e inocentes embestidas. Pero el capitalino se plantó con decisión absoluta, le sacó más de lo que "As de Corazones" tenía dentro –casta brava no era– y hasta dibujó limpios derechazos y naturales con su buena clase proverbial. Lo mató, además, a volapié neto. Y mereció de sobra la oreja.
No sólo "Tanguito" y "Clarinero"
El pasado día 31 se han cumplido 70 años de una de las tardes más recordadas de la tauromaquia nacional. Ese día, la ganadería de Pastejé –Murube purísimo-- hizo su debut en el viejo Toreo con un encierro que haría historia, como las faenas inmortales de Fermín Armilla a "Clarinero" y Silverio Pérez a "Tanguito". Sobre dichas gestas insignes se ha abundado, loado y bordado interminablemente. Y también sobre la encastada bravura del abreplaza "Andaluz", con el que no pudo Antonio Velázquez, que tomaba la alternativa.
Pero al margen de tan memorable ocasión –una de las corridas más emblemáticas en la historia de El Toreo y de nuestra tauromaquia–, aquella temporada 1942-43 registró otras hazañas de gran calado. Silverio, que ya era figura consentida pero con "Tanguito" se consagró definitivamente, iba a redondear la campaña más arrolladora de su vida merced a otro par de faenones –a "Caraba" de La Punta, alternando con Garza (14-02-43) y a "Cocotero". de Torrecilla mano a mano con El Soldado (28-03-43: para muchos, superior a la de "Tanguito")–; Armilla, al domingo siguiente de los pastejés, cortó la única oreja de su mano a mano con Arruza ante correoso encierro de Carlos Cuevas. Y un mes antes (03-01-43) había protagonizado, con el propio Carlos y con David Liceaga, lo que muchos juzgan –entre otros el dramaturgo Rafael Solana, hijo del no menos ilustre cronista Verduguillo– el mejor tercio de banderillas jamás visto. Fue con "Pichirichi" de Zacatepec, cuarto de la tarde, al que Fermín le cortó el rabo. Mismo galardón paseado por Liceaga unos domingos atrás (13-12-43) en premio a su célebre faena a "Zamorano" de San Mateo, que mandó ese día un encierro de tal calidad que sólo porque Garza y Silverio anduvieron flojos matando no se fueron los seis sin orejas al destazadero.
Esa temporada alternaron por última vez mano a mano en La Condesa Fermín Espinosa y Lorenzo Garza, la pareja de la época (17-01-43, con toros de La Laguna), así como Garza y El Soldado (24.01.43: Lorenzo desoreja a “Siemprevivo” y Luis se luce con “Perlito”, de San Mateo). Por cierto que Luis Castro se levantó de la gravísima cornada de "Calao" (22.-11-42: corrida inaugural), hasta alzarse con el rabo de "Polvo de Oro", un castaño procedente de San Diego de los Padres (28.02.43). Además, se vivió el nostálgico adiós a dos grandes de la fiesta: Pepe Ortiz, cuya retirada fue definitiva, y Lorenzo Garza, orillado por problemas personales con el omnipotente político -empresario Maximino Ávila Camacho, a cuya muerte el regiomontano volvería a vestir el terno de luces. El último toro estoqueado por Ortiz --alternando con Lorenzo, que tuvo una actuación arrolladora--, fue "Espía", de La Laguna (14-03-43); Garza, por su parte, se encerró con seis de San Mateo entre las rachas implacables de molestísimo vendaval (21-03-43).
Así, cuajado de gestas inolvidables, discurrió aquel invierno de 1942-43, una de las temporadas más recordadas en los anales de la Fiesta en México.
La oleada antitaurina
Preocupante el clima creado en el DF por la publicación, el pasado 30 de enero, en la Gaceta Oficial del Gobierno del Distrito Federal, de un par de adiciones al código penal relativas a sancionar "delitos contra el medio ambiente, la gestión ambiental y la protección de la fauna" (sic). Aunque dichas disposiciones no afectan la celebración de festejos taurinos –los "animales deportivos" (nuevo sic) están exceptuados según un ordenamiento anterior–, el animalismo redobló su furibunda diatriba contra las corridas de toros, cuya suspensión anhela.
Sobre este particular recomiendo leer, además de la noticia, analizada a fondo por la redacción de Al Toro México erudita disertación del abogado y colega Xavier González Fisher, publicada en el mismo portal de internet el pasado sábado 2. Y en relación con la actitud beligerante de los taurofóbicos, me atrevo a sugerir el texto firmado por el autor de estas líneas y difundido a través de La Jornada de Oriente con fecha 23 de julio de 2012.