Quedó comprobado que dar toros fuera de la Feria de Septiembre resulta muy riesgoso para cualquier empresa, pues no obstante el interés que revestía el cartel, con la presencia de Enrique Ponce y Juan Pablo Sánchez, el aforo de la plaza no se cubrió ni a la mitad.

Y si a ello sumamos la falta de casta de los toros de San Isidro, sólo fueron contados los pasajes de lucimiento de una tarde en la que los dos espadas del cartel estuvieron por encima de sus respectivos lotes, haciendo un esfuerzo encomiable por agradar, siendo el arrimón que se pegó Juan Pablo en el sexto, la muestra fehaciente de estas tremendas ganas de triunfar y de llevarse la tarde.

La puerta grande se le negó porque ese toro no dobló pronto ni siquiera tras el rotundo espadazo que le recetó tras haber hecho una faena valiente, recia, inclusive saliéndose de su estilo para demostrar que quiere ser figura del toreo.

También se arrimó como un perro de presa en el cuarto, un toro noble que se paró pronto, con el que hasta se dio el gusto de darle golpes con los muslos en la pala del pitón para obligarlo a embestir cerca de las tablas, donde le robó pases de gran mérito. La gente se quedó pasmada con la actitud del toro y le pidió la oreja con fuerza, misma que paseó sonriente y satisfecho, pues no era para menos.

Porque al berrendo en cárdeno que se lidió en segundo lugar sólo le pudo dar un par de magníficas tandas por el pitón derecho, girando en los talones, asentado y toreo, en esa cuerda de muletero tridimensional que está marcando su estilo.

Y fue así porque el de San Isidro tampoco tuvo demasiado fuelle de la parte media del trasteo en adelante. A este toro lo mató de una estocada entera luego de haber envainado la espada de fea manera, lo que sin duda emborronó el acabado de la obra.

Por su parte, destacó sobremanera el toreo de capote de Enrique Ponce al tercero, un toro hondo, bien presentado, al que toreó bellamente a la verónica y más tarde hizo un exquisito quite por chicuelinas, de manos muy bajas, gustándose en cada uno de los lances.

Este buen nivel de toreo se mantuvo en la faena de muleta, en una labor aseada, en la que le tapó muy bien la cara al de San Isidro para obligarlo a seguir el engaño en repetidas ocasiones. Y a pesar de que esta condición prevaleció hasta el final, Ponce no se aburrió nunca, sino que siguió en la misma cuerda de elegancia y entrega con el públco a favor.

Los adornos finales, cerca de las tablas, fueron el mejor colofón para rubricar la faena mediante una estocada un poco tendida y traserillas, que impidió que se le concediera un segundo trofeo que había ganado a pulso. Con la lógica molestia que todavía le genera a Ponce no salir a hombros, dio una aclamada vuelta al ruedo en medio del entusiasmo del público.

Tanto al primer toro de la tarde como al quinto, les hizo faenas breves, pues no había posibilidades de lucimiento. La gente no se lo tomó muy bien que digamos, sobre todo delante el quinto, lo que provocó una marcada división de opiniones. Pero bien dicen que la brevedad es una especie de cortesía, más aún cuando la noche cayó pronto y el frío tan característico de esta tierra comenzó a sentirse.