Con tan sólo tres corridas en la Plaza México, Diego Silveti ya está en el ánimo del público capitalino. Mientras que a muchos toreros se les dificulta sobremanera conectar con los espectadores, Diego lo hace rápidamente gracias a su carisma, entrega e intensidad, que esmaltan su forma de torear con pureza y sentimiento.

El domingo pasado, durante la inauguración de la Temporada Grande, tuvo la suerte de encontrarse con el bravo "Bonachón", un toro de gran movilidad, codicia y voluntad para embestir de la ganadería de Xajay. Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Javier Sordo, enemigo del toro predeterminado, se ha opuesto a la antiética manipulación de la bravura, que impide que el toro se manifieste.

La faena tuvo pasajes formidables. Las bernadinas -sobre todo una de ellas- resultaron de una emoción arrebatadora. Citaba por un lado y al llegar el toro a jurisdicción, se lo pasaba a milímetros por el otro costado. Lástima que falló con la espada pero tanto la vuelta al ruedo como la ovación en el arrastre fueron más que merecidas.

Diego es uno de los dos toreros que tienen dos tardes firmadas en esta primera parte de la temporada. Lo volveremos a ver el domingo 25 de noviembre.

El encierro de Xajay tuvo otros ejemplares interesantes, entre ellos el primero, de no mala condición pero feble y escaso de fuelle; y el segundo, demandante, nada fácil, de bravura seca. Fermín Spínola le hizo una faena intermitente.

Si el diestro mexiquense mejora en términos de expresividad y apasionamiento, puede ser que llegue a conectar en el futuro con la asamblea. En la segunda parte del trasteo, cuando empezó a sentir la presión del público, se sacudió esa aparente pasividad y se mostró más enjundioso.

Relación malherida

Después de la bronca del domingo pasado, la relación entre Enrique Ponce y el público de la Plaza México atraviesa su momento más delicado.

Lejos de agradecerle el gesto de regalar un toro, la afición le recriminó acremente la presencia del sobrero. Era cornalón pero le faltaba remate en los cuartos traseros. Lo admitió después del festejo, con autocrítica, el ganadero Javier Sordo. ¿La gente protestaba las características de ese toro en particular o le pasaba factura por la acumulación de episodios parecidos?, ¿existe otro trasfondo?, ¿es cierto que, como se ha mencionado en los corrillos taurinos, se infiltraron reventadores? El toro fue bautizado como "Tapabocas" pero en lugar de tapar bocas, activó lenguas viperinas.

La lluvia de cojines no se hizo esperar. Es cierto que una almohadilla puede hacer tropezar al lidiador en la cara del toro, sin embargo las "cojinizas" forman parte de la historia del toreo. Que le pregunten a los espíritus de Garza, El Soldado y Procuna. Esos maestros enfrentaron muchas broncas sin chistar (o respondiendo los insultos, como el gran Lorenzo). Ciertamente, hay que calificar el acto como una falta de respeto, pero es una reacción del público que por alguna razón siente que no se le ha respetado.

La noche del domingo conversé con Ponce. Estaba "cabreado" por el maltrato recibido. Le dije respetuosamente que las figuras extranjeras exageran al buscar condiciones de comodidad en sus giras por México. Es consciente de la situación pero considera injusto que lo señalen únicamente a él cuando se habla de animales justos de trapío. Sobre ese tema, le sugerí: "Ahí están, entre otros, los encierros serios de ganaderías mexicanas con sangre española". Ante esos toros de irreprochable presencia podría resolver la papeleta con su proverbial desahogo y su triunfo alcanzaría gran relieve, él que ha lidiado las corridas más grandes de la historia del toreo.

Enrique reconoció que fue un error seleccionar el lote de La Estancia para su actuación de hace un mes en la "Santa María" de Querétaro. Así lo dejé la noche del domingo, incrédulo ante la ira de la multitud, elocuente como siempre, rumiando lo acontecido.