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Desde el barrio: También El Fundi

Martes, 18 Sep 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
El pasado fin de semana también El Fundi mató seis toros como único espada, aunque su gesta quedara en segundo plano. Normal, pues no tuvo como marco un gran escenario, ese bimilenario anfiteatro romano donde unas horas después José Tomás arrasó de una vez, y antológicamente, todos los estereotipos que camuflaban la inmensidad de su toreo redentor.

La antología de José Pedro Prados, sin portadas de periódicos, sin estudios económicos y sin famosos en los tendidos, fue en Fuenlabrada, sobre la aridez de una plaza portátil y con la polvareda del último calor del verano.

Se despedía El Fundi de su pueblo, de ese cogollo castizo, ni madrileño ni toledano, que se resiste todavía a ser ciudad-dormitorio de la capital. El héroe local decía adiós a sus paisanos, a los que le vieron crecer y estremecerse con el toro en la calle, a los que le siguieron por toda España desde sus tiempos de becerrista, a los que le criticaron, a los que han sufrido con él, a los que le adoran. Se despedía de luces de todos esos a los que saluda a diario con su cordialidad de hombre sencillo y cercano.

Buena gente este Fundi. Y buen torero. Un luchador honesto, un manantial de afición y vocación que rompió, a golpes de dignidad, casi todos los diques que intentaron frenarle, como el de ese vértigo permanente de las ganaderías más duras con las que ha sido embajador en el infierno.

Con 78 corridas de Miura a sus espaldas y 189 actuaciones en Francia, donde tiene el record de paseíllos en toda la historia del toreo, la estadística de El Fundi no está cargada de números pero destila esfuerzo, torería e intensidad de principio a fin.

A sus veinticinco años de alternativa, sólo le ha faltado tiempo para vencer los últimos obstáculos, los únicos que no pudo romper por sí mismo: el del falso sello de simple gladiador y, sobre todo, el de este mezquino sistema que gobierna el toreo actual.

Con una personalidad sin aristas ni recodos, con su humildad sincera, nunca supo José Pedro "venderse" más allá de la cara del toro, ni dar coba a la prensa, de la misma manera que sintió la necesidad moral de dar la espalda al tendido 7 de Las Ventas aquella aciaga tarde de su confirmación de alternativa. Por eso quizá hay tantos que no han sabido ver su clamorosa evidencia torera.

Una brutal caída practicando el acoso y derribo tornó en pesadilla lo que, por fin, llevaba camino de convertirse en su sueño dorado. En su mejor momento, en el más dulce de su vida, sin que su nombre extrañara ya en los buenos carteles, el destino, y las empresas, le devolvieron a la oscuridad de las mazmorras del toreo. Cuando aquella yegua perdió pie en la llanura manchega, El Fundi estaba a punto de dar la vuelta a los tópicos con ese mismo toreo de solera que repitió seis veces en su adiós a Fuenlabrada.

Que nadie se eche las manos a la cabeza si decimos que José Pedro Prados es un gran maestro del toreo. Lo demostró esa tarde, una vez más y a ojos libres de prejuicios, con su manera privilegiada de mover los brazos con el capote, de soltar los vuelos para acariciar embestidas: a la verónica, por chicuelinas, en los remates, en la brega…

Y lo confirmó esa sabrosa forma de torear al natural, tan despacio, tan recreado en sí mismo como cuajó a un enclasado toro de su suegro, el también fuenlabreño José Escolar. Sin regates ni crispaciones, sin violencia. Todo con la suavidad de los grandes, con el temple y la facilidad, sí, de los maestros. Y, por supuesto, también esa contundente forma de entrar a matar, con la gallardía de las grandes leyendas de la estocada, con que echó a tierra a los seis toros de la corrida.

Al cerrar esa penúltima lección, después de pasear diez orejas y dos rabos, sus paisanos, su cuadrilla y los chavales del pueblo que aún quieren seguir su ejemplo se lo llevaron a hombros entre dos luces hasta la casa de su madre, esa Anita de la que bebe su casta. Y allí mismo, en la fuente de los Cuatro Caños, donde se refrescaban los toros del encierro que tantas veces llamó desde su puerta, Fundi echó pie a tierra para volver a mojarse los labios con el agua que calmaba su sed infantil después de las tardes soñando con ser torero.

Se va El Fundi con mucho toreo dentro, con mucho que ofrecer y enseñar todavía en estos tiempos confusos. Se va orgulloso de lo hecho y rumiando lo que se dejó por hacer. Pero se va sabiéndose vencedor, entre el respeto absoluto de toda la profesión y con la admiración, entre otros, de ese mismo José Tomás que sabe bien lo que cuesta luchar contra el tópico.

Sin fastos ni gestos sensibleros, se va un torero de una pieza. Y por las calles de Fuenlabrada los niños siguen jugando al toro. 


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