Desde el barrio: El toro de la crisis
Martes, 04 Sep 2012
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Las camadas de toros, como las cosechas de vino, también tienen sus años buenos y malos. Cada ganadería y cada bodega, por afamadas que sean, por óptimas que sean sus materias primas, dependen siempre de factores exógenos que condicionan la calidad de las añadas.
A veces se nos olvida, parece que incluso a algunos ganaderos, que el toro bravo, igual que el vino, no puede ser tratado como un producto industrial, como un objeto repetido de producción en cadena dependiente de caprichos financieros. El toro es un material sensible, un ser vivo que nace y se cría al aire libre, a merced de los elementos: del clima, de la orografía del terreno, de la calidad de los pastos… y, sobre todo, del acierto de manejo de su criador.
Todas las emociones que un toro provoca en la plaza derivan directamente de su carga genética y de sus condiciones físicas, por supuesto, pero siempre condicionadas en gran medida por multitud de factores que afectan a su calidad de vida a lo largo de los cuatro años de su crianza.
Esa "materia sensible" que es la bravura refleja con fidelidad los distintos avatares a que se ve sometido el animal en el campo: los cambios de tiempo, las sequías, el exceso de lluvias, la buena o mala alimentación, el trato de vaqueros y mayorales, los saneamientos, las enfermedades, las plagas y todo aquello que se produce al margen de su condición interna le afecta lo mismo que al viñedo del que nace el oro tinto o blanco para ser embotellado.
Todo esto viene a colación del muy escaso juego que está dando el toro en esta temporada española de la crisis y los lamentos. En las dos últimas décadas no se recuerda un año con tanto animal venido abajo, parado o vacío, rajado a mitad de faena, o ya incluso afligido en los primeros lances de capa. Apenas uno o dos ejemplares por corrida se salen de este preocupante guión.
Es éste un comportamiento prácticamente generalizado en todas las ferias, con el toro grande o el chico, con el de clase o el de genio, de ganaderías "duras" o "comerciales". Son ya demasiadas las corridas que en mayor o menor medida muestran esta actitud repetitiva y desesperante como para creer en la casualidad.
Y no, no se trata de una cuestión de falta de raza o de bravura, como piensa tanta gente. Ni siquiera se trata de falta de fuerzas, porque este toro de la crisis, como no se emplea, no se cae. Es cuestión de energías, de falta de bríos para cumplir con su cometido, como reflejo directo e inevitable de una escasa o mala alimentación.
La larga sequía que asola el campo español y la desmedida subida de los precios de los cereales han llevado a los ganaderos a escatimar en este aspecto fundamental de la crianza, forzados por unas pérdidas económicas derivadas del escaso valor que el toro tiene en el mercado actual.
Y así, se ven salir a algunas plazas muchos toros mal comidos, sueltos de carnes, estrechos, huesudos, y, lo que es peor, caídos de riñones, sin fuerzas suficientes en los cuartos traseros como para empujar hacia delante. Por eso se defienden.
Digamos que esa es sólo la parte más evidente del problema. Porque también se ven toros, sí, aparentemente rematados, redondos, lustrosos, que en realidad no son sino como esos niños hartos de bollería industrial que se agotan a la primera carrera en el patio del colegio.
A todos, a los flacos y a los gordos, les falta fibra, la que da esa hierba que, en realidad, siempre fue la que cuajó (y no infló) más solidamente a los toros y que no ha crecido en este último año de sequías. Y les falta la potencia del grano, la proteína que apenas existe en los piensos de baja calidad nutritiva a que han tenido que recurrir unos ganaderos desesperados y al borde de la quiebra.
Incapaz por falta de energía de responder al esfuerzo, a la exigencia del toreo obligado, a la dureza de la lidia actual, ese toro mal nutrido termina, o empieza, acobardado, rehuyendo la pelea y reduciendo sus embestidas, cuando no rajado, huyendo repentinamente a tablas con el depósito vacío y hasta echándose en la arena rendido y resignado a su propia impotencia. Bravo o manso, el toro entrega sus armas cuando no ya no tiene munición.
Como en un círculo vicioso, es la propia crisis económica que todo lo mancha la que ha provocado esta crisis del toro bravo que no da espectáculo, que no responde a los altos precios de unas entradas que cada vez menos gente está dispuesta a pagar.
Eso es lo que transmite ahora mismo el toro en las plazas españolas: ese pesimismo generalizado, esa desgana y esa falta de coraje ante el inevitable e injusto esfuerzo a que nos están obligando.
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