Opinión: El Relicario, al garete
Martes, 14 Ago 2012
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | La Jornada
Sobre la situación de El Relicario de Puebla
Este fin de semana, de manera por demás inesperada, el ganadero y taurino poblano Juan Huerta Ortega, cabeza y representante de Protauro, la empresa que venía manejando El Relicario desde febrero de 2011, convocó a una rueda de prensa para informar de la terminación formal de dicha concesión.
Antes de esta reunión de emergencia, el último boletín de prensa emitido por Protauro fue una escueta nota sobre la suspensión del festejo anunciado para el pasado sábado 11, un mano a mano entre los diestros locales José Rubén Arroyo y Jesús Luján. Evidentemente, algo ocurrió entre bambalinas que dejó en el aire la celebración de dicho festejo. Algo sin duda relacionado con la cesación misma del acuerdo gubernamental que había confiado a Protauro los destinos del coso del Cerro, hoy más inciertos que nunca.
Escueto informe
Durante los 17 meses en que regenteó la plaza poblana, Protauro llevó a cabo 14 festejos, una docena anunciados como corridas de toros y dos como novilladas. Las ferias de mayo que organizó (2011 y 2012) constaron cada cual de tres corridas y los festejos restantes fueron en su mayoría nocturnos y contaron con mediana asistencia; el mayor interés, y por ende las entradas más copiosas, lo suscitaron los rejoneadores Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura, aunque Huerta Ortega prefirió enfatizar como logro principal de su empresa la contratación de Alejandro Talavante para abrir la feria de 2011. Talavante esa noche tuvo una actuación simplemente discreta, con ganado de presencia más discreta aún y ante menos de tres mil espectadores.
Una historia descendente
La relación de los poblanos con el coso del Cerro, que empezó a nivel muy alto hace ya 24 años (19.11.88) y se mantuvo así durante el resto del siglo XX y principios del actual --en determinados períodos incluso se acrecentó--, iba a decaer progresivamente a partir de 2004, sin que la voluntariosa gestión de Protauro consiguiera el ansiado retorno del interés popular por los festejos taurinos, que habían ido perdiendo tirón y categoría en manos de la empresa inmediata anterior, incapaz de ofrecer espectáculos de la calidad que Puebla requería.
Si con anterioridad hubo ferias de hasta ocho corridas con carteles realmente atractivos, y si en el cambio de siglo el público respaldó series novilleriles bien promovidas y a precios muy asequibles, ante la nueva situación, basada en festejos cada vez más espaciados, con escaso sentido de la oportunidad y que poco decían a los buenos aficionados, era natural que la gente se retrajese. Un círculo vicioso del que Protauro no consiguió salir a pesar de sus esfuerzos.
De las licitaciones imperfectas al inclemente dedazo
¿Cuándo fue que El Relicario se convirtió en una factoría de baja productividad, con un control de calidad más que dudoso? La respuesta a esa interrogante no es ningún secreto: cuando el gobierno de un recién asumido Mario Marín omitió la acostumbrada licitación de la plaza de toros para dar paso a una expeditiva designación de carácter discrecional, el típico dedazo, origen de tantas desgracias en este país.
Una simple revisión histórica indicaría que el coso del Cerro nunca estuvo más a sus anchas –nosotros tampoco– que durante la muy breve administración de Alberto Ventosa, con Raúl Ponce de León como su asesor principal y veedor de ganado. Fueron apenas trece meses, pero en ellos hubo más de quince corridas, con el concurso de ases hispanos del calibre de Ponce y El Juli y un notorio impulso a lo más promisorio de nuestra baraja juvenil –representada por Gilio, Pizarro y un Jerónimo en plena eclosión artística–. A esa gestión le cortaría las alas el propio Comité de Feria mediante una licitación con más de subasta de kermés que de ponderado análisis de propuestas, que en mala hora puso la plaza en manos del logrero andaluz Manuel Tirado, que andaba haciendo la América y casi acaba en pocos meses con un prestigio labrado por El Relicario a través de la década anterior; pero sus malos manejos lo obligaron a huir, incumpliendo con el plazo de concesión estipulado, lo que los poblanos no dejamos de agradecerle al destino.
Hubo que recurrir entonces a los buenos oficios de José Ángel López Lima, quien no dudó en entrar al quite y en poco tiempo recompuso las cosas. Tanto así que de entonces datan –años 2001-2004– las novilladas nocturnas que tanto juego dieron a numerosos aspirantes a toreros, respaldados por un público tan juvenil y entusiasta como ellos. En cuanto a las corridas de toros, su organización respondió al cuidado y seriedad que ya habían tenido cuando, como su constructor y primer administrador, López Lima situó a El Relicario en un primer plano nacional; bien es verdad que las ferias de mayo fueron más escuetas que las de su primera gestión, pero en cambio, y hasta el vencimiento de esa su última concesión, reflotó la buena costumbre de anunciar un festejo de postín en fechas puntuales, de la corrida de Año Nuevo a la novillada de Navidad.
Rumores ominosos
Lo peor del informe emitido por Juan Huerta fue su afirmación de que se veía obligado a entregar la plaza semanas antes del vencimiento de la concesión (31 de agosto) a perentorio requerimiento de la autoridad estatal. De momento nada más agregó, pero cuando la prensa acudió a instancias oficiales en busca de mayores explicaciones, las ambiguas respuestas obtenidas sólo han servido para alentar la sospecha de que los días de El Relicario están contados, dado que la zona donde el coso se erige va a ser objeto de una remodelación integral, de acuerdo con lo dicho por alguno de los funcionarios consultados.
Es más, parece ser que el proyecto incluiría la demolición del coso taurino para construir en el terreno que actualmente ocupa un hotel de lujo, a tono con los faraónicos planes en marcha.
Tácitas respuestas
Cuando el actual gobernador del estado acababa de asumir, este columnista se animó a formularle una serie de diez preguntas (La Jornada de Oriente, 7 de febrero de 2011), relacionadas con su nivel de compromiso hacia la fiesta brava y su público, amparándome al hacerlo en sus declaraciones de candidato expresamente preocupado por la promoción de la cultura popular. No hubo respuesta entonces ni hoy tiene caso recuperar aquel interrogatorio, centrado en el tema de la conveniencia de licitar versus el antidemocrático dedazo.
Pero si resultaran ciertos los rumores que ahora mismo circulan –lo ideal es que se evaporaran, como ocurrió con la promesa del gobernador Bartlett de crear un museo taurino en esta capital, o la del gobernador Marín de dotar a Puebla de una nueva plaza de toros–, entonces las dos primeras preguntas de aquella Tauromaquia (¿Qué significa para usted la tauromaquia, en tanto tradición propia de la cultura popular de Puebla? y ¿Entre sus compromisos con la ciudadanía existe algún proyecto para favorecer y vigilar la buena organización y marcha de las corridas de toros y los festejos taurinos en general?) quedarían cabalmente respondidas… Y otro tanto ocurriría con la tercera (¿Qué uso considera debe darse a la plaza de toros El Relicario, siendo como es propiedad del Gobierno del estado?).
Una pregunta más
Libre de la tentación de llamar nuevamente a puertas que no han de abrirse, y en busca de mentes más receptivas y atentas, prefiero dirigirle al amable lector esta última cuestión: ¿Considera que entre las funciones de un gobierno democrático está la de disponer que espacios de esparcimiento público pasen a convertirse en patrimonio privado?
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