Como siempre que se ofrece, la familia Arroyo abrió las puertas de su plaza para que el matador español Gabriel Picazo, de 28 años de edad, pudiera matar un novillo a puerta cerrada, y mostrarse ante algunos amigos de su apoderado, Pepe Ibáñez, y varios periodistas.
A diferencia del bullicio acostumbrado en este pintoresco coso de la Ciudad de México en época de novilladas, ahora el patio de la fuente lucía desolado. Poco a poco comenzaron a llegar los protagonistas de este encuentro taurino que sirvió, sobre todo, para ver la evolución del torero de San Sebastián de los Reyes, al que habíamos visto torear hace algunos años en Maracay, y también para echar una agradable tertulia con Chucho Arroyo y el maestro Raúl García.
Y es que los preparativos para la ocasión se demoraron, pero eso no importó a la mayoría, que se reunieron alegremente alrededor de la pata de jamón que fuer cortando templadamente Pepe Ibáñez.
Entre chatos de vino, aceitunas, pan, lomo y jamón, como estaba previsto en la sencilla -pero taurinísima- invitación, escuchamos hablar de toros como sólo esos viejos sabios saben hacerlo, con la llama viva de sus recuerdos a flor de piel, y la enseñanza eterna de contar lo vivido.
De toreros, de ganadería, de artistas y algo más, el brillo volvió por un instante a la mirada del bohemio Chucho, mientras Raúl lo picaba para seguir rememorando a amigos mutuos como Calesero, Joselito Huerta o don Javier Garfías, uno de los mayores artífices de la ganadería mexicana.
El de don Reyes, sacó la casta…
En medio de esta agradable conversación, todo estuvo dispuesto para que Picazo (que lo escribe con "z"), saliera vestido de corto a vérselas con un bonito novillo cárdeno, que pesaba unos 430 kilos, perteneciente a la famosa ganadería de Reyes Huerta.
En la intimidad del recinto taurino de Tlalpan, sin los acordes de mariachis, ni el toque de clarín, el torero madrileño se abrió de capa con mucha soltura para tratar de atemperar las embestidas, un tanto descompuestas, de un ejemplar que, minutos más tarde le iba a pedir el carné.
Pero Picazo está fuerte y es profesional (lo avalan su dedicación y cinco años de alternativa) así que no desaprovechó aquellas primeras acometidas para torear muy bien con el capote en lances a la verónica, antes de que se hiciera presente en el redondel Carlos Domínguez para dar el castigo correspondiente.
Al auxilio de Picazo estuvieron los novilleros Paulo Campero y Luis Miguel Cuéllar, así como el propio Ibáñez, que todavía tiene los redaños para salirle al toro a dar algún templado capotazo.
El puyazo no fue fuerte, sino más bien moderado, porque así lo solicitó Picazo, quién en un momento pensó que el novillo podía rajarse. Sin embargo, tras el mecido quite por verónicas, que abrochó con una señera media que levantó más de un ¡“olé”!, el novillo pretendió hacerse el amo de la situación.
Los doblones del inicio de faena no fueron suficientes para encauzar la violencia del ejemplar de Reyes Huerta, que embestía como una exhalación, sin descanso, a veces haciendo hilo en la muleta o reponiendo sobre las manos cuando se le toreaba por el pitón izquierdo.
Picazo se vio obligado a tragarle a lo largo de una faena recia y valiente, en la que echó mano de recursos para sobreponerse a la adversidad de ese novillo enrazado, que tuvo mucha transmisión aunque nada de buen estilo.
Y desde luego que le sirvió para entrenar, que era de lo que se trataba, ahora que busca hacer esta primera toma de contacto con México y su Fiesta, de la mano de ese soñador del toreo como es Pepe Ibáñez, un hombre sencillo y afable que goza del cariño de muchos amigos.
Adiós al tabaco
Terminada la lidia, que culminó de media estocada arriba, Gabriel Picazo fue a cambiarse para seguir departiendo con sus invitados. Entonces confesó que al novillo le faltó otro puyazo, y que no ordenó más castigo al picador porque pensó que no era bueno pegarle tanto.
Chucho Arroyo le habló un poco de la ganadería de Reyes Huerta, y la importancia de castigar a los toros de esta casa debidamente en el caballo.
Y no es que el novillo desbordara a Picazo, ni mucho menos, pero sí le exigió lo que un torero debe tener: oficio y entrega, dos atributos que se percibieron durante su "debut" en esta placita de toros.
Que si la altitud de la Ciudad de México le pesó a Gabriel, nos dimos cuenta hacia el final de la lidia, y por ello dijo, certeramente el chaval, que ya podía contar que un novillo de Reyes Huerta, en Arroyo, lo había quitado de ese gusto que hasta ayer tenía de fumarse cuatro o cinco cigarrillos diarios.
En esta breve incursión taurina en México, Pepe Ibáñez tenía en la agenda una tienta el día de hoy en Piedras Negras, la asolerada finca de la familia González, y otras actividades más para que Picazo conozca un poco más el entorno taurino del país.
Después, regresarán a España, donde tiene prevista matar dos toros a puerta cerrada, antes de dirigirse a Venezuela a torear un par de corridas. En noviembre, como dicen los hispanos, "ya veremos a ver", pues tiene ganas de volver a México para buscar torear vestido de luces. Y a nosotros nos nos queda sino desearle mucha suerte en este empeño, y agradecer la invitación, un mediodía de viernes, para verlo torear entre amigos y oír hablar bien de toros a los grandes.