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La Fiesta, ¿transformarla, difundirla o defenderla?

Lunes, 16 Ene 2012    Bogotá, Colombia    Paulo Sánchez | Especial   
Un texto en favor de la Fiesta

Llevan ya años en el intento de prohibir las corridas de toros; quizás muchísimos menos de los que llevan los mismos líderes de la iniciativa, incidiendo en la extinción de muchas especies y de su hábitat mismo.

El impulso coyuntural de los colectivos arrogantes y violentos ha tomado mucha fuerza en todos los países en los que tiene vida la celebración de la tauromaquia. Es una conducta determinante de los grupos que izan las banderas en contra de alguna manifestación que guarda en su esencia algo para lo que se requiere un criterio democrático, tolerante y sobre todo que requiera entendimiento de la historia y la cultura de los grupos humanos.

Los toros de lidia son una de las especies animales más maravillosas, en la cual, lejos del capricho humano, se proclama un capital científico de alta complejidad. Y es esta raza bovina la que domina extensiones importantes, privadas eso si, de los campos de las naciones en las que se crian. Sobre este aspecto ya se ha escrito mucho. También sobre lo que significa en términos económicos la prosperidad de la fiesta de los toros en el mundo y la escasez que impulsa la disminución de aficionados en las plazas y la disminución generalizada de festejos taurinos. En uno y otro caso los rubros de la economía que se afectan son tantos, que no es allí en donde se desvía el debate entre seguidores y detractores.

Para quienes los toros son un arte, hay muchos elementos desde los cuales encuentran férrea defensa a su continuidad y difusión. La confluencia de otras artes en la corrida de toros y la inspiración temática que alimenta muchas otras artes, y eso es evidente. Pocas manifestaciones culturales de los hombres, inclusive las inspiradas en sus comportamientos más primarios, logran ser tan abarcadoras en términos de relación entre las artes. Ni visión holística, ni generoso abrigo. Tampoco entiendo que los actores de la fiesta de los toros así lo difundan, pero no es preciso negar lo evidente, y si hay algo que la tauromaquia tiene es rito, arte y encuentro.

En medio de la controversia que ha generado la prohibición por vía legislativa de las corridas de toros en Cataluña, las mociones del presidente de Ecuador y los proyectos del parlamento colombiano para prohibirlas en nuestro país, se observa un bloque ambiguo entre los defensores de la fiesta taurina. Por un lado las fuertes influencias de los representantes de la afición y todos los componentes de la fiesta (ganaderos, empresarios, toreros, subalternos, plazas, etc.) en las altas esferas de los poderes públicos tratando de mantener sin alteración la dinámica de lo que aún queda en Colombia en toros, pensando que con ello quedará blindada la fiesta, y de paso eludiendo el elemento principal que es la sensibilización de la ciudadanía, que hace afición.

Lo contrario sería hacer cada más cerrado el círculo de seguidores y cada vez más excluyente el ambiente en el que se plantea la supervivencia de una manifestación cultural que parece condenada a la desaparición, en detrimento del respeto por el acervo cultural de los pueblos y la vigencia de las artes complejas en las minorías que no son solamente étnicas, también lo son culturales. Por otro lado, los empresarios que impiden que se difunda de manera profesional lo que hay alrededor de los toros y las temporadas taurinas que se celebran en nuestro país. Precios altos para el público en tiempos en los que se menosprecia el estímulo a las artes y la cultura en general.

Otro síntoma anómalo de exclusión; restricciones a la prensa para que realice su labor, queriendo en unos casos completar con el dinero de los medios de comunicación los faltantes de la gestión comercial que debe preceder la realización de cada temporada taurina, y en otros casos queriendo hacer relaciones públicas de conveniencia particular con los lugares que deberían ser asiento natural de los comunicadores, que no en vano se han preparado para entender la tauromaquia en su complejidad, y que desafortunadamente son ocupadas por personalidades de la farándula, la política, la frivolidad de la localidad, entre otros. El cobro de los palcos de callejón a los medios que quieren hacer cubrimiento y reseñar con lujo de detalle cada uno de los festejos, es un claro y errado reconocimiento de virtud en la tarea de la empresa y caro favor a los medios por dejarlos difundir "tan arraigada tradición popular". Equivocada manera de estimular la formación de afición.

Para el segundo caso, el ejemplo son todas las plazas, en las cuales los burladeros de callejón son ocupados por comentaristas deportivos, comentaristas de programas de chismes promovidos a gerentes de clubes y habituales aduladores de la dirigencia, actores, empresarios y desprevenidos periodistas de otra cosa menos de cultura, toros o artes. Pero para estar ahí se requiere saber y prepararse por años para hacerlo con solvencia. No es una casualidad, porque comunicar lo que encierra esta manifestación artística es una tarea de alta complejidad.

Hay una reflexión sobre la que se ha disertado casi clandestinamente en condumios y espacios no convencionales en los que se reúnen seguidores y detractores, y es aquella que plantea la dimensión en la que se propaga la fiesta de los toros. Viéndolo desde esa perspectiva, esa dimensión es desestimulante, y no se ve que en las regiones en las cuales se llevan a cabo festejos taurinos haya inversión pública ó privada para ese sector de la economía y de la cultura. En términos de infraestructura, los escenarios deportivos hacen parte de los planes de desarrollo, de inversión en capital social de las administraciones públicas.

Es decir que, somos testigos de cómo se propaga y se estimula la práctica y seguimiento de todas las disciplinas deportivas. Cada vez hay más canchas de fútbol y no por ello se manifiesta oposición ó preocupación general, ni siquiera parcial de la comunidad. En inversa proporción, las plazas de toros existen en casi todas partes de a una. Con escasas excepciones en España, en donde en algunas poblaciones hay más de una plaza de toros, en el resto del mundo en donde pervive la cultura taurina, hay solamente una plaza de toros por ciudad que alberga un número constante de aficionados. ¿Por qué hay tanta preocupación porque se mantenga una minoría escasa que defiende su espacio en la cultura?. Bien valdría la pena que se promueva la defensa de los toros desde el respeto a las minorías culturales.

Si hay respeto por las tradiciones étnicas y culturales de los pueblos del planeta, ¿Por qué no se mira con el mismo prisma la cultura taurina?. No es que esté bien que se ataque todo aquello que defiende esta manifestación artística como algo milenario que debe mantenerse, pero cuando a los argumentos se suman la conservación de la especie, el acervo cultural, la esencia artística de la tauromaquia y hoy día el rédito social que generan los excedentes de los festejos taurinos y temporadas taurinas en todo el mundo, creo que, eso sí, otorga a la tauromaquia un peso específico que los seguidores de esta manifestación cultural deberían capitalizar para su defensa, en lugar de ampliar los escenarios de confrontación con los detractores, mal llamados antitaurinos, que día a día dejan patente de su inoperancia social.

Morante de la Puebla me lo dijo hace poco en una conversación que tuvimos, "cuando los problemas de hambre e inequidad social del mundo y la desatención a los niños del planeta estén resueltos, entonces allí si podrían detenerse en determinar si es válido ó no abolir la fiesta de los toros, pues no entra en la cabeza como una persona pueda manifestarse de una manera tan violenta hacia los demás, por un animal y no hacerlo por los propios seres humanos, por los niños, por la guerra. Entonces yo creo que hay algún interés de otra índole".


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