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La apoteosis de Antonio Lomelín en Madrid

Lunes, 19 May 2025    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
En 1971 toreó dos tardes, cortó tres orejas y obtuvo una Puerta Grande
La primera vez que se corrieron en España toros mexicanos fue en la plaza de San Sebastián, y los astados de Piedras Negras –cuatro, en pugna con otros tantos de Lamamié de Clairac–, cubrieron decorosamente el expediente. Aquel 21 de julio de 1929 partieron plaza en El Chofre Marcial Lalanda, Cagancho, el hidalguense Heriberto García y Manolo Bienvenida, además del neoyorkino Sidney Franklin, que despachó un utrero de Flores. Solamente Heriberto y Bienvenida consiguieron dar sendas vueltas al ruedo. Los toros de Piedras Negras, lidiados en los cuatro primeros lugares, no agregaron ni restaron laureles a su divisa, señera en México desde hacía casi medio siglo. 

Pasarían 41 años largos para que el experimento volviera a tomar cuerpo. A lo largo de los años 60, el hierro de San Miguel de Mimihuápam (Saltillo-San Mateo) se había labrado un enorme prestigio. Manolo Martínez, ya primerísima figura del país, había tomado la alternativa en Monterrey (07–11–65) y la confirmó en la Plaza México (12-02-67) con sendos toros de este hierro –"Traficante" y "El Cid"–. 

Y que pudieran coincidir en un cartel de San Isidro ambos nombres ya señeros –torero y ganadería –equivalía a la realización de un sueño para la afición mexicana. Sueño que nunca se hizo realidad, porque en la fecha anunciada –mayo 29 de 1970–, los veterinarios madrileños rechazaron el encierro tlaxcalteca y la corrida se tuvo que suspender, con gran escándalo mediático que en algunos cronistas y medios alcanzo caracteres de mofa. San Miguel de Mimiahuapam  daría sonoro mentís a la maledicencia, pero Manolo no volvió a torear en Madrid.        
Un viaje interminable

Ocho astados de nota sobresaliente fueron embarcados en la hacienda de San Miguel de Mimiahuápam el 2 de marzo de 1970. Adquiridos por la empresa Jardón para la feria de San Isidro de ese año, zarparon de Veracruz en el barco "Camino" con destino al puerto de Cádiz. El plan inicial incluía una escala en La Guaira, Venezuela, pero razones comerciales indujeron a la empresa mercante propietaria de la nave a continuar hasta Cartagena de Indias (Colombia), lo que alargó en dos semanas su recorrido; y antes de arribar a Cádiz, aun pasó a entregar carga a Santander. Total, que una travesía prevista para quince días –los toros, al cuidado del matador Diego O Bolger, llevaban agua y alimentos para ese par de semanas– duró más de un mes. El rechazo de los veterinarios madrileños a una corrida sujeta a tantas vicisitudes iba a dejar a Manolo Martínez y a Mimiahuapam vestidos y alborotados aquel 29 de mayo del 70.

Un año de espera

Los bureles tlaxcaltecas fueron entonces trasladados a Los Alburejos, la finca jerezana de Álvaro Domecq y Díez, hasta que debidamente repuestos y ya cinqueños, la empresa de Las Ventas los requirió para el San Isidro siguiente. 

Pero no los colocó ya en un cartel estelar, Martínez no quería saber más de España y los dos que lo seguían en el escalafón mexicano –Curro Rivera y Eloy Cavazos, que iban a confirmar en la misma feria de 1971 sus respectivas alternativas– se anunciaron con divisas españolas. El galimatías se resolvió recurriendo a Antonio Lomelín, que al comparecer en la isidrada anterior en plan modesto –todo lo contrario de Martínez– se alzó con un triunfo de puerta grande tras cortar tres orejas a un imponente encierro de Moreno de la Cova. Por supuesto, Lomelín no rehuyó el vérselas con los de Mimiahuapam así fuera al lado de dos segundones, el veterano Victoriano Roger "Valencia" y el joven José Luis Parada. Por delante iría el rejoneador Fermín Bohórquez Escribano con un novillo propio. Ese fue el cartel del sábado 22 de mayo de 1971, novena corrida de la feria de San Isidro.

Una anécdota más

En una visita que hizo Curro Rivera a Los Alburejos, el señor Domecq mostraba a sus invitados el encierro de Mimiahuapam cuando "Hermano", un hermoso ejemplar negro bragado, se lanzó inesperadamente contra los visitantes provocando su desbandada hacia los coches. Currito alcanzó a dar el portazo justo a tiempo, pero su flamante Peugeot rojo se llevó como recuerdo un pitonazo  que perforó el metal de la portezuela, la cual tuvo que ser reemplazada. Para entonces ya Curro había abierto la Puerta Grande en las Fallas de Valencia, Castellón de la Plana y la Maestranza sevillana.  

Ficha del festejo

Novena corrida del abono de San Isidro. Sábado 22 de mayo de 1971. Más de medio aforo ocupado. Victoriano Valencia: silencio y pita general. Antonio Lomelín: oreja con petición de la segunda y ovación. José Luis Parada: pitos y silencio. El rejoneador Fermín Bohórquez, derribado y conmocionado. Mimiahuapam: Encierro de presentación desigual para los parámetros de Madrid; 1o. y 3o. bravos, nobles; 2o. magnífico, alegre, codicioso; 4o. el más completo, se le dio vuelta al ruedo póstuma; 5o. aplomado, 6o. soso. Tomaron en total 15 puyazos.

Toro por toro

1o, "Hermano" (No. 21/522 kg.), cumplió bien en varas y fue pronto y suave para los de a pie. Aplaudido; 2o. "Cariñoso" (22/520), negro bragado: dos varas recargando, alegre y emotivo en la muleta; ovación en el arrastre; 3o. "Manito" (14/509); de salida fue protestado porque arrastraba una pata, pero se repuso en varas (3) y llegó noble y repetidor a la muleta. Aplaudido; 4o. "Amistoso" (33/536), bravo, encastado, tomó cuatro puyazos, derribó en el primero y llegó con temple, codicia y son al último tercio. (Vuelta a sus restos); 5o. "Cuate" (58/561), el único que flojeó en varas; se desfondó en el segundo tercio, cubierto por el matador. Silencio; 6o. "Amigo" (39/524), soso. Silencio.   

Antonio Lomelín

El lunes 24, el noticiario de Jacobo Zabludovsky (24 Horas) dedicó cerca de una hora a los videos de los tres mexicanos triunfadores de San Isidro, pues Eloy y Curro también cortaron orejas. Recurro a lo que dejé escrito en mi cuaderno personal sobre la excelente faena del acapulqueño con "Cariñoso": "Antonio Lomelín era tenido por mí como un diestro de estilo tosco e impersonal. No me hicieron variar de parecer sus intervenciones del primer tercio, pero en el segundo dio un toque de atención con un preciso quiebro en los medios, digno de todo elogio. Y su faena de muleta acabó de convencerme de que con aquel hombre de malva y oro estaba México tan bien representado como con el bravo y nobilísimo burel de Mimiahuapam. Antonio le cuajó un auténtico faenón, mejor incluso que los precedentes de Curro Rivera y Eloy Cavazos en sus triunfales confirmaciones de alternativa. Muletazos largos y limpios, perfectamente ligados en series soberbias de derechazos y naturales, rematadas todas con rotundos pases de pecho. Hubo un redondo de 180 grados asombroso de lentitud y temple. Y enmarcado todo en una actitud permanentemente sobria, muy torera, donde el único alarde espectacular fue el péndulo en los medios con que inició su trasteo. Faena redonda, concluida de vigoroso, perfecto volapié. Pero el presidente, pese a la masiva solicitud de dos orejas, se concretó a asomar un pañuelo. Quizá porque abrirle la puerta de Madrid al mexicano dos veces  en una misma semana habría sido demasiado. No encuentro otra explicación".      

Prensa española

La crítica resultó favorable y a menudo entusiasta con Mimiahuápam. De la revista El Ruedo entresaco estas líneas: "De entrada vamos a decir que (los toros mexicanos) tenían más son que muchos españoles, tanta casta como muchos españoles y esa continuidad y viveza en sus embestidas a que se refería Álvaro Domecq no hace mucho (…) Fueron especialmente toreables primero y segundo –dulcísimos y nobles– y el cuarto, con casta y ganas de embestir, lo que se dice un buen toro. Se le dio injustificadamente la vuelta al ruedo." (El Ruedo, semanario. 27 de mayo de 1971. Sin firma).

Alfonso Navalón, con fama de crítico implacable, tampoco fue parco en elogios: "Después de tantos años oyendo a los toreros españoles de la mansedumbre y falta de raza de los toros mexicanos me supo a gloria el brillante juego de la corrida de San Miguel de Mimihupam por su casta alegre y el temple de sus embestidas. La vi desde la barrera de sol de Las Ventas junto a la Porra de Ingenieros de la Plaza México (…) una experiencia nueva en mi vida de crítico, porque descubrí a unos aficionados apasionados pero llenos de sensibilidad y respeto al toro. Me gustaron mucho sus gritos de ¡Toro! ¡Toro! cuando la nobleza de aquellos magníficos ejemplares estaba por encima de los toreros…" Una clara alusión esta última a los estupendos astados desperdiciados por Victoriano Valencia y José Luis Parada. 

Datos complementarios

La corrida empezó con un susto mayúsculo, cuando la jaca de Fermín Bohórquez fue derribada y se produjo una doble cogida espeluznante a la que puso punto final Antonio Lomelín con un quite a cuerpo limpio. El rejoneador jerezano quedó como fulminado, el caballo se salvó de milagro y el agresor fue devuelto a los corrales. Por cierto que Antonio Lomelín recibiría el trofeo Maite, destinado cada año a los triunfadores de la feria, para premiar precisamente dicho quite. José Alameda lo consideró un recurso para salvar la mala conciencia de los sinodales, pues a su parecer existían méritos sobrados para hacerlo acreedor al trofeo destinado a la mejor estocada.

El San Isidro más mexicano

En 1971, la torería azteca encontró por fin un hueco decente en la isidrada y supo corresponder en consecuencia: Antonio Lomelín, en dos corridas (cuatro toros) obtuvo tres orejas y una puerta grande. Curro Rivera, en tres, contando la de Beneficencia (siete toros), cuatro orejas y una salida en hombros; Eloy Cavazos, dos festejos y, en sólo dos toros, dos orejas y la puerta grande. Herido grave en su segunda comparecencia (mayo 23) por su primer astado de Francisco Galache.

Total, siete puestos repartidos entre tres matadores que cortaron entre los tres nueve apéndices y abrieron tres veces la puerta de Madrid. Nunca volvería a contar San Isidro con un contingente tan selecto de figuras mexicanas, ni los toreros nuestros a igualar semejante cosecha.


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