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¡Hagamos las cosas bien!

Martes, 13 Abr 2021    CDMX    Carlos Castañeda | Foto: Archivo   
"...todo eso está en nuestras manos; es una cuestión de ética..."
El escritor y ganadero Carlos Castañeda Gómez del Campo ha redactado un artículo de opinión con motivo de la polémica al respecto de la propuesta de la utilización de los nuevos utensilios para la lidia, pero que profundiza más allá de esa iniciativa y deja muchas inquietudes para la reflexión. Aquí está el texto:

La primera regla para resolver un problema es entenderlo. Planteamiento, operación y resultado, nos enseñaban en primaria. Para mejorar un producto hay que conocer el mercado, entender al cliente y entregar al consumidor lo que se ofrece con los más altos niveles de calidad. Hasta aquí creo que vamos bien. Pero, ¿en qué circunstancia se encuentra la fiesta de los toros en México? Analicemos su actualidad desde distintas ópticas.  

¿Qué pasa en el ruedo? Hoy en la plaza vivimos una faena que, planteada históricamente en tres tercios, está prácticamente reducida a uno. Veamos: el primer tercio, en la mayoría de las plazas, es tremendamente desventajoso y abusivo en contra del toro.

El uso de puyas descomunales sin que nadie lo pueda impedir –porque reglamentado está– genera un castigo y un daño innecesario para el animal y en contra del espectáculo y del bolsillo de quien pagó un boleto. El segundo tercio, salvo contadas excepciones, se ha vuelto un mero trámite reglamentario y se cubre sin ningún gusto ni sentido. Conclusión: Todo se reduce a la faena de muleta.

Una Fiesta originalmente atractiva y con variedad, donde el lucimiento de la bravura del toro al caballo, así como el despliegue artístico en quites y banderillas ha desaparecido, dejando paso, en la mayoría de los casos, a faenas en "blanco y negro", ante la ausencia de color que genera la emoción.  

Antes de llegar al coso, ¿Qué sucede en la mayoría de las ocasiones? Toros sin la edad reglamentaria, lo sabemos sin duda los ganaderos; toros con los pitones manipulados, lo saben sin duda los matadores; el trapío de los animales, en la mayoría de las plazas, casi siempre está en el límite… y si hay toreros españoles, todavía más. Lo saben los empresarios y los apoderados, y lo permiten ganaderos y autoridades.

¿Qué pasa con el riesgo, con la emoción, con la exigencia? La casta comienza a ser un factor escaso. Cada vez más los signos de mansedumbre afloran en las ganaderías que exigen los toreros que pueden hacerlo. El origen de la Fiesta, el heroísmo, el peligro, el triunfo de la destreza sobre la bravura, cada vez se ve menos. La nobleza pastueña es hoy dominante. En pocas palabras, lo que se ofrece, lo que se dice, no se entrega. Y parece que, tristemente, ya nos acostumbramos a ello.

Por otra parte, la organización empresarial y la competencia brillan por su ausencia. El desarrollo de nuevos toreros nacionales no está planteado como una prioridad. La contratación de toreros españoles que no convocan más público que los nuestros, es algo común y muy dañino.

Las grandes entradas en la Ciudad de México y las principales ferias de provincia, son sólo con dos o tres toreros españoles o en fecha señalada. No hay un torero mexicano con arrastre en las taquillas. Las plazas no se llenan. ¿Le seguimos?...

No se cumplen los reglamentos como se esperaría. Y el constante incumplimiento en puyas, puntas, edad y trapío, es la puerta de la destrucción. Y nadie hace nada para que esto se corrija. ¿Por qué?

La fiesta de los toros está bajo una ataque constante y orquestado fundamentado en palabras como "crueldad, sangre, sufrimiento, tortura…", que son las consignas para el acoso. 

Hasta hoy, con gran habilidad política, se han ido ganando algunas batallas. Pero la guerra la estamos perdiendo desde adentro.

Podría seguir. Pero mi conclusión es que estamos haciendo todo mal, sin que nadie externo nos obligue a hacerlo así. Es por voluntad propia. No encuentro otra explicación.

Y el orden de las cosas está invertido: mandan los subalternos, imponen los toreros; la empresa concede, la autoridad enmudece, y el ganadero otorga.

El problema está descrito. ¿Qué hacer? Algo muy sencillo: hacer las cosas bien. Regresar a la edad, a las puntas, trapío, casta, peligro, emoción. Todo eso está en nuestras manos. Es una cuestión de ética. El hacerlo beneficiaría al espectáculo y por lo tanto al público. Haría que los ataques tuvieran menos tierra fértil. Regresaría la Fiesta a su origen y la gente a los tendidos. Hay que invertir en el desarrollo de toreros mexicanos, cerrando la frontera a aquellos espadas extranjeros que no aportan valor ni generan afición. Reconquistemos lo nuestro. Como lo fue durante 50 años.

Innovemos en este momento de crisis, pero sobre todo en lo que respecta al reto real: la movilidad. Acerquemos el toro al público, rompamos paradigmas históricos respetando la esencia de la Fiesta. Esa es la solución a la triste situación actual. 

Recientemente se ha propuesto un rediseño de los utensilios del toreo: divisas, puyas, banderillas, espadas. Sin embargo, considero que los cambios deben de ir orientados a satisfacer al público. A buscar continuidad y crecimiento. Si hay cambios, ¿a quién se debe de satisfacer? ¿A qué público? ¿Al que va a los toros o al que nunca ha ido? ¿Cuál es el mercado? ¿Qué mensaje se quiere dar? ¿Cuál es el objetivo?    

Téngase cuidado con una admisión tácita de todo sobre lo cual basan los ataques quienes quieren prohibir la Fiesta; hacerlo es una capitulación formal ante las acusaciones.

No se puede hacer un cambio cuando se camina sobre arenas movedizas; cuando la gente no va porque la oferta no invita. No es un tema de ajustes o cambios superfluos. Es de raíz. De cimiento y de simiente. Vamos, de ética y compromiso. No seamos ciegos, o nos hagamos tontos.

La adulteración de las formas puede dar la puntilla final y sacar de las plazas a quienes todavía asisten. El espectáculo en su estado puro, sin la trampa que hoy lo atrapa, no necesita defensa ni transformación. Necesita promoción. 

La Fiesta está en constante evolución y vive en un equilibrio inestable. Todos los días se mueve, muta. No necesita cambios exógenos sin motivo. Regresemos al origen… y ¡hagamos las cosas bien!


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