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Semblanza: Don José Julián, el de los toros

Viernes, 26 Feb 2016    México, D.F.    Carlos Castañeda | Especial     
Un hombre que tenía una clara filosofía del toro y del campo
En los ochentas del siglo pasado, acudía con frecuencia al restaurante Centro Vasco, en la ciudad de México. Ahí, Horacio Fernández, entonces dueño del lugar,  me presentó a Fernando Llaguno, hijo de don José Julián, e inmediatamente se generó entre ambos una amistad que vive hasta hoy.

Los Llaguno son una familia icónica en la crianza del toro bravo en nuestro país. Había yo leído y escuchado muchas historias respecto a la fundación de San Mateo y Torrecilla y su importantísima labor en el desarrollo del toro mexicano; sin embargo, al conocer a Fernando, estas historias fueron más reales, relatos de vida en voz de un entonces joven Llaguno que las había escuchado y vivido desde niño.

Al poco tiempo conocí a don Pepe. "Pepito" le decían sus amigos y contemporáneos al ser el menor de los hijos de don Julián Llaguno González, el grande Julián.

Siempre vivaz, simpático, bromista, cariñoso, nunca ha dejado de compartir con quienes conviven con él, sus recuerdos y experiencias. Nació en el año de 1925, por lo que en su memoria guarda con mucha claridad, recuerdos que parten desde la década de los treinta, la época de oro del toreo en México, y llegan a nuestros días. Muchas de estas evocaciones respecto a la ganadería y el mundo de los toros he tenido el gusto de escuchar de su voz. 

Aprendí con él lo que es la seriedad y el señorío ganadero.  El toro en su edad, la siempre impecable presentación de sus corridas, lo escrupulosamente igualadas y el haber sabido mantener un concepto y un tipo en su ganado que los hace inconfundible: ¡los josejulianes¡

La puntualidad en el toreo es una cualidad escasa, que en la persona de mi amigo José Julián ha estado siempre presente. El campo ha sido su pasión. Tengo muy claros los conceptos de manejo de los agostaderos y crianza del toro bravo que tantas veces platicamos. "Ahora hay macetas ¡no ranchos¡", decía con una risa que expresaba una gran melancolía derivada del recuerdo de las grandes propiedades que le tocó vivir, administrar, heredar y, en algunos casos, ver desaparecer a lo largo de su vida.

Siempre ha lidiado toros, su propio método de crianza está diseñado para esto. Me enseño que el trabajo en el campo debe ser simple: empadrar, destetar, herrar y tentar, todo  una vez al año, según su turno. "Hay que cuidar el potrero", nos decía una y mil veces, principio fundamental para haber podido lograr tener una ganadería larga, estable y con innumerable cantidad de triunfos.  
José Julián es hoy el  eslabón del México ganadero fundacional y el nuevo hacer de los criadores de toros de lidia.

Pepe vivió el desarrollo de la ganadería nacional cimentada en el encaste creado por su padre y su tío Antonio. Su ganadería fue fuente de sangre brava para muchas de las nuevas casas nacidas de los años cincuenta en adelante.

Ya con un poco más de setenta años de vida y de ganadero, decidió buscar un nuevo camino: Parladé. Así en 1997 importó un lote de vacas de la ganadería española de Jandilla, propiedad de Borja Domecq, con las que desde 1997 hasta hoy se inserta de nuevo entre las ganaderías que servirán de simiente a muchas otras en los siguientes cien años.

Todo el cúmulo de conocimientos de una vida dedicada al campo y al toro, lo ha transmitido con éxito en José Miguel, su hijo. "¡Viejito santo!", estoy seguro que interpretarás, a tu estilo, con sonora voz, la partitura que tu padre te ha dejado.

Don José Julián Llaguno, sirvan estas letras para decirle ¡muchas gracias! en nombre de todos quienes hoy criamos toros de lidia. Y también quiero agradecerle el tiempo que nos dedicó a cada uno de nosotros -en lo personal, y a todos, como presidente de nuestra Asociación- y por hacernos reír una y otra vez con tanta ocurrencia suya, así como habernos enseñado lo que es vivir con orgullo el privilegio de ser ganadero.


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