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La raza de un superviviente del toreo (video)

Domingo, 16 Dic 2012    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo           
El torero jerezano cortó una oreja en cada toro y salió a hombros
Nadie puede negar que Juan José Padilla es un ejemplo de vida; un superviviente del toreo; un espejo de fortaleza mental y física que ha sabido superar el gran obstáculo que supuso haber perdido la visión en uno de sus ojos, para seguir ejerciendo su profesión de matador de toros.

Y quizá el lado más humano de Juan José sea el que le confiere a su recia personalidad una empatía todavía mayor con la gente después de este terrorífico percance de Zaragoza. Toda esa parte emotiva que trasluce su forma de ser, ahora está cargada de sensibilidad, esa misma que despierta cariño en un público que es consciente de lo que está viendo cuando este torero sale a la plaza.

Así que su reaparición en La México, tras varios años de ausencia, estuvo tocada de una emoción especial prácticamente desde el recibimiento de que fue objeto, con una clamorosa ovación a la que saludó cobijado por el grito de "¡torero, torero!"

Desde ahí, Padilla había ganado la partida a sus compañeros de cartel –Federico Pizarro y Joselito Adame– y no sólo porque se haya convertido en un alternante incómodo, ya que siempre lo fue, con las corridas duras y las maduras, sino por la sencilla razón de que salió a entregarse a rabiar y se robó el corazón de la gente.

Las verónicas al primer toro de su lote tuvieron buen trazo, así como ceñimiento el quite por chicuelinas; pero donde verdaderamente brilló fue al torear en las cercanías, cuando aguantó los frenazos del aceptable ejemplar de Villa Carmela, un toro que embestía con la cara un poco alta pero con una gran nobleza.

A cada palmo de la faena, la gente se volcó con Padilla y daba la impresión de que cada alma estaba unida a la del torero. La plaza entera con esos muletazos serios, sin trampa ni cartón, en los que  se dejó la piel buscando afanosamente el triunfo.

El pinchazo previo a la estocada fue el impedimento para verlo pasear dos orejas de ley, porque fue capaz de poner al público en pie en varias ocasiones. Y como Padilla se había quedado un poco congestionado por esa falta de contundencia estoqueadora en su primer toro, tal vez por ello aceleró a fondo en el quinto, un ejemplar bajo y reunido, un poco corto de cuello, que embistió rebrincado y con violencia.

Pero nada de esto importó a Juan José, que revolucionó su quehacer con potencia en una faena demasiado arrebatada y la idea fija de conseguir la puerta grande, esa que se abrió de par en par cuando mató de una estocada certera para cortar la segunda oreja de una tarde en la que también se prodigó en los vibrantes tercios de banderillas con una seguridad pasmosa.

La vuelta al ruedo tuvo una comunión fantástica con el público, y el saludo final, en los medios, con una bandera de pirata en la mano derecha y los sombreros de charro en la zurda, fueron una de las imágenes más elocuentes de su inolvidable regreso al coso de Insurgentes.

La tarde hoy confirmó que su destino habita en la circunferencia del ruedo. Y como dijera el gran José Alfredo, parece que para Juan José Padilla, ciertamente, "la vida no vale nada".

Con el ambiente preñado de entusiasmo, Joselito hizo una primera faena a la que faltó más redondez, pues el tercero fue el toro más completo de la corrida.

Y luego de hacer un trasteo de trámite al deslucido sexto, enfrentó un toro de regalo que quizá hubiera sido bueno haberlo jugado dentro del encierro, no obstante que, por bajito y corto, desentonaba un poco con el resto de sus hermanos. Porque ese toro de obsequio mantuvo el mismo tono de nobleza que otros de los ejemplares de la aceptable corrida de Villa Carmela.

El hidrocálido deleitó al público en un vistoso quite por "zapopinas", clavando banderillas y, más tarde, en un trasteo que tuvo sus mejores pasajes cuando toreó al natural con la figura relajada y mucho temple en un par de series de excelente factura. Lo malo fue que no pudo rubricar con la espada este despliegue de esfuerzo que se quedó sin recompensa, la que tampoco tuvo la faena al sexto, un toro flojo y deslucido que no aportó nada.

Federico Pizarro venía embalado y triunfador de todos los sitios donde ha toreado, pero hoy no tuvo suerte en el sorteo y se llevó dos toros que no ofrecieron posibilidades de lucimiento. A pesar de ello, el veterano capitalino trató de hacer las cosas bien, sabedor de que también eso cuenta.

El primero acudía rebrincado a la muleta y fue incómodo. A pesar de ello, Pizarro le hizo una faena sobria que remató de una estocada habilidosa. El colorado hornero que saltó al ruedo en cuarto lugar punteaba continuamente y no decía nada a la hora de acudir a la muleta de Federico, que trató de conectar con el público sin resultados.

Y al final fue una pena que los dos espadas mexicanos de esta atractiva combinación no hayan acompañado a Padilla en la salida a hombros, porque el ambiente que había dejado el jerezano contaba con el tinte de la emoción; el reconocimiento unánime a su gallardía; a la hazaña de volver a torear luego de haberle plantado cara a la muerte con tanta hombría.

Ficha
México, D.F.- Plaza México. Novena corrida de la Temporada Grande. Un cuarto de entrada (unas 13 mil personas) en tarde soleada, de temperatura agradable, pero con algunas ráfagas de viento, sobre todo al principio. Siete toros de Villa Carmela (el 7o. como regalo), parejos en presentación, con edad y bien criados, de juego desigual en su conjunto, de los que destacaron 2o., 3o. y 7o. por su nobleza. Pesos: 495, 567, 508, 555, 526, 500 y 475 kilos. Federico Pizarro (rosa mexicano y oro): Palmas y silencio. Juan José Padilla (berenjena y oro): Oreja y oreja. Joselito Adame (marfil y oro): Ovación, silencio y palmas en el de regalo. Incidencias: Sobresalió en varas Erick Morales, que picó bien al 1o. Al finalizar el paseíllo el grupo de Bibliófilos Taurinos de México entregó un reconocimiento al maestro escultor Humberto Peraza, por su brillante trayectoria.

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