El sublime patetismo de Morante (video)
Lunes, 19 Nov 2012
México, D.F.
Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo
El torero sevillano deleitó al público con la profundidad de su arte
Analizar el arte del toreo no es cosa fácil. Qué va. Y sobre todo porque se trata de algo tan intangible como fugaz. Es la maravillosa conexión de miles de almas en un mismo instante, ése que provoca un olé profundo y sonoro –como en La México–, cargado de emoción que se queda revoloteando en el ambiente… de pase a pase, de serie a serie.
El goce que produce el arte del toreo es contagioso, pues no sólo lo siente y lo sufre el artista que lo ejecuta, sino también el depositario de un sentimiento que, en el caso concreto de Morante de la Puebla, resulta evocador, sincero.
Afortunadamente, el quinto toro, de la divisa de San Isidro, metió la cara un tanto a regañadientes, pero confiado en que los vuelos de aquella muleta iban a acariciar sus buenas intenciones. Y Morante, no acostumbrado a ponerse tan cerquita de los toros, sino más bien a realizar el toreo desde la media distancia, lo que supone más lógica y adecuación a su estilo, aquí comprendió que era necesario dar confianza al toro y no desesperarse en el intento, precisamente para poder sacar ese fondo de nobleza que tenía "Chatote".
Argumentaba el matador Raúl García –y con razón– que "el toreo comienza cuando el toro se para", y eso fue lo que ocurrió en La México durante esta faena del torero andaluz, en la que cada natural fue un monumento al arte del toreo; a la expresión de soledad que estalla de pronto y sacude a los espectadores; que los une sin reserva en la admiración de ese acoplamiento subyugante del hombre con el toro en el que cada uno aporta su miedo, su mística, su vida.
Porque sin ser una faena redonda, debido a la falta de continuidad de las embestidas, la hondura de aquellas tres series de naturales fue inmensa; patética, de un arrebato total que tuvo un clímax explosivo.
Morante es un torero para México; un artista que tiene por delante un apetecible porvenir si su administración actual consigue posicionarlo adecuadamente en este mercado tan especial; aquí donde la afición tiene una sensibilidad única para catar a toreros de su envergadura. Todavía estamos a tiempo de ver a Morante convertirse en consentido, aunque se trate de un veterano.
Y si delante del infumable boyancón lidiado en segundo lugar abrevió (un toro de Jorge María que casi lo arrolla aparatosamente al torear de capote), en el otro se dejó el corazón en la yemas de los dedos de la mano zurda –¡la de cobrar, sí señor!– y trazó naturales de una hondura singular, dejando la muleta desmayada, tersa sobre la arena, para tirar del toro a placer, relajar la figura y deletrear el toreo en un palmo de terreno, todo hecho con absoluta sobriedad, desnudo de artificio y entregado a esta aventura espiritual que es el toreo.
El sabor de esta faena ahí quedará para el recuerdo porque emana del toreo eterno; del toreo que deja huella y renueva el espíritu del artista y del receptor de tanta belleza, que es el público. Bien dijo Manolo Martínez, con su peculiar altanería y arrastrando el acento norteño: "¡Arte mata todo!"
En contraparte a lo que hizo el sevillano, lo de El Zapata fue pirotecnia capotera, banderillera y muleteril, en una actuación versátil, quizá demasiado dispersa pero entretenida. Y cuando parece que se va puede redondear una faena, el toreo accesorio de Uriel deja de lado lo fundamental. ¿Por qué?
No obstante, a favor suyo hay que abonar la entrega y disposición para dar espectáculo con esta mercancía que, sin llegar a ser de 24 kilates, mantiene un buen nivel de calidad. Nadie puede negar que El Zapata tiene un gran sitio, ganado a ley después de haberse curtido en esos pueblos polvorientos antes de llegar con orgullo a las plazas de cemento.
Asimismo, es evidente que su tauromaquia tiene reminiscencias antiguas, al más puro estilo de los toreros mexicanos de los años treinta o cuarenta del siglo anterior. Ahí están como ejemplo Alberto Balderas, Carnicerito de México o Luis Procuna, espejos imaginarios de la esencia zapatista.
La faena más centrada se la hizo al toro que abrió plaza, por concisa y seria. Y aunque el de Jorge María no terminó de humillar, se desplazó con nobleza a la muleta del torero tlaxcalteca, que le sacó provecho y consiguió pases de valía cerca de las tablas. Lo malo fue el infame bajonazo con el que finalizó su labor.
Al cuarto le hizo un novedoso quite por caleserinas en cuyo inicio de cada lance intercaló un "imposible", barroca mezcla que gustó mucho a la gente. Igualmente con las banderillas clavó de manera espectacular en sus dos toros y realizó galleos con absoluta seguridad, y quizá éstos fueron los momentos más brillantes de una tarde interesante de la que se llevó sólo una oreja, escaso premio al despliegue de tanto dinamismo.
Fiel a su estilo estético, y muy afinado, José Mauricio puso en evidencia su mentalización y serenidad. Más maduro y con mucho aplomo en las zapatillas, el torero de taurino barrio de Mixcoac se la jugó con el temperamental tercero, un ejemplar de Jorge María mejor construido que sus dos hermanos anteriores, que recargó en varas y llegó con brío a la muleta.
Lástima que el viento no le permitió someter del todo al toro, pues la exigencia del mismo implicaba toques más precisos, y cuando el viento sopla resulta muy complicado realizarlo. Pero ahí están los buenos detalles que regaló al público capitalino, los que vinieron a multiplicarse en el sexto, de San Isidro, acaso el toro más parejo en su comportamiento de los seis que saltaron a la arena del coso de Insurgentes.
Y tanto sus intervenciones con el capote, los remates y el quite, tuvieron el sello de lo bien hecho. Esta estela permeó a lo largo de una faena estructurada, en la que José Mauricio toreó con buen gusto y enseñó claridad de ideas y un valor importante, en series de excelente acabado que le coreó el público con fuerza.
A la hora de perfilarse para matar quizá pensó que una estocada recibiendo causaría mayor impacto en la gente, con la finalidad de asegurarse el corte de una merecida oreja. Pero la suerte de recibir no le salió bien y emborronó una obra importante. Al margen de que no haya conseguido el objetivo del triunfo, quedó constancia de esta madurez y atractivo momento por el que atraviesa.
Y una vez finalizada esta faena, y la corrida, el público espero para ver salir a Morante a hombros, satisecho de haber gozado ese toreo de tanto pellizco –preñado de sublime patetismo–, que vino a reflejar que el arte del toreo es un arte que gravita en una dimensión desconocida; una expresión humana que genera una tremenda emoción.
Ficha México, D.F.- Plaza México. Quinta corrida de la Temporada Grande. Poco menos de media entrada (unas 17 mil personas) en tarde de temperatura agradable, pero intermitentes y molestas ráfagas de viento. Tres toros de
Jorge María (1o., 2o. y 3o., con el hierro de
Los Ébanos), altos, corpulentos los dos primeros, y de juego desigual, de los que sobresalió el 3o. por su temperamento. Y tres más de
San Isidro (4o., 5o. y 6o.), de hechuras armoniosas y manejables en general, siendo el 6o. el más completo del encierro. Pesos: 515, 510, 470, 522, 486 y 492 kilos.
Uriel Moreno "El Zapata" (rosa y pasamanería blanca): División y oreja con protestas.
Morante de la Puebla (verde hoja y oro): Leves pitos y dos orejas.
José Mauricio (tabaco y oro): Ovación y palmas. Incidencias: Sobresalió en varas
Erick Morales, que picó bien al 3o. y se retiró entre palmas.
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