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Diego Emilio quema sus naves

Miércoles, 16 Ene 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | DEG   
"...Vendí el vestido de mi alternativa, que era mi única posesión..."
Diego Emilio ha quemado sus naves, tal y como lo hizo Hernán Cortés hace casi 500 años. Pero el joven espada hidrocálido lo hizo a la inversa; es decir, se ha marchado a España como emigrante… y sueña con llegar a ser conquistador como el audaz soldado extremeño, aunque en dirección contraria.

Y sólo quienes tienen la vocación tan definida son capaces de trazar una aventura de dichas proporciones. La intención es madurar, crecer como hombre y como torero; enfrentarse a unas vicisitudes distintas -tal vez igual de injustas- a las que ha vivido en México en estos últimos meses. Pero el que no se atreve no triunfa. Diego Emilio es consciente de las circunstancias que lo rodean. La cuesta hacia la cima es enorme. No le importa.

"Vendí el vestido de mi alternativa, que era mi única posesión, y a la que tenía un gran aprecio, a fin de poder costear el boleto de avión a España, y pagar los primeros gastos que tendré en este empeño de ser figura al otro lado del Atlántico".

Decidido a no volver hasta que pueda labrarse un nombre, este matador de toros de 22 años, alumno del séptimo semestre de la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, sabe que en España enfrentará una lucha distinta. Sin embargo, le dejará sabias enseñanzas en contra de la desesperación, y lo apartará de las afiladas fauces del hastío, esa perversión que suele corroer a los seres humanos por dentro hasta despojarlos del alma.

"La ilusión de conocer España, de poner un pie en Madrid, en la plaza de Las Ventas, y ahora plantarme en Sevilla, frente a la Maestranza, me ha hecho muy feliz. Y creo que de estas pequeñas felicidades está hecho todo, así que he comenzado bien, con el pie derecho, diría yo”.

El entusiasmo que desgrana la voz de Diego Emilio al otro lado de esa línea virtual de una llamada on-line de Whatsapp, reconforta a quienes han creído en él, y visto el sacrificio y la pasión que ha demostrado por ser torero, como es el caso de su maestro y descubridor, Manolo Arruza, que nunca dudó de sus condiciones para escalar alto en la profesión.

"Desde que tomé la alternativa (Aguascalientes, 26-04-2017), sólo he toreado cinco corridas, y después de mi actuación en la pasada feria de mi tierra, pensé que el panorama se había abierto para mí; me renació la ilusión. Pero al cabo del paso de los meses me percaté que no era así. De tal forma que no tenía caso seguir esperando y esperando a que me dieran una fecha, por más intentos que hicimos por conseguirla. Todo fue en vano, las puertas se me cerraron, y ahora lo comprendo. Estoy solo, y de esa soledad voy a fortalecer mi carácter para hacerme torero en España y triunfar. ¿Cómo? Ni yo mismo lo sé. Sólo sé que quiero lograrlo, y cuando uno desea algo con tanta determinación, al final sé que llegará".

Diego Emilio se mira en el espejo de César Rincón. Nueve largos años pasaron dese que ese coloso del toreo tomó la alternativa en la Santamaría de Bogotá, en el año de 1982, hasta que pegó los dos zambombazos consecutivos de Madrid. ¡Nueve! Y luego: gloria bendita, y a mandar en el toreo. La lectura que el hidrocálido le da a este milagro es sencilla: "puede ocurrir; sí que puede. Ahí está ese inmenso ejemplo de perseverancia".

A veces los toreros solamente están hechos de sueños, y no sólo los que empiezan, o quieren llegar lejos en esta dificilísima profesión; también las figuras se alimentan de lo mismo. Y es ese sueño constante en hacer algo, en expresar, en trascender, lo que al final los lleva al triunfo a costa de lo que sea. Contra viento y marea. Muchas veces como un agotado salmón que por puro instinto nada contracorriente.

De mis escasas experiencias fuera de México se cuenta una efímera incursión en Lisboa, cuanto tuvo oportunidad de torear un festival de escuelas taurinas en Campo Pequeño. Así que esta nueva travesía comienza desde el kilómetro cero, como ese que está a las puertas del Ayuntamiento de Madrid, y de ahí en adelante Diego Emilio quiere escribir, día a día, su propia ruta; andar por un camino que lo llevará por distintos senderos, muchas de ellos absolutamente desconocidas.

"Mis planes son relacionarme y encontrar a alguien como el maestro Manolo Arruza, que creyó en mí desde un principio. Lo mismo me daba ya ensayar allá o aquí si no había tentaderos, ni mucho menos corridas por torear. Y la ventaja más grande que yo veo es que tengo delante de mí una hoja en blanco que sólo yo, y nadie más, empezará a llenar con la historia que tengo en mi cabeza y mi corazón".

El maestro Arruza le entregó varias cartas de recomendación -de puño y letra, a la antigua-, con ese melancólico romanticismo que cada día queda menos en el toreo. Por desgracia. Y partir de ahí, de lo que Diego Emilio haga dependerá su futuro inmediato. Por ello necesita seguir siendo disciplinado, formal, serio, como lo ha sido siempre, dentro y fuera del redondel. Y a la menor provocación, ¡zas! pegar el certero zarpazo que le abra la puerta indicada, porque aquí, en México, está visto que no hay forma de prosperar.

"Tengo un visado de trabajo, así que no me asuste el hecho de buscarme la vida como lo han hecho otros compañeros, trabajando", afirma sin miramientos. Y aunque "trabajar" sea una palabra que no encaja en el diccionario espiritual de los toreros, tampoco le teme a ser mesero, o lo que haga falta, con tal de seguir luchando por su sueño.

"Espero que algún día no muy lejano se abra ese hueco para mi camada, pues veo que otros toreros jóvenes de mi generación no tienen las oportunidades que merecen. Y todos sabemos quiénes son. Sólo entonces, una vez que me haya consolidado en España, me gustaría volver a México. Mientras tanto, seguiré mi lucha sin descanso... y espero que Dios reparta suerte y me ayude, pues lo voy a necesitar".

Con esa convicción tan profunda sólo queda agregar: "Amén de los amenes", como decía el perspicaz Juncal. Y a no desfallecer. Nunca.


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