El encierro de la mítica ganadería de Miura decepcionó a la concurrencia de la cuarta corrida de la Feria de San Fermín que se llevó a cabo esta tarde en Pamplona, donde el esfuerzo de la terna no tuvo recompensa y sí mucha molestia por el juego de los toros.

Y es que cuando los de Miura no tienen transmisión, todo lo que se pueda decir de ellos queda nulificado. Así pasó prácticamente con los cuatro primeros ejemplares, pues los últimos dos presentaron más complicaciones, sobre todo el quinto, que se orientó demasiado pronto.

El mejor librado de los toreros fue Juan José Padilla que salió a brindar espectáculo y banderilleó con mucha entraga a los dos toros de su lote. El jerezano hizo faenas similares, en las que intentó alegrara a una concurrencia que, durante muchos pasajes de la tarde, se desentendió de la lidia en virtud de la poca emoción que transmitieron los toros al tendido.

Rafaelillo trató de ganarse a pulso su repetición para el año siguiente, y estuvo a punto de cortar una oreja al segundo, pero no redondeó con la espada y todo aquello que había conseguido se diluyó ante la falta de rotundidad a la hora de matar. El murciano hizo una faena de mérito, robándole los pases uno a uno, pero tampoco sin mucho eco en los tendidos.

En el quinto sudó la ropa desde el principio, y las dos largas cambiadas de rodillas de limpia ejecución sirvieron de poco en el balance final de una actaución de mucha entrega y pocos resultados, pues se vio obligado a abreviar ante las complicaciones que desarrolló este toro, de pelo sardo, que tuvo un comportamiento más cercano a lo que representa la ganadería andaluza.

Serafín Marín, que debutaba con una corrida de este hierro, apenas y tuvo opciones de mostrar su toreo con dos toros deslucidos, sin embestidas claras, que cortaban el viaje y se ponían por delante. El catalán pasó inadvertido en este intento de dar la cara en Pamplona, con los toros de Miura.