El País Semanal publicó el domingo pasado un interesante reportaje sobre la actualidad del toreo, "una fiesta más amenazada que nunca a pesar de seguir siendo el segundo espectáculo de masas en España, por detrás del futbol". Viene acompañado de una serie de fotografías donde las principales figuras del toreo español, con excepción del enigmático José Tomás, aparecen posando con impecables sacos de dos botones y en algunos casos, con un cierto grado de afectación.
Los modelos emergentes son miembros del llamado G-10, un grupo de toreros que se han unido para luchar por la supervivencia de las corridas. En las páginas del suplemento aparece elegante Enrique Ponce; abotagado y melenudo Morante de la Puebla. Parece mentira: Cayetano, el más acostumbrado a los reflectores, se muestra sobrio, sin regalar esas risillas que engorrosamente piden los fotógrafos.
De entre todos los entrevistados, El Juli es el más autocrítico: "Hemos llegado hasta esta situación (exterminación de los toros en Cataluña a partir del año que viene, amenazas frecuentes de desaparición de las corridas, descenso en el número de festejos y distanciamiento social), por la propia dejadez del sector taurino. Hemos fallado en la comunicación. El torero es un personaje actual. El sacrificio, el esfuerzo, cómo se juega la vida… mandar ese mensaje. Hemos querido encerrarnos en nuestros propios mundos y a lo mejor hacía falta lo contrario".
Cierto. Mientras los taurinos sigamos desunidos, mirando sólo hacia adentro, sin buscar verdaderamente el engrandecimiento y la profesionalización del espectáculo, nos faltará fuerza para contrarrestar el golpeteo constante de taurófobos impulsados por un espíritu abolicionista.
Y mientras Julián pone el dedo en la llaga, Hermoso de Mendoza sugiere atenuantes improcedentes: "eliminar la suerte de varas, impedir que el toro muera…". Creo que no es por ahí.
Tauroética
En el reportaje en cuestión, Quino Petit alude a "Tauroética", libro indispensable de Fernando Savater, obsequio del ganadero Pancho Miguel, que hemos terminado de leer.
Savater, aficionado intermitente de buen gusto -pues sus toreros han sido Paco Camino, Curro Romero y Rafael de Paula-, no alega en su obra a favor de las corridas sino contra las argumentaciones moralistas de quienes pretenden suprimirlas. Después de una densa, intrincada primera parte en la que reflexiona sobre la relación de los seres humanos con los animales desde una perspectiva filosófica, se centra luego en temas de gran actualidad que tienen que ver con la percepción actual del toreo.
Savater señala: "No es aceptable que los antitaurinos califiquen como asesinato o tortura lo que ocurre en las plazas. Que ciertas personas se exhiban con falsas banderillas sobre la piel y ensangrentadas con pintura es una deformación agresiva e insultante de la realidad: la barbarie no consiste en tratar con inhumanidad a los animales, sino en no distinguir el trato que se debe a los humanos y el que puede darse a los animales (…) Cuando el diestro Julio Aparicio sufrió una espeluznante cogida en la pasada Feria de San Isidro, hubo un debate en televisión sobre la oportunidad de exhibir reiteradamente la fotografía del dramático momento en que el cuerno de la res aparece por la boca del torero. Varios espectadores llamaron para comentar que peor lo pasó el toro, banderilleado y estoqueado luego a muerte. Incluso alguno insinuó que Aparicio se lo tenía merecido. Sin duda ésta es la voz de la barbarie, no de la ilustración y el humanismo".
Sobre la crueldad en los toros, anota: "En las corridas lo que hay es propiamente más crudeza que crueldad: porque vemos en el ruedo una cruda realidad que alcanza niveles simbólicos y sugestiones alegóricas sin enmascarar nunca por completo su fiereza desasosegante y cruda".
Puntualiza: "Si lo que nos preocupa es el sufrimiento de los animales, el verdadero problema está en los millones y millones que llevamos al matadero y criamos para comernos, no en los cientos de toros inmolados en las plazas. La auténtica punzada para ciertas sensibilidades morales debe provenir en primer término de que somos carnívoros, no de que somos aficionados a los toros".
Y por último, Savater se manifiesta en contra de las prohibiciones: "Comprendo perfectamente que haya quienes sientan rechazo y disgusto ante las corridas, como a los demás nos pasa ante tantos otros espectáculos, hábitos y demostraciones culturales. Pero que eso faculte a las autoridades para decidir desde la prepotencia moral institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía, resulta un abuso arrogante".
El problema es que decisiones como la tomada en Cataluña, obedecen más a aspectos políticos que a un verdadero deseo de suprimir este arte literario.