El fin de semana pasado se les perdonó la vida a tres toros en distintas plazas del mundo. ¿Paliativo para los enemigos de las corridas, cada vez más unidos y mejor organizados que nosotros los taurinos?
"Arrojado", "Niño Bonito" y "Cesarín" fueron indultados en Sevilla, Aguascalientes y Texcoco por José María Manzanares, Alejandro Talavante y Antonio Romero, respectivamente.
Manzanares, dueño de una tauromaquia más recia que la del padre, rígido dominador de la admirable y a la vez mecanizada técnica española (gran faena pero estereotipada), aprovechó cabalmente las cualidades del pronto y alegre toro de Nuñez del Cuvillo. Talavante, en un aire más libre, cuajó a un toro de Begoña, mientras que el principiante zacatecano Romero subió sus bonos al templar a un ejemplar de Cerro Viejo, una de las ganaderías no comerciales más destacadas de los últimos lustros.
Sin detenernos ahora en analizar si dichos toros merecían el perdón, no está de más recordar que el indulto tiene que ser un premio a la bravura, más que a la nobleza o la suavidad, pues la bravura es la esencia del toro de lidia.
Aunque en los tiempos modernos vemos con frecuencia a ganaderos que convierten a animales pastueños en toros de vacas, regresándolos a la dehesa o vendiéndolos como sementales a otros criadores para preservar una conducta que debe entenderse sólo como complementaria, la bravura sigue siendo la principal razón por la que un toro debe regresar con vida al campo, reconvertido en harén placentero.
Otro clase de "indulto"
Alberto "El Cuate" Espinoza se encontraba como espectador el domingo pasado en la plaza de Tecámac, cuando un toro de Las Huertas escapó hacia la calle. Era el quinto de la tarde y le correspondía a Lupita López.
Los torileros intentaban bajar al toro "en reversa" desde el camión de transporte hacia el ruedo, pero cuando éste vio luz acometió hacia adelante, escapando inesperadamente del cajón, en busca de indultarse a sí mismo. Vestido de paisano, Alberto no lo pensó dos veces, bajó al callejón, tomó una muleta y una espada, ¡y corrió más de un kilómetro! persiguiendo al toro que atravesó la explanada y el kiosco entre centenares de feriantes horrorizados.
El astado se internó en las calles aledañas y cruzó la carretera. Lupita vio cómo hombres y mujeres se encaramaban en los toldos de los coches para salvar el pellejo. Un hombre sufrió una voltereta. Cayeron vasos de cerveza, monederos, osos de peluche y algodones de azúcar. Marcial Herce y la propia Lupita corrieron detrás del toro hasta un punto donde sólo los pies ligeros de El Cuate fueron vistos volando sobre el asfalto y las coladeras.
Cuando el maratonista emergente finalmente lo alcanzó, fatigado le buscó los blandos con la punta de la espada, acabando con la vida del tunante, mientras un puñado de policías seguía disparando balas de goma a las paletillas de la res. Dos de ellas rozaron a Alberto, una en la frente y otra en el pecho, como al pobre Mario de "Cruz de Navajas". Sólo que a diferencia del personaje de la canción de Mecano, el héroe de nuestra historia sí vive para contarlo con su acento norteño y esa onda tan suya que lo caracteriza.
Coletas en la ciudad "coleta"
Don Manuel Burguete, cronista de San Cristóbal de las Casas, nos regaló un libro donde cuenta la historia de la Fiesta de toros en Chiapas. Exalta la figura del empresario Pedro Sánchez, magnífico impulsor de los toros en ese bello estado.
Relata que la Feria de la Primavera empezó a celebrarse en 1868 y que nada menos que Francisco Arjona "Cúchares" se presentó en San Cristóbal. También Silverio Pérez, Calesero, Luis Briones, Manuel Capetillo, José Huerta y Diego Puerta, entre otros grandes coletas. Nos llama la atención el cartel reseñado del 20 de abril de 1976, mano a mano de Eloy Cavazos y Marcos Ortega.