Hasta que salió por toriles el quinto toro de Alcurrucén la tarde se vino arriba, y fue porque el resto de la corrida no había ofrecido posibilidades de triunfo a los toreros, que habían estado por encima del ganado, esforzándose inclusive por imponerse a las ráfagas de viento y ese hastía tan apremiante que ya había invadido al público.
Y fue Juan Bautista el que prendió la mecha con el toro más completo de un encierro sin fondo, carente de la bravura que ayuda a que la emoción contribuya a calentar el ánimo de los toreros y la entrega de la gente.
Como las hechuras nos suelen fallar, el quinto, que era un toro bajo y reunido, acucharado de cuerna y muy en el tipo de los toros de Carlos Nuéz que lidiaban las figuras en los años sesentas, embistió con nobleza y permitió que el torero francés se abriear de capa con variedad, pues intercaló airosas chicuelinas a sus verónicas.
Después, se le notó asentado, toreando con temple, a ese toro que le faltó un punto más de transmisión, pero que sí tuvo la calidad suficiente para que Juan Bautista hiciera una faena interesante en la que lució en pases por dos pitones, aunque al final sin romper del toro porque el de Alcurrucén duró poco. Pero aquella dispocisión tuvo eco en el tendido y la gente despertó del letargo en el que se encontraba.
Y si la lidia del quinto había servido a aumentar el ambiente de la plaza, el sexto, alto y largo, montado de pitones, Leandro, el torero de Valladolid que vino a México como novillero, demostró que sigue siendo uno de los espadas recuperables del escalafón, ya que además de torear con calidad, tiene valor y buenas maneras.
El toro comenzó a embestir con la cara alta, y conforme transucurrió la faena fue descolgando porque Leandro le dejó la muleta puesta y lo sometió con el punto preciso de temple y dominio para que siguiera la tela roja hasta el final en muletazos de magnífico acabado. Esta condición de moverse que tenía el toro, aunque sin calidad, la aprovechó Leandro para dejar su impronta de torero bueno.
Y todo el público emujó la espada -su talón de Aquiles- a la hora en que se perfiló a matar. Como se fue derecho, colocó una estocada entera, en buen sitio, que requirió de un certero golpe de descabello para que le concedieran una valiosa oreja de una temporada en al que puede ser decisiva en su carrera.
Miguel Abellán realizó una primera faena de mucho mérito ante un toro serio, con edad y cuajo, que embsetía con poder. Y lo más valioso de todo fue que lo hizo en medio de un vendaval que le hacía flamear la muleta de forma peligrosa. Así fue como el madrileño le tragó mucho al toro de Alcurrucén hasta construiri un trasteo macizo que tuvo sus mejores momentos cuando lo sacó afuera de la segunda raya y le dio buenos naturales.
El cuarto toro, de pelo berreno en negro, cinchcado, lucero, calcetero y coletero, que por su capa recordaba a aquellos toros salmantinos de Sánchez Cobaleda, resultó complicado porque sabía bien lo que dejaba atrás. Sin embargo, Abellán, que siempre ha tenido una determinación férrea, solventó la papeleta con oficio y se lo quitó de encima con una media estocada y varios golpes de descabello, y el esfuerzo que había desplegado durante la corrida, sobre todo con su primero, y ante condiciones de clima tan adversas, se desvaneció por completo.
Mañana, en la cuarta corrida de la Feria de Fallas, actuarán Curro Díaz, Matías Tejela y Rubén Pinar con toros de Fuente Ymbro, la encastada ganadería de Ricardo Gallardo, de puro origen Jandilla.
Resumen de video de Digital Plus