La corrida de esta tarde en la Plaza México se antojaba para ver cosas inesperadas, y aunque la entrada fue un poco menor al estimado –¡maldita jornada doble de fútbol americano!–, el público salió contento del coso tras presenciar la actuación de tres toreros diferentes, y con circunstancias taurinas y personales sumamente distintas.
El común denominador fue la entrega, pues nadie puede negar que el mítico Rodolfo Rodríguez "El Pana" se esforzó, a su manera, y con sus años, que cada vez se le echan de ver más, delante del lote que ofreció menos posibilidades de lucimiento.
Y esa lentitud y parsimonia con la que el torero de Apizaco hizo las cosas, contrastó con la pujante vitalidad de sus jóvenes compañeros de cartel, que salieron como perros de presa en busca del triunfo.
El Pana anduvo por ahí haciendo sus cosas, y la gente lo esperó en todo momento, pues sabe que con este mago del espectáculo nada está escrito, y la frescura de su recia personalidad es algo que fluye de manera natural. Así dejó pellizcos de su arte, como el glorioso trincherazo al primer toro de la corrida, un ejemplar tardito pero noble que era preciso pisarle el terreno con más confianza –y tal vez sin viento–, algo que Rodolfo sólo hizo en contados pasajes de una faena intermitente, con fulgurantes chispazos de su peculiar estilo.
Pero la faena grande vino en el segundo, un toro noble, que embestía despacio, y al que Talavante cuajó una faena de esas para el recuerdo, pues el extremeño se sublimó de una forma hasta hace poco tiempo desconocida en su tauromaquia. Aquel parecido físico y estético que mantenía con José Tomás –su alter ego– todavía tiene cierta remembranza, pues hasta en el color de su vestido (las piedras color esmeralda que hacen juego con la faja y el corbatín, y hasta el bordado de corazones), nos recordó al de Galapagar.
Sin embargo, debajo de ese disfraz de reminiscencias tomasistas, fomentado por Antonio Corbacho (ni duda cabe) ahora Talavante fue Talavante, y se abandonó a placer para poner una gran cuota de profundidad y abandono a un trasteo donde se fundió con el toro en muletazos tan variados como arrebatados. Y el público se sumergió junto con el torero en aquella obra de arte de indescriptible emoción, donde sumó temple, cadencia, ritmo, suavidad de toques... y hondura.
Cuando ya tenía las dos orejas en la espuerta, y quizá hasta algo más, dejó entrever nuevamente su torpeza con la espada, esa misma que le arrebató, en su anterior comparecencia, otra puerta grande de clamor. Y es que, a pesar de que entra a herir por derecho, siempre deja el brazo atrás, la mano de la espada arriba, y así no se pueden matar a los toros.
Espoleado por El Pana y Talavante, Arturo Saldívar se entrego en el tercero, un toro reunido y rematado de carnes, que terminó embistiendo de manera suelta hacia la puerta de toriles. Hasta ahí se fue el hidrocálido a robarle pases con buen gusto que agradaron al público, en un trasteo macizo que tampoco pudo rematar con el acero.
La gente ya estaba metida de lleno en el festejo, cuando las deslucidas embestidas del cuarto impidieron ver a Rodolfo en plenitud. Y abrevió en una faena de cinco minutos, sabedor de que ahí no había nada que hacer. Bien dicen que la brevedad es una especia de cortesía. Gracias, Pana.
Talavante se electrizó en el quinto. Aguantó arreones y miradas, en medio de los embates del viento, en una faena desgarrada, un tanto violenta y rápida, pero con un valor a prueba de fuego. Este trasteo fue algo así como remix de la anterior, pues por momentos dio la impresión de que intentaba repetir esa faena que ya tenía en la cabeza y que no se les puede hacer a todos los toros.
El sexto fue otro de los ejemplares buenos del encierro de San Isidro, pues embistió despacio y con calidad a la muleta de Arturo Saldívar, que siguió la tónica del arrebato y la entrega juvenil, en una faena donde el público, y también una fuerte voltereta jugaron a su favor. Ahora sí consiguió despenar al toro con cierta eficacia, mediante media estocada tendenciosa, y cortó una oreja que le posiciona como uno de los toreros mexicanos triunfadores de la campaña.
Así las cosas, Talavante decidió regalar un toro, y de la misma ganadería, con el que repitió la dosis de valor espartano hasta que le levantaron los pies del suelo, en el instante en el que espantaba al público con su aguante y variedad, sacándose al encastado sanisidro por aquí y por allá, sin moverse un milímetro. Y todo esto sobraba, pues la faena de cante grande ya se la había hecho al primero de su lote.
Ojalá que el impacto televisivo de estos tres toreros favorezca la entrada del próximo domingo en Guadalajara, donde están anunciados, con toros de Santa María de Xalpa, en la primera corrida de la segunda fase de la temporada tapatía. A ver si el agarrón de los chavales vuelve a contrastar con la solera (y no de Bacardí, espero) que conserva El Pana, que entre más viejo, tiene más añejamiento. Ahí estaremos.