La entrada contrastó con la de otras tardes y el escaso público que había en La México andaba un tanto despistado, con una actitud extraña en dos pasajes concretos del festejo: la pasividad ante la escasa presencia del toro de regalo, más chico que el quinto, que fue protestado, y la incoherente solicitud de indulto para este ejemplar, al que Matías Tejela le hizo una faena de oropel.
Porque la tarde tuvo, ciertamente, muy pocos momentos rescatables, siendo el torero de Alcalá de Henares el que solventó la papeleta con más recursos, y se vio un tanto obligado a regalar el sobrero de Jorge María en virtud de que el segundo toro de su lote fue protestado por su falta de remate.
Una vez más, el público se convirtió en el veedor de la empresa, y aunque el toro de La Soledad no fue devuelto, a Tejela no le tomaron en cuenta nada de lo que hizo.
Pero sí que le corearon los redondos con temple y los naturales de mucho pulso al segundo, un toro soso y manejable que fue uno de los más toreables del encierro de la familia González. Una estocada entera, un tanto trasera, le valió el corte de una oreja benévola.
En el de regalo parecía que estaba tentando, pues la fala de trapío y emotividad del toro, que manseó en banderillas y mantuvo dicha condición hasta el final, permitió al torero ultramarino ejecutar vistosos cambios de mano y otros adornos, en medio de una algarabía exagerada de un público que había perdido la brújula minutos antes con su incongruente actitud.
Y queriéndole dar coba al juez de plaza, Matías alargó la faena innecesariamente ya cuando por ahí habían asomado algunos pañuelos solicitando el perdón de la vida del toro de Jorge María, la ganadería de Rafael Herrerías que, por cierto, hoy no estaba presente en el palco de la empresa. Los pinchazos echaron por tierra aquella pueblerina puesta en escena y Tejela se tuvo que conformar con el cariño de aquellos que degustaron sus chispazos de inspiración con más cabeza que fatuo apasionamiento.
José María Luévano ejecutó varias de las series de más reciedumbre y sentimiento de la tarde, delante del cuarto, el toro más completo del encierro de La Soledad. El abigarrado estilo del torero de Aguascalientes le llegó a la gente, y lo que pudo ser el corte de una merecida oreja se vino abajo con sus fallos a espadas. Al acaballado primero también lo toreó con enjundia en un trasteo breve porque el toro se rajó y comenzó a desparramar la vista en el tendido.
Juan Chávez estuvo aseado y frío con el tercero, un toro que duró poco y que terminó refugiándose en tablas. En el sexto se esmeró por conectar más con la gente desde el saludo capotero, y realizó un quite por saltilleras en cuyo remate fue volteado sin consecuencias. A partir de este momento el toro desarrolló sentido y sabía muy bien lo que dejaba atrás. El michoacano le buscó las vueltas en una faena esforzada que no pudo rematar con la espada.
Ya se sabe que al día siguiente de Navidad van a torear el español Ruiz Manuel, Guillermo Martínez y Aldo Orozco, con toros de San Marcos. A ver si entre copa y copa de las tradicionales posadas, se aclara el panorama y el público se sacude un poco este mal juicio, quizá provocado por la cruda colectiva que suele aquejar a la gente en esta época de celebraciones.