La azarosa y fascinante fiesta de los toros tiene muchos entresijos, y uno de los más profundos sea advertir sin un novillero puede llegar a matador de toros. Y aunque la circunstancialidades que entraña el espectáculo acechan cada vez que se abre la puerta de toriles, siempre resulta grato para el buen aficionado ver un novillero con condiciones para descollar en tan difícil profesión.
El debut en la Plaza Arroyo del tapatío Christian Verdín, y el huamantleca Antonio Galindo, supuso una grata revelación. El primero mantuvo tuvo la fortuna de sortear al mejor novillo del encierro de Los García, de procedencia Parladé-Domecq. El segundo, aún si poder mostrarse del todo, apuntó algo fundamental para ser torero: un valor sereno de una elegante discreción, y una personalidad sobria.
Ambos tienen hechuras de toreros, y claridad de ideas para andar en esto. Ya el tiempo dirá si terminan de funcionar o no, pues en esta etapa en la que se encuentran –Verdín toreaba hoy la tercera novillada de su vida–, lo importante es avanzar y no estancarse, porque el novillero que se estanca pierde no sólo la brújula, sino el horizonte llamado alternativa.
El encierro de los Octavianos, como se les conoce cariñosamente a Octaviano García, padre e hijo, evocando tal vez la magnífica mancuerna de talento y afición que representan los llamados Victorinos –también padre e hijo-, mantuvo el interés del público, que no perdió detalle de la lidia de estos ejemplares españoles, nacidos en México, que tuvieron distintos matices dignos de señalar.
Por principio de cuentas, habría que apuntar que los dos toros de capa clara –un hermoso novillo de rarísimo pelo albahío dorado, y un colorado hornero ojo de perdiz–, tenía las hechuras más agradables para embestir que los otros dos, de pelo negro.
Y al final, el que cerró plaza, un ejemplar de nombre "Esquinero", número 128, que le correspondió a Verdín, fue el que brindó un juego más completo desde que apareció en el redondel.
El buen son del novillo y su forma de rebozarse, permitió a Verdín tender la suerte con mucho trazo y recetarle un ramillete de sabrosísimas verónicas que abrochó con una media de lujo. A partir de entonces, la gente se frotó las manos, y aunque después la faena tuvo sus intermitencias, debido al escaso rodaje del tapatío, alumno de la Academia Municipal de Guadalajara que dirige el maestro Manolo Arruza, lo cierto es que bosquejó detalles significativos con la muleta en la zurda.
La tendencia a dejarle el engaño puesto en la cara, así como el ritmo de sus muletazos, nos hablan de un torero que tiene maneras y capacidad para destacar, pues además tiene un valor buen para quedarse quieto.
A diferencia de la frescura –y arrebato de capote que supuso la llegada a Arroyo de Verdín–, el toreo de Antonio Galindo tiene sello. Hay algo en este tlaxcalteca de mirada triste que motiva a la reflexión, y si además sumamos una forma tan serena de andar por el ruedo, su personalidad adquiere un cariz especial.
Qué lástima que el novillo "Conocedor", número 42, de pelo albahío, se paró tan pronto. El de Los García sangró mucho, y no tanto porque el buen puyazo de Curro Campos haya sido muy fuerte, sino porque le hizo mella por aquellas cuestiones indescifrable que tiene la Fiesta.
A pararse, le exigió colocarse en el sitio, y sacarle los muletazos con tirabuzón, en una faena concisa, que brindó a nuestro colega Tadeo Alcina, donde brilló la firmeza y el magnífico concepto de su toreo. Y no se amilanó con la voltereta al haber dado demasiada "luz" al novillo en un natural, sino que se levantó sin miramientos a seguir en el mismo tenor.
Estos procedimientos tuvieron realce con la magnífica estocada que le valió una cariñosa ovación en las rayas del tercio. Ojo con el torero de ese lobo de mar llamado Miguel Villanueva. No hay que perderlo de vista.
Si las actuaciones de Verdín y Galindo llamaron la atención, tanto el veterano Rodrigo Hernández como el principiante Jorge Didier también pudieron enseñar algunas cosas.
Hernández enfrentó un novillo muy emotivo que se desfondó mediada la faena, quizá porque el torero capitalino no consiguió enseñarle el camino. Su falta de sitio no le permitió redondear las series y sólo mostró cierta actitud y un buen manejo de la espada, pues despenó a este novillo de una certera estocada a la que antecedió un pinchazo en lo alto.
Durante la lidia de este ejemplar, César Morales repitió color y colocó un puyazo antológico, que le valió una sonora ovación cuando abandonaba el redondel, y se perfila a llevarse el trofeo del mejor picador, tan codiciado por todos los valientes hombres del castoreño que actúan en este escenario.
Didier repetía tras una entonada actuación, pero hoy le correspondió lidiar a un novillo incómodo, por alto y deslucido, que arrollaba con la cara alta y hacía hilo en la muleta. Sus escasos recursos condicionaron una labor empeñosa emborronada con ocho pinchazos.
La temporada de la Plaza Arroyo sigue siendo un maravilloso semillero de toreros. Y da gusto ver que detrás de los debutantes siempre se encierra una incógnita que ilusiona a los aficionados. Dice Sergio Hernández González, ganadero de Rancho Seco, que la Fiesta es como una señora preñada que en cualquier momento puede alumbrar a una nueva figura del toreo. Por eso es bonito mirar siempre hacia los novilleros, alentarlos y apoyar al que sirva, alejados de cualquier instinto paternalista que, desde hace algunos años a la fecha, ha condicionado la labor de determinados empresarios. Las oportunidades deben de ser para los que funcionan y se abren camino por sus propios medios. Como fue el caso, esta tarde, de Christian Verdín y de Antonio Galindo.
Sábado 11 de septiembre de 2010. Media entrada en tarde nublada. Novillos de Los García, de encaste español, bien presentados, serios, de juego desigual, de los que sobresalió el 1o. por su transmisión y el 4o. por su nobleza. Pesos: 386, 384, 388 y 398 kilos. Rodrigo Hernández (burdeos y oro): Ovación. Antonio Galindo (negro y azabache): Ovación. Jorge Didier (burdeos y plata): Ovación tras aviso. Christian Verdín (verde botella y oro): Oreja. Destacaron en varas César Morales y Curro Campos, que fueron largamente ovacionados. Y con el capote y las banderillas, Christian Sánchez, que saludó en el 4o.