La primera novillada de la Vigésima Temporada de Arroyo mantuvo el buen ambiente hasta el final, y hubo varios aspectos dignos de mención, en medio de una tarde marcada por el sentido homenaje al veterano apoderado Rafael Báez, con motivo del medio siglo de vida dedicado a la profesión.
El mano a mano de triunfadores, con la presencia en el cartel de dos toreros de muy distinto estilo, era un aliciente más para el público que casi llenó los tendidos del pintoresco escenario.
Se lidió un encierro de Malpaso, bien presentado, y armonioso de hechuras, que dio juego desigual, y del que sobresalió el novillo que abrió plaza, que tuvo nobleza, y dejó andar muy a gusto a Carlos Rodríguez, el artista potosino que volvió a dejar excelentes detalles de calidad, pero demostró que no avanza en su ejecución de la suerte suprema y se dejó vivo al segundo ejemplar de su lote.
Este escueto resultado no refleja ciertamente los momentos que ofreció Carlos, pues al que abrió plaza le hizo la faena más consistente de la tarde, por su estructura y concepto, donde brilló su toreo de excelente trazo, sobre todo con la mano derecha, lado por el que el novillo embistió con más continuidad y ritmo.
Y cuando terminó por enfibrarse, sintió más lo que hacía y fue así dejando el lógico nerviosismo de lado, hasta realizar un trasteo interesante que no pudo rubricar con la espada, y fue así como perdió la oreja que ya tenía en la espuerta.
La ruina sobrevino en el cuarto, cuando no fue capaz de darle muerte, y escuchó tres amargos avisos. Con este novillo bosquejó pases sueltos de buena factura, dada la poca colaboración del de Malpaso, que reservaba sus embestidas y cuando acudía hacía hilo en la muleta o rebañaba por abajo, revolviéndose en un palmo.
Cabe destacar un excelente quite por chicuelinas que hizo al segundo novillo, y esos detallazos de torero caro que, mientras no aprenda a matar, será difícil rentabilizar en futuras actuaciones, pues bien dicen por ahí que "las orejas se ganan con la muleta... y se cortan con la espada".
En este sentido, y aunque quizá no la ganó del todo con la muleta, sino con una férrea disposición, el tlaxcalteca Óscar Amador volvió a dejar constancia de su sólido valor y una personalidad acusada que le llega al público fácilmente.
Si en su primera intervención solamente destacó en un ajustado quite por saltilleras, cabe resaltar la magnífica estocada que colocó a este novillo, lidiado en segundo lugar, un ejemplar que tenía voluntad de embestir, pero que sangró mucho y terminó desfondándose. En contados momentos, Óscar le dejó la muleta puesta en la cara y lo obligó a repetir. Lo que sí hizo válido fue su recurso de la espada y así se llevó a casa la primera oreja concedida en la presente temporada.
En el cuarto, un novillo que tenía una faena escondida, porque cuando se le hicieron las cosas bien se empleaba en la muleta con transmisión, el tlaxcalteca manifestó su verdor desde el capote, y estas dudas y desarmes se prolongaron casi en toda su labor, salvo en un par de series con la derecha en las que se recreó toreando con ese sentimiento que le caracteriza.
Cuando parecía que iba a colocar otra estocada de ley, se encunó y pinchó –a toma y daca–, quedando maltrecho para volver a intentar la suerte, que ya no le salió como se esperaba.
Actuó en último lugar el rejoneador Leonardo Zatarain ante un noble ejemplar de Sergio Rojas, que embistió igual de bien al caballo que a los toreros a pie. Sin embargo, la inexperiencia del hidalguense le hizo ver mal en determinados instantes, más cuando intentó clavar sin ninguna ortodoxia, con el novillo mirando hacia otro lado y él entrando a la media vuelta.
Un par de banderillas con arrojo compusieron un poco su deshilvanada actuación, y después de un pinchazo colocó un rejón de muerte un tanto trasero pero muy efectivo para ir a mendigar un apéndice que el juez, Gilberto Ruiz Torres, no tuvo empacho en entregar de forma benévola ante la mínima presión de un público al que ya le daba igual cualquier cosa, y lo que quería era irse a comer.
Si las orejas se ganan con la muleta y se cortan con la espada, nunca se piden implorando debajo del palco de ningún juez de plaza. Esta es una regla básica de ética profesional que a los maestros de toreros se les olvida inculcar.
Lo más sobresaliente en el toro de rejones lo hicieron los Forcados Mexicanos, encabezados por Miguel Louceiro, que cuajó una pega excelente, por su temple y recursos, que fue muy ovacionada por el público. Cuando se hace la suerte de esta manera, no cabe duda que hasta en los forcados se puede encontrar ese chispazo de arte que hace grande a la Fiesta.