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Desde España: La escuela de El Juli (fotos)

Martes, 20 Jul 2010    Madrid, España    Ceci Lizardi | Foto: CLT     
Todos los alumnos de la escuela
Dicen por ahí que la vida es una escuela por la que todos pasamos, pero que sólo algunos saben aprovecharla. Para muchos, vivir o haber vivido es haber visto sus sueños cumplir; para otros, es sólo haber visto pasar el tiempo mientras lo que deseábamos no llegaba y, darse cuenta, cuando no quedaba más que la resignación, que nunca llegarían.

El asunto, creo, está en perseguir los sueños con el espíritu y vigor suficientes para que, pasado el tiempo, no podamos reprocharnos a nosotros mismos el haber podido dar un poquito más.

En el mundo del toro queda claro que para poder cumplir los sueños muchos tienen poco, pocos tienen mucho, y poquísimos tienen todo lo que se necesita para ser figura del toreo. ¡Qué realidad tan cruda cuando tantos quieren tan entrañablemente conseguir ese título!

El "espíritu" de El Juli

Cuando uno cruza la puerta de la Finca Feligrés en Arganda del Rey, para ver un día común y corriente en la Escuela de la Fundación El Juli, los pelos se ponen de punta. Y no sólo por sus magníficas instalaciones, sino por todo lo que ellas representan; esto además de que se trata de un recinto en el que se forjan los nuevos valores, y en el que quizá se encuentre el próximo José Tomás, el próximo Morante o el próximo Juli.

La finca también alberga el museo privado de Julián, que generalmente permanece cerrado. Algunas veces se abre y cuando esto sucede pareciera que ahí dentro hay un tesoro escondido de la luz que emana de tanta maravilla. "No caben más cosas" dice Ignacio, su hermano mayor, quien ha diseñado y acomodado todas las piezas de la exhibición: cada trofeo, cada cuadro, cada foto y cada traje de luces. La colección refleja el gran paradigma de la vida de El Juli, que a sus veintisiete años parece haber vivido más y con más intensidad que muchos hombres con largas vidas. Como El Juli, pocos.

A las cinco de la tarde llegan los veinticuatro alumnos inscritos en la escuela, cuyas edades oscilan entre los doce años de "Dieguito", hasta los veintitantos de Lorenzo Sánchez.

Conforme llegan pasan a la oficina en donde los espera Santiago, el administrador, a quien saludan todos muy cariñosamente. Ahí firman una hoja para pasar lista y esperan a los maestros y al resto de sus compañeros mientras juegan con "Cartucho", el perro de la familia López Escobar.

En seguida, si es que hace buen tiempo, salen a correr en grupo alrededor de la finca; si no, se dirigen hacia el frontón techado para realizar diversos ejercicios de estiramiento bajo la guía del matador Javier Vázquez.

Posteriormente, se dividen en tres grupos: dos de ellos se integran por los más mayores y avanzados, y de esos dos, uno va a la preciosa placita a poner banderillas y el otro se queda en el frontón para torear de salón. Los más pequeños se dirigen al aula, en la que el matador Gabriel de la Casa, director artístico de la escuela, les enseña a coger los trastos y demás principios básicos del toreo.

Los jueves se imparte una clase teórica en donde se ven temas como la colocación en la plaza, la teoría y práctica del tentadero, los reglamentos y documentación, las plazas de toros, un poco de historia del toro y de la tauromaquia, el toro mismo, los encastes y las ganaderías; el gallismo y belmontismo como dos formas y estilos, los toreros, las suertes, las frases, terminología y el abecedario taurino; así como cómo vestirse de luces, entres otras cosas. Esta cátedra es impartida por el matador Ángel Gómez Escorial, que los demás días se encarga de uno de los tres grupos.

¿Qué si son aburridas la clases? Qué va. Lo que sucede es que el conocimiento siempre ha ido ligado un poco al lado afectivo. Así, una escuela normal siempre deberá preocuparse por hacer nacer en los pupilos un deseo por aprender. En el caso de una escuela de toreros esto no es necesario porque todos los alumnos están ahí por deseo propio, por gusto, por amor a la fiesta, por las ansias que tienen de torear y por lo que llegar a ser “torero” significa en sus vidas; mas no por obligación. Además, en la Escuela Taurina de Arganda del Rey de la Fundación El Juli el binomio ideal de maestro-alumno congenia de manera sin igual.

Ignacio López es el director de la Escuela y tanto él como su padre están siempre al pendiente de los avances de cada uno de los alumnos.  Julián sólo asiste de cuando tiene algún día libre, aunque se lleva a tentar muy a menudo a los más mayores de la escuela.

Ignacio dice sentirse feliz del gran ambiente que se vive en la escuela. Y es verdad, debe de estarlo. Sin embargo, "el único momento en que percibo rivalidad entre ellos es en el trofeo de la Escuela. El resto del año hay mucho compañerismo y eso es de lo que más orgulloso me siento. Los mayores ayudan a los pequeños, nunca se oyen discusiones y nunca hemos tenido que pedirle a alguno que abandone la clase".

Orgulloso de las bondades de la escuela y de la actividad taurina agrega: "si tú ves esta escuela, en nada se parece a una escuela de fútbol. Y los chicos en nada se parecen a los de otras profesiones. En la escuela hay una educación envidiable, nunca falta un ´buenas tardes´ o un ´hasta mañana´. Y esto no es más que los propios valores que promociona la fiesta, que te da unos valores que no te dan otras actividades o que yo nunca he encontrado en otro tipo de centros de enseñanza".

Naturalmente, cada niño y niña tienen diversos niveles de maduración, diferentes estilos cognitivos, distintas relaciones afectivas y personalidades, y todos provienen de distintos contextos culturales; pero en la Escuela Taurina de Arganda del Rey todos tienen algo en común: todos quieren ser figuras del toreo.

Y ese hechizo tan único e inexplicable, que es lo que los motiva a forjarse a base de sacrificio, esfuerzo, sangre y lágrimas, los hace muy diferentes de los niños de su edad.

Alumnos mexicanos

En la escuela están matriculados dos franceses, entre ellos Patrick Oliver que quizá se convierta en el primer matador de toros que de ella egrese, y hay también cuatro alumnos mexicanos: Héctor Ávila, Brandon Campos, Antonio Lomelín y Mary Paz Torres.

Héctor Ávila, es del Distrito Federal y tiene 20 años. Se inició con el matador Ricardo Balderas, pasando después por Tauromagia Mexicana y la Escuela Taurina de Salamanca, en donde recibió la oportunidad de ingresar a la Escuela de la Fundación El Juli.

Brandon Campos es oriundo de Querétaro y toreó su primera vaca en una fiesta en la Plaza Santa María. Se apuntó en el Escuela Taurina de su ciudad en donde pudo torear alrededor de veinte festejos. Después estuvo junto a Juan Carlos San Román y, posteriormente, en la Academia Taurina la Esperanza que dirige el Juan Pablo Llaguno. Ingresó a la escuela tras una prueba en la ganadería de Sotillo Gutiérrez.

Antonio Lomelín, es hijo de la gran figura del toreo en México del mismo nombre y del que se siente muy orgulloso. Nació en Saltillo pero se crió en Pachuca, y quiso ser torero a partir de una corrida en la que actuó el maestro Eloy Cavazos. De la mano de Pablo Samperio dio sus primeros muletazos y de la de Israel Téllez, los segundos. Ingresó a la escuela el año pasado. Ganó el certamen y el Bolsín de Vitigudino en su debut de luces el pasado mes de mayo, en el que cortó una oreja.

Proveniente de una familia de abolengo taurino, al ser nieta de la ganadera de Carranco, doña Laura de Villasante, Mary Paz Torres decidió coger los trastos a los 17 años de edad, cuando toreó por primera vez en el rancho de su familia. Entonces ingresó a la Escuela Taurina de Querétaro en donde permaneció dos años y medio para irse después a la Academia La Esperanza en donde permaneció sólo poco tiempo. Vino a España y estuvo en la Escuela Taurina de Sevilla hasta que fue admitida en la Escuela de la Fundación El Juli. El domingo pasado debutó vestida de luces en la localidad de Mijas, provincia de Málaga, y salió a hombros tras cortar dos orejas.

El pasado 24 de junio se dio por terminado el curso escolar y, como dicta la tradición, el día de 30 se llevó a cabo un tentadero en la ganadería Sotillo Gutiérrez, propiedad de don Juan José Rueda, en donde se entregaron diplomas a todos los alumnos y dos capotes de El Juli como reconocimiento al "mejor portado" que fue Eduardo Gutiérrez, y al "más aplicado", Mario Palacios.

Fin de cursos con sabor taurino

La cita del tentadero era a las once de la mañana. Los alumnos llegaron en una camioneta que manejaba Patrick Oliver. Ignacio López y Santiago  llegaron enseguida. Después, don Julián y algunos invitados entre los que se encontraba el embajador de Ecuador en España Galo Chiriboga, que recordó el paso del maestro De la Casa por el Ecuador y algunos triunfos de El Juli en su país.
Posteriormente, entre Ignacio y los tres maestros, decidieron el orden en que saldrían los alumnos, quienes se repartirían ocho vacas.

Patrick Oliver, José Arévalo, Miguel Cuartero y Diego Fernández -los cuatro novilleros con picadores- y los siguientes más avanzados paraban a la vaca e iniciaban con la muleta, continuando en segundo y tercer lugar los demás, según el orden establecido. Durante su turno todos echaron  la carne al asador. “Créetela, como si estuvieras en la plaza” les gritaba don Julián.

Indudablemente, en muchos de los alumnos se ven cualidades y algunos proyectan dimensiones extraordinarias y gran creatividad; pero en la escuela son siempre muy realistas: en la plaza, con la presión y la responsabilidad encima y el toro de frente las cosas suelen ser un tanto distintas. Dice Ignacio: "ser un profesional de esto es dificilísimo y ser figura es casi imposible, por eso los motivamos a que continúen con sus estudios".

Sería injusta si no mencionara que lo más emocionante de la tarde llegó en la última vaca que correspondió a los chiquitines. Verlos fue, sinceramente, un deleite a la pupila. Estuvieron en papel de figuras: los gestos, el porte, las ganas; lo intentaron todo y de todas formas, de pie y de rodillas, con silla y sin silla…. Simplemente espectacular.

Así, mientras "Javi" pegaba unos pases de ensueño y "Nachito" se mordía las uñas para volver a salir al ruedo y darle réplica, don Julián cantaba desde el palco "Palomo Linares" y "Toros y coplas", a modo de acompañamiento. ¡Qué bonito espectáculo! y qué triste que ni las reseñas ni las fotos puedan reproducir la emoción de esos momentos. Como el arte efímero, esas tardes quedan sólo en los recuerdos.

Ver la ilusión de esos niños me hace pensar que el mismo Juli regresaría al tiempo en que no podía torear en España y tenía que ir a México a probar suerte cuando allá nadie lo conocía; que volvería torear al novillo "Feligrés", de La Venta del Refugio, que dio nombre a su primera finca, y a encerrarse en su presentación como novillero en Las Ventas; que si pudiera volvería a ser el niño que soñaba cada noche en convertirse en figura del toreo, tal como lo hacen los 24 pupilos que ahora tutela.

Corrijo: como El Juli, poquísimos.


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