La cuarta novillada de la Temporada Chica de la Plaza México parece renovar las ilusiones del escaso público que acude los domingos al magno escenario, y los culpables de este augurio son Manolo Olivares y Luis Conrado, que cortaron sendas orejas y calentaron el ambiente.
"Esperé mucho tiempo esta oportunidad, y no la voy a desaprovechar", sentenció Conrado hace unos días, y cumplió su promesa. Desde luego que había cierto escepticismo por parte de algunos taurinos con respecto de su proceder, pues tenía una fama bien ganada de "carne de cañón".
Sin embargo, esta tarde en La México, el popular novillero de Mixcoac, demostró que sí le funciona el magín, y realizó una primera faena inteligente y sobria, valiente y llamativa, en la que enseñoreó un significativo avance en sus procedimientos. Y fue noticia, por supuesto, que no le levantaran los pies del suelo en ninguna ocasión.
¡Eso es precisamente lo que uno quiere ver en los novilleros! Sobre todo cuando se trata de toreros con tres o cuatro años de rodaje. Y a base de aguantar, pero sin aspavientos, ni encimarse, Conrado le sacó provecho al tercer novillo de Joselito Huerta, que, como sus hermanos, tuvo el don de la nobleza y, aunque un poquito tardo, acudió con entrega a la muleta.
Luis no lo pensó dos veces, y desde que comenzó el trasteo con varios estatuarios de buena
factura, le ligó, de uno en uno, dándole pausa y tiempo al novillo, que terminó entregándose. Y así convenció a propios y extraños.
Un pinchazo en lo alto no emborronó aquella entonada faena, y como después vinieron unas ajustadas –pero limpias, a al misma vez– manoletinas mirando al tendido, digamos, como decían los viejos revisteros, que "borró el pinchazo" antes de colocar una magnífica estocada que puso en sus manos una valiosa oreja.
Conrado dio una lenta y sentida vuelta al redondel, en la que, seguramente, este novillero de la legua, cosido a cornadas, y casi sordo, recordó cada uno de los pasajes de una carrera azarosa, repleta de incertidumbre, y alimentada por un sentimiento torero que le brota del alma.
Al sexto, perteneciente a la divisa de De Haro, lo toreó con brevedad, ya que el ejemplar era demasiado flojo y no tenía transmisión. Fue el lunar de un encierro donde los dos hierros enviaros novillos dignos de lucimiento.
Como el cuarto, también de la ganadería tlaxcalteca, al que Manolo Olivares le hizo una faena decidida. Y no obstante la falta de continuidad de las nobles embestidas del novillo de De Haro, el capitalino le dejó la muleta retrasada y le plantó cara en pases templados que supo vender muy bien al tendido.
Olivares sabía que era preciso apretar el paso, y ponerse las pilas, después de la oreja concedida a Conrado en el novillo anterior. Y eso fue lo que hizo: sacó la casta y consiguió tumbarle una meritoria oreja tras colocar una estocada entera de lento efecto.
Porque con el que abrió plaza, salvo el quite por gaoneras y los dos últimos pares de banderillas –el tercero, un quiebro con cortas de gran exposición–, el resto se le fue en infructuosos intentos de agradar, carentes de estructura y ligazón, salvo una excelente serie de naturales en la que enseñó su buen manejo de la muleta en la zurda, mano por la que tiene mayor facilidad de trazo.
José Pedro Rodríguez no tuvo su tarde, y desaprovechó al mejor novillo del encierro, el segundo, un ejemplar de Joselito Huerta bajo y reunido, de una gran calidad por el pitón derecho. Al novillero leonés le pesó el compromiso y tampoco lo vio claro en el quinto, que tenía mucho que torear, y al que sólo dio algunos pases sueltos de buena factura. Su actuación pasó inadvertida, y como tampoco sabe matar, pues se perfila con la espada debajo del mentón, y a la hora de atacar deja el brazo atrás, así no se llega a ninguna parte.
La gente salió del coso con mejor cara que tardes anteriores; quizá porque el triunfo supone un bálsamo para el buen aficionado, y más aún si se consigue con cabeza clara y entrega, tal como lo hizo Luis Conrado, un torero digno de ser tomado en cuenta.