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Mérida y el histórico encierro de Zamarrero

Lunes, 16 Dic 2024    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Lidiado por Pepe Luis Vázquez, Juan Garcia "Mondeño" y Abel Flores
La Plaza Mérida, inaugurada en 1929, es uno de los edificios emblemáticos de esa ciudad, de carácter y belleza singulares, capital del estado de Yucatán, en el sureste mexicano. En su patio de cuadrillas puede verse una placa dedicada por el Grupo Calesero y el de Aficionados Prácticos "La Guadalupana" a la corrida del 1 de diciembre de 1963, comienzo de una temporada invernal de las que nunca han faltado en la llamada ciudad blanca.

Con toros toluqueños de Zamarrero triunfaron ese día los matadores Pepe Luis Vázquez –el potosino, no el sevillano–, Juan García "Mondeño" y Abel Flores. Cartel sin relumbrón que, no obstante, llenó el coso y daría paso a una tarde memorable.

Por la Mérida ha desfilado sucesivas generaciones de grandes toreros, así las de Armillita, Garza y El Soldado; Silverio, Procuna y Manolete; Arruza, Dos Santos y los mosqueteros Rodríguez, Córdoba y Capetillo; Silveti, Leal, José Huerta, Paco Camino y El Cordobés; Martínez, Cavazos, Curro Rivera y Mariano Ramos, y también lo más selecto de la baraja actual. Uriel Moreno "El Zapata", el matador mexicano con más corridas toreadas en el siglo XXI, que ha paseado por los cosos su original, arriesgada y muy particular tauromaquia, injustamente ninguneada por la publicrónica, me confesaba alguna vez que no conoce público más animado, respetuoso y conocedor que el meridano. No me atreví a cuestionarlo. Uriel acababa de matar en ese ruedo un corridón cinqueño de San Miguel de Mimiahuápam con cerca de 600 kilos de promedio y sus defensas íntegras. Inútil discutir lo evidente. 

Una tauromaquia muy especial

Fue precisamente en Mérida, en 1931, donde el célebre director soviético Sergei Eisenstein rodó las escenas taurinas de su película ¡Que viva México!, con David Liceaga como protagonista. Pero no sólo de corridas convencionales se nutre la tauromaquia yucateca. En la vasta región maya ha fructificado a través de los siglos una variada gama de festejos populares que incluyen toros, toreros y rejoneadores que no necesariamente pasan por las estadísticas de corridas y novilladas formales. Según La Fiesta no manifiesta (Editorial Tauromaquia Mexicana, AC. México, 2020), el número de festejos taurinos celebrados en el sureste del país, sumadas las seis distintas modalidades que allí conviven (corrida tradicional, corrida de postín, corrida de medio postín, festival taurino, charlotada y Baxal-toro o Baxal-wakax), alcanzó en 2019 la respetable cifra de 2162 en las ferias tradicionales de 370 localidades, de las cuales 1640 en el estado de Yucatán y el resto en los de Tabasco y Quintana Roo.

Además, la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia reporta que es justamente en esa zona geográfica donde más astados se corren cada año, incluidos los de la ganadería de Quiriceo, cuyas antecesoras fueron las de Palomeque y Sinkehuel, asimismo asentadas en tierras yucatecas.

Allí, las celebraciones religiosas y profanas en torno a la fiesta brava se extienden por varios días hasta culminar en cosos artesanales construidos con materiales de la región que los propios pobladores montan y desmontan año con año. 

La ganadería de Zamarrero

El doctor Agustín Barbabosa Ballesteros supo honrar la memoria de sus ancestros, propietarios de los antiguos hierros de Atenco y San Diego de los Padres, desarrollando en sus dehesas del estado de México la corta rama de origen Saltillo que sobrevivió a las dos anteriores y que, cruzada con vacas de La Punta-Matancillas, bautizó como Zamarrero, nombre del semental andaluz que la fundó. Y recuerdo como si lo estuviera viendo que Zamarrero enviaba cada año, entre los años 60 y principios de la década siguiente, la novillada más brava de toda la Temporada Chica capitalina. 

Toros muy finos, que peleaban ejemplarmente con los montados y ofrecían a los noveles espadas una nobleza enrazada que elevaba el mérito y emoción de cuanto fueran capaces de hacerles. Los seleccionaba don Agustín con la escrupulosidad y sabiduría propias de quien lo hace por puro gusto, por amor a la bravura y a la fiesta. Pude conocerlo personalmente, y mantuve con él una relación epistolar y libresca que recuerdo con especial cariño. 

Por desgracia, Zamarrero desaparecería con su fundador. El último hierro de la familia fue el de Celia Barbabosa, postrer eslabón de una saga histórica. 

Una tarde para el recuerdo

Encabezan las cuadrillas Pepe Luis Vázquez, Juan García "Mondeño" y Abel Flores. Pepe Luis, diestro un tanto olvidado, ha experimentado ese año un vigoroso repunte, basado en la solidez del oficio y su capacidad como estoqueador, que a menudo brilla en la suerte de recibir.  Mondeño, gaditano de Puerto Real, de estilo finamente vertical e impasibilidad que roza la abulia, está por ingresar a un convento de padres dominicos y ha elegido México como escenario de sus últimas tardes como espada profesional (aunque al año cambiará los hábitos por, otra vez, el traje de luces). Y el enjundioso Abel Flores viene de una promisoria campaña novilleril en España que culminó en alternativa a todo lujo durante la última feria de San Miguel, en Sevilla (30-09-63: padrino Diego Puerta, testigo Mondeño, toros de Núñez Hermanos).

Hay que suponer cómo saldrían los de Zamarrero para que el doctor Barbabosa se declarara orgulloso de sus toros, el quinto de los cuales, "Camborio", recibió el homenaje de la vuelta al ruedo. Los corresponsales de la prensa capitalina dieron escueta nota de un festejo en el que Pepe Luis Vázquez desorejó al abreplaza, Mondeño se llevó al hotel las orejas y el rabo de "Camborio" y Abel Flores se arrimó al sexto como desesperado y le cortó las orejas. El pequeño michoacano y el gaditano salieron de la plaza en hombros.

No encontré mejor rúbrica para aquella gran tarde, una de las más recordadas por la noble afición yucateca, que este sabroso comentario de Juan de Marchena (Juan Pellicer Cámara), publicado en su columna "Con la puntilla… del lapicero". 

"Como dicen nuestros vecinos hermanos yucatecos, "trabajaron" muy bien los toros de Zamarrero en la corrida del domingo pasado. El doctor Barbabosa dio la vuelta al ruedo después de la brillante lidia de uno de sus astados, cuyas orejas y rabo quedaron en manos de Mondeño que, en los umbrales del convento, no desperdicia oportunidad de hacerse ovacionar con fuerza. Abel Flores, nuestro excompañero (alusión al hecho de que el michoacano había sido de niño voceador callejero de diarios), se llevó dos orejas de otro excelente toro de Zamarrero, y Pepe Luis Vázquez, que desde hace tiempo corta orejas en cuanta corrida toma parte (…) por no interrumpir la costumbre toreó magistralmente por naturales al primer toro y añadió la primera oreja de la tarde a su numerosa colección.  

La corrida de Zamarrero debió lidiarse en Tijuana, pero cambió su destino y, en vez de irse al norte, viajó al sureste y, así, los meridanos tuvieron la oportunidad de ver auténticos toros, con peso, trapío, bravura y nobleza. Sobre la arena rodaron los varilargueros. Los tumbos, que tanto reconfortan a la fiesta, fueron la demostración de que en la plaza de la capital yucateca hubo toros de verdad, y la cosecha de cinco orejas y un rabo demuestra que los del doctor Barbabosa fueron también muy buenos para los de a pie. El toro da categoría a las plazas y ojalá que la de Mérida sostenga su fama lidiando toros en vez de novillos, para ejemplo de otras plazas provincianas." (ESTO, 3 de diciembre de 1963).

Declaración de la Ceiba

No resisto la tentación de transcribir, así sea abreviada, la Declaración de la Ceiba emitida por los capítulos de Tauromaquia Mexicana 2000 de Yucatán, Quintana Roo y Chetumal, en defensa de las tradiciones taurinas de su península. Y no estaría nada mal que los confundidos defensores de nuestra tauromaquia la adoptáramos y adaptáramos nacionalmente, pues no tiene desperdicio. Vean si no:

1. Los festejos taurinos que se verifican en cada ciudad, municipio, comisaría y comunidad de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo son eje insustituible de sus fiestas patronales y constituyen una Tradición popular peninsular definible como patrimonio cultural inmaterial.

2. Son representación viva de un bien inherente a la cultura popular de la península, por cuanto pueda tener ésta de conjunto de prácticas tradicionales, patrimoniales y espirituales transmitidas de generación en generación, que incluyen un lenguaje propio y encierra modos de vida, expresiones artísticas, creencias, valores, conocimientos y saberes ancestrales. 

3. Que la zona geográfica mencionada registra al año más de 2160 festejos taurinos, sumadas las 360 poblaciones que les dan asiento, pertenecientes 270 de ellas al estado de Yucatán.

4. Que la citada zona del país tiene los índices de violencia más bajos a nivel nacional, desmintiendo la equivocada idea de que la tauromaquia estimula por sí misma la agresividad y salvajismo de quienes gustan de ella, incluidos los niños que por millares asisten y disfrutan de nuestras fiestas taurinas tradicionales.

5. Que toda acción que amenace, agreda, limite o condicione la vigencia y conservación de la identidad cultural propia de cada pueblo proviene de una clara e insensible actitud etnocentrista, proveniente de culturas ajenas a la nuestra aunque sea acríticamente abrazadas por grupos nacionales y locales dominados por las ideas de una globalización dictada desde fuera. 

6. Que el etnocentrismo ha sido históricamente fuente de intolerancias, autoritarismo y racismos y discriminaciones diversas que destruyen culturas y amenazan el futuro de la humanidad.   

7. Que, de acuerdo con el Convenio No. 169 de la OTI (Organización Internacional del Trabajo) de la cual es miembro solidario, el gobierno federal mexicano está obligado a proteger el derecho de las comunidades indígenas al sistema cultural y de valores que les es propio, y protegerlos de la asimilación forzada de visiones del mundo disruptivas y ajenas (Derecho a la identidad e integridad cultural).

8. Que el toro de lidia o toro de casta indispensable para la realización de estas fiestas tradicionales pervive solamente gracias a las mismas, y por lo tanto desaparecería si por dictado externo llegaran a suprimirse.


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