La de 1929-30 se conoció como la temporada Gaona. No porque el Indio Grande haya decidido volver a enfundarse en el terno de luces –nunca tuvo veleidades de reaparición–, sino porque encabezó la empresa de El Toreo con el mismo ímpetu con el que arrostró durante más de veinte años los peligros de la profesión taurina.
Sin moverse de la capital, envió a su gerente operativo Benjamín Padilla para hacer en España las contrataciones pertinentes, entre las cuáles no figuraba la de Armillita Chico, desdeñado por Rodolfo, y sí insignificancias hispanas como Ricardo González y Mariano Rodríguez "El Exquisito". También se trajo los contratos de, menos mal, Antonio Márquez y Joaquín Rodríguez "Cagancho", entre los españoles, y del mexicano Heriberto García. El santanderino Félix Rodríguez, asimismo firmado, pasaba por fenómeno y aquí resultó un fiasco.
Pero su contratación estrella la hizo Gaona personalmente y fue la del novillero de Texcoco Carmelo Pérez, que tomaría la alternativa. En la temporada chica inmediata anterior, Carmelo había conmocionado al Toreo como no se recordaba que lo hubiera hecho nadie, pero acusaba aún tal inconsistencia técnica que la afición sensata no tardó en censurar su incorporación al elenco de matadores, juzgándola fuera de tiempo y razón.
No faltaron, incluso, quienes culparan al antiguo ídolo, devenido empresario, de intentar sabotear de ese modo la prometedora carrera del texcocano, orillándolo al ridículo o, peor aún, a riesgos potencialmente graves. Augurio éste que por desgracia se cumplió por obra de "Michín", de San Diego de los Padres, en la quinta corrida de la temporada (17-11-29).
24 de noviembre de 1929: Márquez y Cagancho
Carmelo estaba anunciado para torear esta corrida mano a mano con Joaquín Rodríguez "Cagancho", pero las gravísimas heridas causadas por "Michín" el domingo anterior obligaron a su reemplazo por el madrileño Antonio Márquez. Y Márquez cumplió con creces: con el lote flojo de La Laguna, ofreció una tarde muy torera, y si no desorejó a "Charro", su segundo, al que lidió con elegancia y maestría, se debió al par de pinchazos que antecedieron a la estocada. Dio, entre aclamaciones, una sonora vuelta al ruedo. Y el resto de la tarde se mantuvo en maestro.
Cagancho, en grande
Venía el gitano de dos actuaciones ramplonas y se empezaba a dudar de su capacidad de arrebato, ampliamente expuesta en temporadas anteriores. Pero esta tarde se inspiró como nunca. A grado tal que si a "Tijerillo", el cuarto, le cortó una oreja de ley, con el cierraplaza "Corretero" sublimó ese toreo tan personal suyo, graciosamente transeúnte y súbitamente inmóvil en muletazos desdeñosos, dejando caer la muleta, envolviéndose en ella, retirando el engaño como remate y haciendo la estatua –esa talla de Montañés que creyó ver Corrochano– con la vista puesta en el tendido, sin dar importancia a la cercanía de los pitones. Naturalmente "Corretero" se fue sin orejas ni rabo al destazadero y Joaquín fue paseado en hombros entre el delirio de la multitud.
El Toreo, 8 de diciembre
La octava corrida de la campaña, luego de una exhibición de pavor indisimulado a cargo de Félix Rodríguez al debutar el domingo anterior, anunció otro vis a vis en la cumbre. Era inevitable que uno de los contendores fuese Cagancho. El otro, Heriberto García, estaba ese año en vena y, ante el mal momento de Pepe Ortiz, la ausencia de Armillita Chico y la cornada de Carmelo, parecía tener todo para convertirse en el número uno de México. El gitano y el hidalguense –de Singuilucan– lidiarían ganado de La Laguna, vacada hermana de Piedras Negras aunque sin la encastada aspereza; toros para artistas, para que nos entendamos.
Joaquín Rodríguez asusta al valor
Esta tarde, El Toreo asistió con asombro a la revelación de una faceta que nadie hubiera imaginado en el temperamental trianero, pues lo vio revolverse sobre sí mismo, luego de una cogida aparatosa, para torear todavía más cerca y con mayor exposición a un animal fuerte, codicioso y recién salido del toril –"Cararrosa", el quinto–, que lo cogió cuando bordaba la verónica entre alaridos jubilosos mutados de súbito en gritos de terror. Ileso, enrabietado y sin montera, el gitano recogió su capotillo, trazó su chicuelina sevillana de mano alta y aflamencado giro y remató entre los cuernos con vistosa serpentina tan metido en el toro que no pudo evitar que un nuevo pitonazo le desgarrara la taleguilla magenta y oro.
¿Terminó ahí la cosa? De ninguna manera. "Martín Galas" (E. Fernández Mendoza) relató así su faena a "Cararrosa": "Cagancho brindó al público en el centro del ruedo y volvió a hacer de las suyas (…) dándole al burel la lidia que requería, pisándole su terreno, metiéndose entre los pitones, desafiando con la pierna contraria y adornándose con ese estilo suyo, inconfundible y único. De su labor, breve e inteligente, se destacaron un superior muletazo por alto, uno de pecho, dos de la firma y varios caganchistas químicamente puros. Valiente a carta cabal estuvo el gitano, mas el bicho no empujó cuando Joaquín arreó p" adelante con la espá (…) Tras otro buen pinchazo cobró superior estocada que partió la herradura y tiró al bicho sin puntilla (…) sonaron repetidas dianas y dio Joaquín la vuelta al ruedo devolviendo prendas (…) ¡Otra gran tarde de este gitanísimo torero, que está resuelto a hacerse el imprescindible en futuras temporadas de toros en México!" (El Taurino, semanario. 9 de diciembre de 1929).
Histórica estocada recibiendo
En esa extraña temporada Gaona, Heriberto García Espejel (Singuilucan, Hidalgo, 10-03-1907 – Ixtlahuaca, Mex. 29-08-82) bordeaba ya la condición de figura hecha y derecha como demuestra el que lo pusieran mano a mano con Cagancho, que era el torero de moda. Heriberto se mostraba fácil y técnico en los tres tercios, pero poseía además el ímpetu de los que aspiran a mandar en el toreo. Sin demagogias, pasándose los pitones por la faja, cerca de los muslos, por el pecho, pues aquellos toros embestían, se revolvían y lanzaban derrotes a cualquier altura. Lo que significa que era también un diestro valiente al que le interesaba sobre todo torear bien, sin alardes vanos ni alharacas innecesarias. Esta tarde, sin embargo, iba a revelarse como un purista de la suerte suprema. Y en la más arriesgada y clásica de sus versiones: la estocada recibiendo.
Empieza Martín Galas su reseña de la gran tarde de Heriberto refiriéndose a él como "el más completo de los lidiadores nuestros, el que le pondrá el cascabel al gato en muy poco tiempo, el que se hará el amo de los redondeles (…) no sólo confirmó pasados éxitos (…) ¡Qué grande estuvo ayer este muchacho! (…) Fue en el segundo toro, en aquel cárdeno bragado, coletero, caribello y con buenos pitones que se llamó "Vigía", donde Heriberto realizó la hazaña máxima consumando la suerte de recibir a la perfección, cobrando un estoconazo hasta las cintas (…) Como la ejecutó Heriberto habrá muy pocos capaces de practicar la suerte más difícil y meritoria del toreo ¡Aquello fue canela pura!
Con el capotillo, Heriberto templó seis estupendas verónicas, a pesar de que "Vigía" se revolvía en un palmo (…) Su media verónica fue torerísima y estalló la ovación (…) realizó un quite combinando la gaonera con la revolera (Fregolinas: nota del autor). Y al rematar de vistosa revolera habían caído sombreros al ruedo (…) hizo otro quite por tijerillas, suerte tan bella como olvidada (…) Y Cagancho no se quedó atrás, entró y lo hizo por verónicas, rematando con media ceñidísima ¡Vaya duelo de categoría! Se encargó Heriberto del segundo tercio (…) de primeras, un par de poder a poder, algo desprendido. Después, un buen cuarteo. Y cedió el turno a su banderillero "Guerrillero".
¡Y ahí viene la faena grande, de torero caro! Desde el ayudado por alto con que inició su labor hasta el molinete con el que le hizo juntar las manos al morlaco, el público, puesto de pie, no cesó de aclamar y aplaudir al lidiador, que se fue creciendo y realizó todo su trasteo solo, tranquilo y torero. Ligó tres naturales con la izquierda superiores; intercaló muletazos bajos netamente "joselistas", de pecho, de la firma (…) todos, absolutamente todos, perfectamente rematados, conservándose erguido y con pleno dominio de la situación. Se cambió la muleta por la espalda, ligó naturales con la derecha, hizo vistoso y apretado molinete, y en el centro del ruedo citó a recibir, señalando un pinchazo en lo alto. Pero el muchacho estaba empeñado en consumar la bellísima suerte, y la consiguió la segunda vez que adelantó la muleta, metió el pie, esperó la acometida del burel y hundió todo el estoque en las alturas ¡Momento de intensa emoción! El entusiasmo se desbordó, la plaza trepidó a impulsos de la atronadora ovación, y una multitud de blancos pañuelos reclamó para el bravo lidiador las orejas y el rabo de "Vigía", que pasará a la historia unido a la memorable hazaña de Heriberto García (…) El respetable, en delirio, le hizo dar dos vueltas al ruedo, salir a los medios y cansarse de devolver sombreros y prendas de vestir, bajo una de las ovaciones más grandes y más justas que se hayan oído en El Toreo." (El Taurino…)
El torero de Hidalgo, embalado en el éxito, extrajo todo el partido posible de sus otros dos adversarios, "Costeño" y "Perlito", áspero el primero y con mucho que torear el cierraplaza. Y como supo mantener en alto la atención y el entusiasmo de la gente, al final se reclamó la presencia de los dos espadas para que recorriesen el anillo; al pasar por el palco de ganaderos, Cagancho y Heriberto solicitaron la presencia del ganadero de La Laguna (y Piedras Negras) Wiliulfo González para que saludara la ovación, que no cesaba, subrayando la gran tarde vivida por la afición capitalina.
Silencioso ocaso
Esa temporada, Heriberto García siguió tomando vuelo, al grado de ganar la Oreja de Oro luego de cortarles el rabo a otro par de laguneros, "Lucerito" y "Escribano" (26-01-30); sin embargo, nunca llegaría a cuajar en la figura esperada. Lo atribuyeron muchos a la gravísima cornada que un toro de Bernaldo de Quirós le infligió en Madrid, justamente al practicar la estocada recibiendo (30-04-30: ¡Le llevaron el rabo a la enfermería!), pero, contradictoriamente, el de Singuilucan aún dejaría varias gestas para el recuerdo sobre la arena de El Toreo, entre otras su faena de rabo a "Lamparillo", de Miura (01-02-31).
Así que algo, aparte de la cornada aquella, tuvo que atravesarse en su camino. Quizás fueran asuntos administrativos, tal vez desarreglos personales, el caso es que empezaron a escasearle los contratos, y si por ahí encontraba cabida en algún cartel interesante, ya no logró revivir el recuerdo de sus grandes tardes de antaño, cuando, entre 1929 y 30, la crítica pudo referirse a él como el torero del momento y una promesa más que sólida para convertirse en figura mexicana de largo aliento.