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Viñeta: "Rebeco" el grande

Martes, 29 Oct 2024    Querétaro, Qro.    Jorge Arturo Díaz Reyes | Cronicatoro   
"...la emoción del toro que repitió vehemente, hallando un hombre..."
"Rebeco", número 173, de Juan Pedro Domecq. Negro, largo, bien cinqueño, astifino, de 672 kilos. Salió en quinto lugar, el miércoles 29 de mayo, corrida 17 de San Isidro, en la plaza de Las Ventas. Cinco verónicas y media de consumo le saludaron injustificadamente, las tomó con brío, antes de acometer el caballo de Manuel Cid, al cual romaneó desde abajo en dos varas traseras que a otro hubiesen dejado listo. Álvaro Montes y Manuel Izquierdo aprovecharon su franco y ambicioso viaje pareándolo con más oficio que lucimiento.
 
Talavante lo vio, y de una, sin tanteos ni castigos le citó para cuatro ayudados por alto, que no estatuarios por las recolocaciones, una derecha, un molinete, cuatro naturales y el forzado juntos, uno tras otro, raudos, pero ligados. Que detonaron en el tendido como una carga de profundidad. La dinamita fue la secuencia y la codicia, la emoción del toro que repitió vehemente, hallando un hombre bien parado y una mano suficiente para sostener el terreno.

Como venía la tarde, sumida en un soso mal humor, este introito la redimió, cual milagro. Los cuatro naturales siguientes fueron más sosegados y gustosos sin que el galope hubiese perdido nada de furor. Morro abajo y el gran tonelaje haciendo cimbrar el ruedo y proyectando los pitones a ras de la arena. Bravo toro, muy serio, pero también noble, pero también acompasado, pero también de tiro largo. Amado toro.
 
El paceño con sus diecisiete años de torero encima, lo comprendió, y avisado se dejó ir con él a una faena matizada de improvisaciones y repentismos (que es el arte de improvisar versos) que sonaban como a inspiración de consumo. Tras tres derechas, una arrucina inesperada, un cambio de mano y el de pecho abrumaron a la clamorosa plaza que había vendido hasta la última boleta, desde mucho antes, y no por él, ni por ese toro, cuyo trapío y codicia insultaban la piedad de los adoradores del toro enano y sinvergüenza. Derecha por una vez, cambio de mano, cuatro naturales in situ, redondos, dos más, tres más, molinete y el remate por arriba.

Y la bravura no decrecía. El fondo parecía infinito. Pase de las flores, tres a rodilla en tierra, un desdén, uno de pecho y una firma, ambos mirando al público. Hubiesen podido parecer una falta de respeto al torazo, o un homenaje. 
Qué cada quién lo llame como quiera, pero la plaza, a juzgar por la estruendosa ovación en pie, la interpretó como una merecida corona para una obra en la que se habían conjuntado, tres elementos: el toro toro, el toreo con variedad de bazar, y el torero en su salsa. No faltaba más que la suerte suprema para que la faena abriera la Puerta Grande. Solo eso. 
 
Todos lo querían, la estocada honorable que el gran toro merecía. El volapié fue sincero, sí, pero el embroque no. La estocada baja y el desarme la inhabilitaron no sólo para el gran triunfo, sino para trofeo en cualquier plaza de tercera. 

Semejante toro no podía morir de manera tan infame. Más los "orejicidas" montaron su guachafita pañuelera y en el alto palco, don Eutimio Carrecedo Pastor y su asesor Madriles optaron por darles gusto y sacaron el pañuelo de pena y baldón para Las Ventas. ¡Fuera! Una oreja por un bajonazo en la Catedral primada del toreo. Esto crea jurisprudencia. De aquí en adelante cualquier presidente de pueblo en los confines del mundo taurino puede premiar lo que le de la gana y como le de la gana por eliminar toros. El rey de la fiesta, y más en su soberbia versión como esta merece que se le mate con todos los honores, no así. 

Y menos que se premie al victimario, así sea el torero de la empresa. La ovación al arrastre no se compadeció con la furiosa petición de premio para su mala muerte.
 
Lo demás de la corrida fue anecdótico. La habitual displicencia de Morante, quien se inhibió con el encastado primero y con el otro no pudo pintar nada más que sus acostumbrados detalles aislados, que no faenas, ni siquiera tandas, y su horrible ejecución de la suerte suprema, y claro la idolatría de sus fans que se recrean en ello. Unos sobrevalorados lances de Pablo Aguado, por quienes no le exigen temple a la lentitud, y un encierro adulto, bien presentado que no vio su escasa emoción suplida por la entrega de los toreros. Exonerada toda la tarde, a cuatro voces desde la transmisión de TV, que como siempre descarga las culpas en los toros.
 
Juan Pedro Domecq, al final calificó a "Rebeco" como un "grandioso y bravo toro". Estuve de acuerdo. Quizá el de la feria.


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