Con el primero de su lote, que fue un novillo serio y astifino, aunque algo justo de raza, Bruno buscó torear con pulso, tratando de alargar las embestidas y, fiel a su estilo, rematando siempre los muletazos por detrás de la cadera, lo que consiguió en algunas series de buen acabado, pues además todo lo hizo con las zapatillas bien ancladas sobre la arena.

Hacia el final de la faena ejecutó unas dosantinas ligadas en un palmo de terreno, que caldearon el ambiente. La emoción se mantuvo cuando el novillo se paró y Bruno se pegó un arrimón que mantuvo el interés del público. A la hora de matar señaló un pinchazo y luego una buena estocada, y la gente lo llamó a dar una merecida vuelta al ruedo.

En el sexto de la tarde salió descoordinado y fue sustituido por uno de la ganadería de Hermanos Azcona, un novillo vareado de carnes, veleto de cornamenta, que carecía de transmisión y dio poco juego. A pesar de este hecho, Bruno intentó encelarlo en las telas y convencerlo a embestir a lo largo de una lidia en la que el torero mexicano hizo gala de oficio y recursos. Culminó su labor mediante unas ajustadas bernadinas, antes de despacharlo de media estocada tendenciosa y varios golpes de descabello.