Hay un grupo de novilleros mexicanos que están dando de qué hablar en España. Algunos en momentos avanzados de sus carreras y otros aún en el escalafón donde torean sin picadores, pero todos con el común denominador de un fervor ardiente por destacar y alcanzar metas grandes.
Aristóteles admiraba a quienes demostraban un deseo vehemente de honor y éxito, llamando a esta virtud megalopsychia, es decir, grandeza de alma. Para la moral cristiana, este afán desmedido entraba en tención con la virtud de la humildad, y se le clasificó como el vicio de la codicia.
En el famoso discurso que pronuncia Marco Antonio en "Julio César" de Shakespeare (acto III, escena II), critica la ambición:
"Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención.
Vengo a enterrar a César, no a alabarlo.
El mal que hacen los hombres les sobrevive;
el bien suele quedar sepultado con sus huesos.
Sea así con César. El noble Bruto
os ha dicho que César fue ambicioso.
Si así fue, fue una falta grave,
y César ha pagado caro por ello".
Como en la política romana, en la actualidad a la ambición puede vérsele como un defecto o una virtud, dependiendo de cómo se utilice. Dada la condición de la fiesta brava mexicana, en las escuelas taurinas deberían quitar el afán de grandeza del repertorio de los vicios y reivindicarlo como virtud. Así lo hace William Casey King en el libro "Ambition, A History: From Vice to Virtue". Dice que sin ambición no habría América. Asevera que la ambición alimenta el sueño americano y que los estadounidenses son impulsados por la ambición.
En los últimos cuarenta años, los toreros mexicanos parecen haber carecido de ambición. Se han acomodado, rodeados por aduladores que no los empujan a ir más allá. Han estado cómodos, arropados por la coba de quienes los rodea. Eso se ha apreciado, también, en la actual temporada de novilladas de la Plaza México. Salvo contadas excepciones, los muchachos que se han presentado en la plaza más grande del mundo han destacado por los múltiples avisos que han recibido por sus fallas en el estoque, por las dudas y la falta de conformismo.
No se aprecia eso en los chavales que tuvieron que dejar las comodidades de su hogar para irse a España. Internet y las redes sociales, nos han permitido ver novilladas sin picadores de certámenes como "Guadalajara busca a un torero" o "Camino a las Ventas".
El pasado martes 17 de septiembre se llevó a cabo la final del IX certamen "Guadalajara busca a un torero". Se refiere a Guadalajara, España, provincia de Castilla-La Mancha, pero irónicamente los que despuntaron fueron chavales de Guadalajara, México. El deseo de triunfo hizo salir a hombros a los tapatíos Santiago López-Ortega y Jairo López. Santi cortó tres orejas y se llevó el trofeo de máximo triunfador. Lo vimos toreando con oficio, entendiendo y pudiéndole a un novillo bravo de Guerrero Carpintero. Toreó relajado, con temple y decisión. Estuvo variado, valiente y artista.
Santi López-Ortega también encabeza la puntuación del torneo "Camino a las ventas". Torneo que concluye con una novillada en Madrid, en la plaza más importante del mundo. En algún momento hubo tres novilleros mexicanos ocupando los primeros lugares de ese escalafón. Hoy, además de Santi, el tlaxcalteca Juan Pablo Ibarra tiene el puntaje para torear la final en Las Ventas.
Aunque triunfar como novillero sin caballos es significativo, aunque lo hagan en España no garantiza que se conviertan en figuras del toreo. Es fundamental que no los adulen –¡No a la coba!– y que mantengan el ímpetu de sobresalir durante toda su carrera taurina.
Pienso también que, en algún momento, tienen que regresar a México para realimentarse del espíritu y la idiosincrasia artística mexicana. El riesgo de España es que la mayoría torea igual. Por lo tanto, es crucial que continúen incrementando su afán de superación, mientras desarrollan una identidad y un estilo propio, sin imitar, para poder transmitir lo que llevan dentro y, de esta forma, conmover profundamente al público.