Venía de España motivado, luego de haber conseguido otro boleto dentro de la Copa Chenel. Y si ya en esa corrida que toreó en Cercedilla había mostrado su templanza, dotada de natural empaque, en su tierra, Aguascalientes, no fue menos. Porque hoy en la Monumental, Luis David recordó que es dinástico, y ahora también artístico. Importante avance.
Siendo siempre un torero recio y valiente, ha ido puliendo su estilo y lo ha dotado de atributos que se acercan más a lo que busca el menor de la dinastía, Alejandro, y menos a lo que practica José, el mayor. De tal suerte que el hermano de "en medio", ya encontró un lugar a caballo entre el consabido oficio del grande, y el pellizco del pequeño. Qué bonito. Tres hermanos, tres toreros de distintas generaciones en activo.
Y la tarde de hoy salió en volandas con tres orejas en la espuerta, por lo que, en la primera tarde de las dos que tiene contratadas, ya igualó la marca numérica de otro torero de dinastía, Diego Sánchez, que el jueves también dio un golpe de autoridad sobre la mesa. ¡Caras nuevas, que piden paso!
La faena al tercero fue tersa, tratando de no derribar al de José Barba, de largo metraje, por ese afán de darle pausas y tiempo, y aunque tardó en calar en el público, hubo muletazos de excelente acabado, a los que puso la rúbrica de una estocada a "topacarnero", que se tradujo en la concesión de la primera oreja.
El sexto tuvo más fondo y, por ende, transmisión, algo de lo que adolecieron sus hermanos de camada, por lo que a veces la corrida se había vuelto densa, con un calor insoportable en la plaza que contrastaba con la frialdad del público.
Así que al festejo le vino de perlas que Luis David se concentrara en detonar el entusiasmo con el último toro de la función, al que toreó con mucha suavidad y cadencia a la verónica y más tarde llevó al caballo con unos primorosos lances a una mano que evocaron la mítica figura de Joselito El Gallo, toreando al paso rítmicamente, y moviendo el capote en una grácil coreografía, la de un ballet con la muerte.
Luego vino el entusiasmo de la gente con la "Pelea de Gallos", y el trazo largo y templado de su muleta en una faena que, esta vez sí, alborotó el palenque taurino hasta culminar en una estocada al encuentro para cortar otras dos orejas, que la gente pidió con fuerza, en un final feliz de corrida y la consiguiente ilusión de saber que Aguascalientes es el venero de toreros más cristalino de México.
Armillita IV pudo haber acompañado a Luis David en la salida a hombros de haber estado un puntito más fino con la espada, ya que al primero lo tumbó de una excelente estocada, pero al segundo viaje, y al quinto lo mató de una entera, con cierta travesía, que obligó una agonía más larga de lo esperado, esfumándose así la posibilidad de cortar un trofeo.
Pero eso es lo de menos, ya que lo más significativo de esta entonadísima tarde de Fermín, es saber que esta otra dinastía, la de los Armillita, una de las más grandes e importantes de la historia, equiparable a la de los Bienvenida o los Dominguines –auténticas escuelas de toreros en la intimidad de la familia– sigue dando motivos de ilusión.
¡Cómo hubiese disfrutado Miguel Espinosa de ver a su querido sobrino al lado de Cayetano! Por la amista y cariño con el maestro Curro Vázquez, tío de éste último, y tantos recuerdos de arena y de vida, compartidos al calor del arte del toreo y la bohemia.
Fermín hizo una primera faena con el seño de la casa, por torera y detallista, imponiéndose al viento, y toreando por nota en ayudados de un arrebujado sentimiento.
La del quinto, un toro de espectacular capa (berrendo en cárdeno, alunarado), también rayó a un estupendo nivel, dotada de esa expresión corporal tan estética que no sólo evocó a su tío Miguel, sino también de su padre, ahí presente, como si medio siglo desde que tomó la alternativa en esta misma plaza, el día de su inauguración, no hubiese transcurrido.
En Fermín hay un torero de clase de los que no abundan en México, y si a ello sumamos la actitud de hoy, en la que sale a demostrar todas las tardes que sí vale y tiene cabida en esto, nunca hay que olvidar de quién es nieto, y el peso del apellido ya no lo carga sobre sus hombros, sino en los vuelos de sus engaños, ahí donde se vuelve ligereza y sentimiento.
Cayetano volvió a México siete años después de su actuación más reciente, y 14 desde que confirmó su alternativa en el coso de Insurgentes, precisamente aquella tarde en que Miguel dio un "sí" a la amistad con Curro para salir de su retiro, bajar muchos kilos, y que su nombre apareciera en el cartel vinculado al del hijo del inolvidable Paquirri. De hecho, fue aquella su tarde postrera como torero, no afortunada, pero tuvo el gesto para el amigo, el gesto de torero. Y ahí quedó eso.
De estas tres tardes de Cayetano en México, ha sido ésta la más afortunada no tanto de cara al público, sino en su fuero interno, pues no sólo entendió de "pé-a-pá" a sus dos toros, sino que se sintió torero y honró la memoria de su abuelo, don Antonio Ordóñez, con esos destellos de Ronda en la apostura de sus cites, en los remates, en ese saber andar por la plaza y torear con aplomo dos toros que no proyectaron ninguna emoción. En cambio, ahí estuvo Cayetano, firme, sereno, toda la tarde en torero.